viernes, 5 de diciembre de 2008

Trenes

En noches de los trenes, infinitas
de negritud y ávidas de empeño,
dejaba mi niñez las nunca escritas
letras azules, velas de entresueño.

Tiernos compases al sombrío acero,
sombra tras sombra, se encauzaban fieles;
y yo volaba, sin saber que Homero
ya urdiera el canto de aquellos rieles.

Canto del corazón agazapado
tras la ventana donde aún se clava
la pupila del niño imaginado
que veo al otro lado. Y yo volaba

sobre las noches de arrojadas crines:
montes en fuga, resbalados talles
de perfiles trazados con carmines,
peñas de guiños y celestes valles.

Volaba en largas noches de alamedas
ceñidas por sonámbulos caminos
embozados apenas en las sedas
que hila la estrella de los dedos finos.

Y aquellos mudos, ateridos puentes
sobre ríos dormidos: enarcadas
piedras de luna y soledad, holladas
por princesas —pensaba— transparentes.

Volaba la niñez en nervio y vela,
sutil estela que me arrastra ahora
y siempre, atravesando la acuarela
que diluía un mundo sin aurora.

Errante mundo, cuando florecías
ya en mis ojos llorabas de marchito:
buscaban nombres tus geografías
y sin nombres marchaban: oh infinito,

¿En que armazones de inocencia y sueño
podría hallarte para que ahora suenes?,
alto violín, alma de Clavileño
que poblabas las noches de mis trenes.

(De Cantigas y cárceles, Isla de Siltolá, 2011)