martes, 1 de septiembre de 2015

Vuelta

Este texto se incluyó en Sucede en la voz de otros (Isla de Siltolá, 2015)

***

Es muy probable que ese personaje (o ese símbolo) que hoy llamamos Homero no creyera en los dioses. Pero encuentro llanamente imposible que fuera incapaz de admitir lo maravilloso que aguarda detrás de cada cosa. Una magia incesante e inagotable. Hay un don en la mirada para establecer una serie de convicciones: que el mar es vinoso, las naves negras; que la aurora tiene los dedos de rosa, que Aquiles los pies ligeros y que la noche sólo acontece en el mundo para ocultar todos los caminos, invitar al reposo y poblar las frentes de los hombres de una extraña esperanza llamada mañana.

Maravilla, magia... ¿Magia? Hemos pasado ya el Rubicón de las modernidades y las posmodernidades, y volvemos la mirada hacia esas viejas palabras con desconfianza. El tiempo parece la broma inoportuna de un payaso resentido; la historia siempre la escriben los mediocres y la vida se reduce a un estudiado cálculo de probabilidades, tan predecible como la canción del verano. Nos aguardan las últimas madrigueras del cinismo, y queda una mueca en la cara que no tiene en absoluto nada que ver con una pura, por efímera, carcajada.

¿Pudiera hablarse de cobardía? Incluso la cobardía es más humana. Sabemos entender al gran Héctor de Troya cuando puso pies en polvorosa ante Aquiles, en el momento más inoportuno. Intuiremos que después de un idealista no hay nada mejor que un materialista. Porque la verdadera podredumbre habita en la tibieza. Ese no estar ni en la noche ni en el día, permanecer siempre en la luz enferma que finge claridad y no alumbra, y que no sabe amanecer ni recomponer el mundo, o recomponernos. Homero sería incapaz de perpetrar tales desórdenes. No. Frente a la modorra o duermevela confortable de la tibieza, propongo la vigilia y el vértigo del asombro.

Reclamo el asombro por todo y ante todo, también ante la ira y el dolor. Ya saben ustedes que Borges prefería el asombro a la sorpresa. La sorpresa es tan fácil. A lo más requiere un poco de oficio. Rutinas de artesano. Sí, es demasiado cómodo sabotear los frenos del coche de nuestro vecino. Pero qué gran idea sería regalarle a nuestro vecino un columpio, o columpiarnos con él. Porque el asombro siempre busca compartirse. Porque el asombro siempre se sustenta en la fe. Y ambos, en última instancia, son fruto del amor. Homero tocaba las palabras con la misma fe con que se toca un cuerpo. Y, gracias a ello, Penélope siempre conserva la fe en el regreso de Ulises, con su agradable sabor de época. Penélope nunca quiso ser absolutamente moderna, y así pudo tocar el cuerpo de Ulises. Hasta el mismo Ulises se asombró de acertar a tensar su propio arco y descubrir que seguía siendo, en el fondo, Ulises, y no un sueño extraviado.

Nosotos teníamos fe en la llegada de septiembre. Hubiera sido demasiado fácil que viniera ahora, sólo por fastidiarnos, febrero o marzo. O, lo que es peor, que empezara otra vez el verano. Pero no hay nada más asombroso, créanme, que comprobar que a agosto le sigue septiembre. Hay algo esencialmente poético en ese acto.