sábado, 1 de octubre de 2011

El gaélico

En mi extenso curriculum de lenguas que ignoro apasionadamente, el gaélico ocupa un puesto de honor. Fue uno de mis más sonados fracasos. Recuerdo lo contento que llegara a casa, hace mil años, con una gramática y un diccionario de irlandés recién comprados en la tristemente fenecida Miessner de Madrid, que me costaron un huevo. La gramática, que aún conservo prácticamente intocada, pertenecía a una colección cuyo lema tenía un cierto tonillo despectivo: Teach yourself. A la par que profético, pues delegar la parte docente en alguien tan voluble y perezoso como myself ya lo encaminaba todo, sin remedio, hacia el naufragio. En mi caso, el iceberg asomaba ya en las primeras páginas: la delirante ortografía gaélica, que parece haber sido consensuada en un pub y en un alteradísimo estado de conciencia. Desde entonces el gaélico (en cualquiera de sus modalidades) nunca fue un hogar, aunque casi prefiero verlo así, como algo lejano, abrupto y sin embargo bello. Incomprensible y misterioso para siempre en las canciones y en la poesía. Como una pelirroja que jamás nos hará caso.

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Contaba Antonio Rivero Taravillo en su bitácora que ayer era el día del traductor. Pues, aunque sea con retraso, lo celebraremos desde aquí con un poema de este poeta y traductor de poetas, de su último y recomendable poemario Lejos (Siltolá, 2011). Traducir poesía y escribirla, para mí, es exactamente lo mismo. Si entendemos "traducir" en su sentido más impropio, encontrar una música para acompasar un tramo de la siempre incomprensible realidad, por donde discurre la vida o unos versos en lengua extraña, o ambas cosas.


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AG AISTRIÚ AS GAEILGE TAR ÉIS MÓRAN MÍ
(Traduciendo gaélico después de muchos meses)


Las palabras dormían, como el arma
de un héroe hasta el día que la muestra
bermeja de victoria, o como el día
que brilla entre las líneas que traduzco
de esa lengua que hablé cuando vivía
a este dialecto tosco, lengua muerta
que nunca hablaron Conchobar ni Gráinne.

Reúno estas palabras de ultratumba,
ya que resucitar no puedo entre sus voces.

(Antonio Rivero Taravillo, Lejos, Isla de Siltolá, 2011)