jueves, 30 de abril de 2009

A la vuelta de Barcelona

Les daba cuenta en la anterior entrada de las medidas de la ilusión que un servidor se llevaba puesta a Barcelona. Pues bien. Si marché contento, ahora vuelvo entusiasmado en grado superlativo, pero también, ay, con un punto de nostalgia, en el sentido etimológico del término. El ave, Internet y el teléfono son unos estupendos inventos, pero difícilmente pueden mitigar esa sensación incómoda de no poder estar cerca de las personas con que vale la pena compartir el hábito de vivir. Gracias a vosotros, que me acogisteis tan bien. Al gran Eduardo Moga, que tuvo el detalle y la generosidad de venir a escuchar mis poemas con la precaria voz que me dejó la timidez, a Agustín Calvo Galán, arquitecto de las Afinidades Electivas, al pianista (cuya identidad secreta no revelaré), pieza clave del Trío de Las Vegas. A Sergio Gaspar, editor y sin embargo amigo, que me enseñó Barcelona en tiempo récord, a la poeta Efi Cubero, que no pudo venir a causa de un merecido homenaje pero que estuvo presente en el recital. Y gracias, gracias, a Álex Chico y a Juan Salido-Vico, responsables de todo el tinglado, enormes poetas y amigos de los de presumir. Uno siente, sí, no estar más cerca de ellos. Y para subrayar esta observación acaba de ponerse a llover en Cercedilla.

Pero el Ave, no lo olvidemos, es un invento estupendo. Como el pacharán.

viernes, 24 de abril de 2009

El lunes nos vemos en La Cigale

La poesía, o lo que llamamos poesía, siempre me ha parecido (por mera aproximación) un misterio que sucede en la voz de otros. En mi historia personal, humilde, sentimental e intransferible de los versos he contado con amigos que me han regalado algunos de mis poetas o poemas de cabecera. Neruda, Borges, Lorca, Góngora, Lope, Kavafis han vivido a menudo en las voces de mis cercanos. Otras ocasiones, por contra, no tuve tanta suerte. Otras ocasiones la tipografía me ha impuesto su silencio y su soledad, y el poema no era otra cosa que una escombrera de tinta que uno, perezoso, se veía obligado a reconstruir. Y entre el esfuerzo, sin embargo, algún deslumbramiento repentino. El poema tomaba forma en esa voz interior que nadie sabe de dónde viene. Ni tan siquiera Saussure pudo explicarla en su poema épico intitulado Curso de lingüística general. Me ha causado no pocas obsesiones la dichosa voz interior, y tengo hablado mucho sobre ella, o con ella, tras la zozobra ancestral de quien descubre que se puede llegar a leer un texto sin mover los labios. ¿Pero quién es el que lee? ¿Quién nos lee, o a quién buscamos en el otro extremo?

Este lunes 27 un servidor estará del lado de los que leen, en Barcelona, compartiendo cartel con la poeta Ana Gorría, gracias a la generosa invitación de los poetas Álex Chico y Juan Salido-Vico para el ciclo de lecturas que han organizado en La Cigale. Viendo los nombres programados, los poetas que ya han intervenido, y la inmensa estatura lírica y humana de ambos organizadores, he de decir que me siento muy honrado por que se hayan acordado de mí, así que marcho a Barcelona con una ilusión más grande que un bergantín goleta. Diría (por mera aproximación) que la poesía es voz y un poema sólo existe cuando se dice, cada vez irrepetible. Intentaré por una noche prestarle mi voz a mis poemas. Una unión contingente, como quien dice.

Toda la información sobre Els dilluns de la Cigale aquí. No se lo pierdan.

jueves, 9 de abril de 2009

Un poema de Jesús Hilario Tundidor



DESPUÉS QUE CAE LA SOMBRA

Definitivamente he comprendido.
Todo el que bulle o hace ruido o grita
y gesticula y queda, unos instantes,
en la primera página de un mundo
inútil, locuaz mudez de muerte
representa. Paso fugaz, ira fugaz
es en el amplio conocer que olvida,
máscara, son, viento de una mañana.

Pero aquel que se sabe poderoso,
encauzado en el mar, llamado dentro
de una mortal entrega, de una lenta
labor, en la que vida o muerte sólo
es material de arquitectura o tránsito,
aquél que sufre y calla, acepta y toma
su herramienta, derrumba y edifica,
desnuda y viste, y multiplica el único
instante concedido, siendo humilde
penetra victorioso, pues conoce
que su ámbito es la luz y allí es su triunfo.

(Jesús Hilario Tundidor)

lunes, 6 de abril de 2009

ego

Uno cumple años y se descubre con el mismo aturdimiento de siempre. A estas alturas de la feria, me conformo con que las cosas sucedan, incluso cuando uno le sucede a sí mismo, porque sobre esto no dejo de atesorar unas cuantas preguntas de hogareña melancolía. Ensayaré un brevísimo muestrario, si no les importa, sólo por el placer de seguir preguntando. Veamos. Sigo sin saber por qué una tarde de invierno del 77 resolví que estaba enamorado perdidamente de la princesa Leia, y aún sigo pagando las consecuencias. Era un amor, como diría Ray Bradbury, anterior al cuerpo y la moral. Por otra parte, de niño, me sobrevino una febril obsesión por los trenes, los de verdad y los de juguete, pero jamás soñé con ser maquinista, como todo el mundo, sino mozo de coche-cama. Siempre he despreciado las matemáticas y toda mi adolescencia ejercí un acusado desdén hacia la poesía, aunque redactaba unos cuentos muy macabros que le preocupaban mucho a mi profesora de lengua. Jamás sospeché que estudiaría clásicas e ignoro, a ciencia cierta, cuál es mi profesión. Y a estas alturas de la feria sigo preguntándome por ese raro deber de escribir poemas, de dónde viene, cuando disfruto más hablando de tipografía y de ordenadores. Como ven, unos cuantos lugares de ese mapa tan confuso en su simpleza que solemos llamar, por convención, yo. Pero no me pondré puñetero como el gran Hume. Que las cosas sucedan (insistiré siempre) es un misterio de aquí te espero. Y que yo suceda tampoco deja de tener su gracia. Y que vosotros sucedáis es el no va más de los misterios. Pero ante un misterio, nada como llevarlo con naturalidad, como Cary Grant sus trajes o Juana de Arco sus batallas.