viernes, 20 de diciembre de 2013

«Sotiría» (María Polydouri)




A Nora Polydouri

Llegamos a los últimos días del 2013 y no quería dejar pasar la ocasión de expresar en estas diosas y estas nubes mi agradecimiento por la estupenda acogida que ha tenido mi traducción del poemario de la gran María Polydouri Los trinos que se extinguen. Agradecimiento extendido --¿cómo no?-- también a Vaso Roto, la benemérita e infatigable editorial de Jeannette L. Clariond, que ha propiciado, aun con los tiempos que corren, que este libro fuera, finalmente, una realidad. Os iremos informando sobre las fechas de las presentaciones, empezando por la de Madrid (que tuvo que aplazarse el pasado noviembre debido a que el libro quedó agotado, repentinamente, en la distribuidora). Pero ahora os dejo con uno de mis poemas preferidos del volumen, el que lleva por título el nombre del sanatorio de Atenas donde la poeta de Kalamata pasó sus últimos años y que, paradójicamente, significa en griego "salvación". Puedo decir que traducir este libro (parte de mi proyecto de traducir la poesía íntegra de Polydouri) ha sido (quien me conoce lo sabe) una experiencia apasionante, un tramo inolvidable de mi vida, donde he traducido poemas que al final acabaron por traducirme a mí. Por lo demás, esta entrada va dedicada a Nora Polydouri, sobrina nieta de María, a quien he tenido el honor de conocer, siquiera "epistolarmente",  estos últimos tiempos.

***


«Sotiría»


Que se marche ya el día con sus luces.
¿Por qué la noche se demora tanto?
Entre las sombras del pinar
una butaca me espera.

Se apagarán las lámparas en las alcobas
y el sueño acudirá como un desmayo.
Una cama vacía, en este sitio,
no le sorprende a nadie.

Me envolverá la oscuridad,
mientras me enredo entre las sombras
profundas, y creeré ser algo,
otra vez, de este mundo.

En el temor se adentrará la noche
cuando el viento aparezca de repente.
El eucalipto agitará su cabellera
con los secretos de los sueños.

Acecharé el recóndito torneo
del otoño, ese enemigo invicto.
Me acunará, como una alegre canción,
su restallar desesperado.

Y aunque yo no lo aguarde, ha de venir (lo sé)
el gato aquel que va de ronda.
Un gato que ignora lo que es una caricia,
y ni la da ni te la pide.

Tan sólo se sienta a mis pies,
indiferente a la acritud del frío.
Con discreción, evita mi mirada,
y es como si me conociese ya de antiguo.

(María Polydouri, Los trinos que se extinguen,
Vaso Roto Ediciones 2013. Traducción de Juan Manuel Macías)


***

«Σωτηρία»

Ας περάσει πια η μέρα με το φώς της.
Η νύχτα γιατί τόσο αργοπορεί;
Στων πεύκων τις σκιές μια πολυθρόνα
με καρτερεί.

Των θαλάμων θα σβήσουνε τα φώτα
κι’ ο ύπνος θάρθη σα λιγοθυμιά.
Ένα αδειανό κρεββάτι, εδώ δίνει
εντύπωση καμμιά.

Θα με διπλώση το σκοτάδι κι’ όπως
μεσ’ στις βαθιές σκιές θα μπερδεφτώ,
πως είμαι θα πιστέψω πάλι κάτι
από τον κόσμο αυτό.

Μέσα στο φόβο θα βαθαίνη η νύχτα
όταν ο άνεμος θάρθη ξαφνικά.
Ο ευκάλυπτος τα μαλλιά του θα τινάξη
και των ονείρων μαζί τα μυστικά.

Το μυστικόν αγώνα θα γροικάω
του φθινοπώρου, ανίκητος εχθρός.
Θα με λικνίζη χαρωπό τραγούδι
ο απελπισμένος θρός.

Κι’ αν δεν την καρτερώ, ξέρω πως θάρθη
η γάτα αυτή που νυχτοπερπατεί,
μια γάτα που δεν ξέρει τι είνε χάδι
και δεν το δίνει και δεν το ζητεί.

Στα πόδια μου κοντά κάθεται μόνο,
αδιάφορη στο κρύο το παγερό,
διακριτικά το βλέμμα μου αποφεύγει
κ’ είνε σα να με ξέρη από καιρό.

María Polydouri, en Sotiría (Atenas). 1928.

domingo, 17 de noviembre de 2013

La lluvia, de Antonio Rivero Taravillo, se presenta en Madrid



El próximo jueves 21 tendremos el gran honor de acompañar al poeta Antonio Rivero Taravillo en la presentación de su último y espléndido poemario, La lluvia (Renacimiento). El acto será a las 19:30 en la librería Rafael Alberti (C./ Tutor, 57).


***


PRESENCIAS


NO los años —ya tantos— que me falta,
sino los nueve meses
que fuimos uno.

Oír atentamente el mar, y en él
no oír el mar ya, sino escuchar
el ruido de una caracola.

Doblegar rigideces.
Como arrojar un pozo
al fondo de una piedra.


(Antonio Rivero Taravillo, 
La lluvia, Sevilla, Renacimiento 2013)

sábado, 9 de noviembre de 2013

María Polydouri en Qué leer

Muy agradecido a Enrique Villagrasa por las amables palabras que le dedica a Los trinos que se extinguen en el número de noviembre de la revista Qué leer.




viernes, 25 de octubre de 2013

Un apunte sobre No amanece el cantor

(Este texto se publicó en el número 359 de Quimera. Revista de literatura)

Los poemas que leemos quedan fatalmente contaminados de nosotros, de nuestro tránsito por ellos, de nuestro inagotable presente. Acaso dicho presente no sea más que una finísima línea de sueño entre pasado y futuro, esos inquietantes Scila y Caribdis; y el yo que lee, el acto puro de la voz que lee, un edificio condenado a caer y rehacerse sin parar a partir de sus escombros, igual que en una sucesión de fotogramas o eventos en hilera, como podría haber sospechado el genial Hume. Tal vez por ello, precisamente, nunca seremos los mismos lectores ni los poemas que leemos tendrán la misma luz ni dirán idénticas cosas a lo largo de esa escombrera que llamaremos «vida»; sin embargo, allí estará siempre nuestro precario hogar. Y allí, sin duda, encontraremos los libros de poesía que nos han tocado, no en el canon impersonal, que gira sobre sí mismo, inalterado como el universo de Newton y, por tanto, falaz. Ni en las recensiones de los filólogos, ni en la siempre artificial historia literaria, ni en la casi institucional urgencia de hacer cultura. Bien al contrario: los libros de poesía, como las ciudades o el amor, tienen su propio tiempo y también --¿por qué no?-- su tempo.

Con tal premisa, siempre desde la perspectiva personal y con palabras tal vez más osadas que eruditas, me gustaría dejar aquí unas líneas, atendiendo a la amable invitación de la revista Quimera, del notable libro de poemas No amanece el cantor, de José Ángel Valente (1929-2000), cuya primera edición vio la luz allá por el 1992.

Días aquellos que uno ve ahora, por cierto, entre el cariño, el asombro y el lógico distanciamiento. Por un lado, un servidor comenzaba a escribir poesía con cierta fruición, tal vez demasiada. Tiempos de universidad, de tanteo atolondrado y de leer todo poemario que pudiera caer en las manos, pero siempre felizmente lejos de círculos, escuelas, coros y danzas: prevención que, más o menos, he conseguido mantener intacta hasta el día de hoy. No olvidemos que por entonces, y tras el brillante naufragio de los llamados «Novísimos», se iniciaba en la poesía española un período casi de opereta, donde comenzábamos a asistir a la guerra ya declarada entre dos concepciones de la poesía, contienda que fue tan estéril y artificial como interesada. Primero, porque pocas cosas hay más tristes bajo el sol que ser dueño de una concepción de la poesía y, encima, alimentarla; segundo, porque en este país, y ya desde Góngora y Quevedo (ese curioso Jano Bifronte), las disensiones estéticas generalmente no son lo que parecen, y suelen ocultar un trasfondo mucho más mundano.

Naturalmente, bastó el tiempo y el saber desprenderse de un gran lastre de prejuicios y miradas puritanas de toda índole para que pudiéramos volver a distinguir las voces de los ecos en cualquier parte, por más que a los ecos les encante, en paisajes tan maniqueos, buscar el refugio, el calor y la modorra bajo las faldas de las voces. Siempre ha sucedido así. En todo caso, el lector encontrará ocioso recordar de nuevo hasta qué punto llegó a imponerse en este país no tanto un «tipo de poesía» (es evidente que un reduccionismo tal sería absurdo, y un mínimo sentido común nos muestra qué artificial y, por ello, qué injusta nos puede parecer, como toda etiqueta, la de «poesía de la experiencia») sino, más bien, una idea rectora, siempre gendarme, de cómo tiene que ser el poema, la cual propugnaba que el poeta siempre debería escribir poemas que su prójimo entendiera. Tal directriz nos resulta bastante ridícula y, a la postre, acaba siendo igualmente nociva para todo buen poema, «inteligible» o «no inteligible», si le seguimos el juego a esa jerga tan manoseada y tan poco pertinente en el mero placer de escuchar la poesía, venga de donde venga.

Frente a esa postura monolítica y esa «línea clara» siempre a la defensiva desde sus plazas fuertes, ese «defiéndenos Tintín que nos atacan», que escribió Luis Alberto de Cuenca en un endecasílabo, leer un poemario como No amanece el cantor le llevaba a uno de cabeza, y sin querer, al bando opuesto, que no era otro que el de quienes persistían en su voluntarioso, aunque minoritario, asedio a los baluartes de la claridad informativa. No recuerdo cuándo fue la primera vez que leí ese libro, supongo que en algún momento y lugar de los 90, pero lo cierto es que todo ese escenario de banderías me resultó saludablemente ajeno; y me lo siguió pareciendo cada vez que he podido regresar a aquellas páginas. La luz, como ya dije, puede que sea distinta en cada ocasión de lectura. Pero siempre con el mismo brillo de primicia, y el asombro que me llevó a aprenderme de memoria, sin darme cuenta, no pocos de sus pasajes, con el mismo entusiasmo e idéntica admiración con que también llegué a aprenderme poemas, por poner un ejemplo antípoda, de Julio Martínez Mesanza.

Nunca me planteé que esa poesía en prosa (me molesta especialmente el término «prosa poética») podría representar una concepción del poema, digamos, esencialista; el poema como un objeto de conocimiento y una suerte de clave encriptada para llegar al meollo del meollo de las cosas todas. Lo malo de las claves encriptadas es que siempre surge alguien que siente el raro e ineludible deber de desencriptarlas. Hasta el poeta, incluso, puede convertirse en repentino exégeta de su poesía, sin darse cuenta de lo mucho que puede llegar a estorbar en sus propios poemas. Si al divagar crítico o teórico unimos el mimetismo de los epígonos, podemos acabar, irremediablemente, en la más pesada ortodoxia. En un sahumerio dulzarrón de sacristía donde términos-fetiche como «palabra poética» o «silencio» se sacan todos los días en procesión, entre las exaltadas plegarias de los fieles.

Pero en No amanece el cantor, por suerte, no veremos amanecer tales cosas, ni tampoco en casi toda la poesía de Valente, tanto del primero como del último Valente. Al menos yo no lo he encontrado, pero sí he visto la magia y el misterio intrínsecos a la poesía, en los que siempre es ocioso redundar, de tan palmarios que son. Poesía a la que no le hace falta sacristía alguna. Y la música, presente ya desde ese hermoso título que busca con insistencia al 27. Y la prosa siempre fronteriza con el verso (esos dos términos engañosos, artificiales, tipográficos). Y la agitada y lacerada retórica con que el poeta reelabora la dicción de la mejor mística castellana, pero todo encauzado hacia la elegía y el canto por el ausente (no olvidemos que el libro fue escrito a raíz de la muerte del hijo del poeta). Y la impropiedad, como siempre, del idioma, y las palabras que llevan todo el equipaje de su camino, su colectiva memoria («[...] las antiguas palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre.»); las palabras que, por ser tan reales (nunca realistas), no pueden sustituir el cuerpo del ausente: «YO CREÍA QUE SABÍA un nombre tuyo para hacerte venir. No sé o no lo encuentro. Soy yo quien está muerto y ha olvidado, me digo, tu secreto.»


En ese cantor que no amanece, que nunca termina de amanecernos al fin, como si el título quisiera permanecer en su secreto, y una pregunta no se pudiera responder del todo, adivinamos acaso esa oscuridad que, como quería Salinas, es necesaria para la propia claridad del poema, para que amanezca el canto. Tal vez esa oscuridad es el no-lugar donde un hipotético Homero pone en marcha, desde el principio de nada, la maquinaria de la musa llamada Memoria. Igual es la misma oscuridad de nuestra garganta que nos reconstruye las palabras, y nos devuelve nuestra voz como ajena y nuestra a un tiempo, cuando leemos desde el sueño de nuestro presente: «[...] Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada hacia el centro de ti, no busca el alba, no amanece el cantor.»

jueves, 17 de octubre de 2013

Cuaderno ático, 2



Por fin está ya en el aire el número 2 de Cuaderno ático. 123 páginas. En este número de otoño colaboran Álvaro Valverde, Agustín Pérez Leal, Teresa Soto, Ibon Zubiaur, Marta López Luaces, Toni Quero, Natalia Litvinova, Juan Andrés García Román, José María Jurado, Efi Cubero, José María Castrillón, Helena Stagkouraki, Xavier Farré, Elías Moro, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, Esther Zarraluki y Manuel Rico.

jueves, 10 de octubre de 2013

Quimera (octubre)



La entrega de Octubre de Quimera. Revista de literatura llega, como ya está siendo habitual, con mucho contenido de interés. Pero, sin duda, el plato fuerte es ese ya famoso dossier sobre la poesía española de los últimos 35 años, realizado mediante el sistema de encuestar a poetas, críticos y demás gentes aledañas, y preguntarles cuáles han sido, a juicio de cada uno, los diez mejores poemarios publicados en dicho tramo de tiempo, colocados en orden descendente de excelencia. En la vida, las cosas con números o son un suplicio o son divertidas. Ya la propia revista avisa de que este ejercicio merece, más que otra cosa, la seriedad de un juego. Y como un juego un servidor se lo ha tomado cuando le tocó contestar a la encuesta, sin pretensión de colaborar en canon alguno, nuevo o viejo, porque ni creo en los cánones ni acabo de ver muy claro qué significan frases del estilo «entender de poesía», que es algo tan siniestro como entender de jazz o de sexo. Ir más allá de la mera subjetividad, de la propia vida de uno, me parece, como dijeron Les Luthiers, razonar fuera del recipiente. Mi lista es anárquica, además. Quiero decir que de un día para otro podría haber cambiado bastante, según mi estado de ánimo. A veces Europa estaría sobre Libro del frío, y otras al contrario. En muchas ocasiones se caerían algunos títulos para ser sustituidos por nuevos-viejos amores, según el vaivén de los estados de ánimo y la montaña rusa de las pasiones. Sospecho que si la estupenda revista barcelonesa repitiera cada mes la encuesta, como una suerte de rito, el top ten ideal acabaría sujeto a parecidas mudanzas.

Por lo demás, en este número he encontrado estupendos artículos, algunos de ellos firmados por amigos, incluyendo los que tratan sobre cada uno de los poemarios más votados. Porque eso es lo mejor, que un juego así, además de ser divertido, sirva de excusa saludable para escribir sobre un buen libro. En esta serie yo he tenido el honor de contribuir (o al menos, intentarlo) con un artículo sobre No amanece el cantor de Valente.

martes, 8 de octubre de 2013

Los trinos que se extinguen (ecos)

María Polydouri, en Sotiría. 1928



A principios del mes pasado anunciábamos por aquí la publicación en Vaso Roto Ediciones de Los trinos que se extinguen, mi traducción del célebre poemario (primero de los dos que publicó en vida) de la gran María Polydouri. Me alegra comprobar que estos trinos, en sus primeros pasos, se han ido ganando unos cuantos ecos acogedores y amistosos en internet. He tenido últimamente desatendidas a las diosas y a las nubes, y me hubiera gustado ir dando cuenta de estos ecos amables uno a uno, según llegaban. En cualquier caso, aquí van compilados, con todo mi agradecimiento.

El blog Grecia en los libros, a cargo del filólogo Julio Romero Fernández de Larrea, publicó, con el rigor que le caracteriza, la noticia de la novedad.

En otro interesante y recomendable sitio web, El muro de los librosPablo Santiago Chiquero firma esta magnífica reseña.

El poeta Luis Miguel Rabanal colgó en su siempre hospitalario blog el poema En mi casa.

En la versión on-line del periódico Zócalo de Saltillo (México) se puede leer un estupendo artículo, firmado por Sylvia Georgina Estrada, sobre la publicación del libro en México. Al artículo le acompañan cuatro poemas del libro.

Desde Inglaterra, el poeta Eduardo Moga dejó esta nota tan amable como generosa, en sus imperdibles Corónicas de Ingalaterra (epéntesis incluida).

Igual de generoso y amable este texto que escribía para su blog el poeta Álvaro Valverde.

Y otro gran poeta, Antonio Rivero Taravillo reseñaba así el libro para Estado crítico. Un honor.

Por último, no puedo ocultar la ilusión que me hizo ver cómo la web del Ayuntamiento de Kalamata (la ciudad donde nació la poeta), así como otros medios griegos, se hacían también eco de la publicación.

Primera edición de Οι τρίλλιες που σβήνουν
(Los trinos que se extinguen).
Atenas,  Kontomari, 1928

María Polydouri, Los trinos que se extinguen,
Vaso Roto Ediciones, 2013

lunes, 9 de septiembre de 2013

En Cuadernos Hispanoamericanos

El número de julio / agosto (757-758) de la revista Cuadernos Hispanoamericanos incluye un extenso artículo de Eduardo Moga que repasa detenidamente el trabajo de 12 poetas españoles contemporáneos. Mi enorme agradecimiento a la generosidad de Moga por haberme incluido en grupo tan ilustre, entre poetas tan admirados (y algunos de ellos, amigos).

Los 12 nombres reseñados en el citado artículo: Juan Carlos Mestre, María Ángeles Pérez López, Marta Agudo, Agustín Fernández Mallo, Mario Martín Gijón, Mariano Peyrou, Julieta Valero, Óscar Curieses, Juan Manuel Macías, Javier Pérez Wallias, Olga Bernad y Jordi Doce.

Tomo prestado del blog de Agustín Fernández Mallo la imagen de la primera página del artículo:



Olga Bernad, por su parte, subió a Issuu el artículo completo escaneado, que se puede leer aceptablemente bien mediante la opción de ampliar. La dirección aquí.

viernes, 23 de agosto de 2013

Los trinos que se extinguen, de María Polydouri, en Vaso Roto Ediciones


En Septiembre estará ya a la venta Los trinos que se extinguen (Οι τρίλλιες που σβήνουν), el célebre poemario de María Polydouri, traducido por mí y presentado en edición bilingüe. Lo publica Vaso Roto Ediciones. Aquí uno de los poemas de este libro:

Se ha sentado la hora del otoño 
ante mi puerta. Su mirada húmeda,
plena de una ebriedad que no es del mundo,
gravita sobre el campo de asfódelos.

¿Qué pensamiento brotará en sus ojos,
qué penoso delirio?
Deshojaron las sombras en su rostro
y es tan amarga su boca...

Pero, al caer la noche serena,
me llamará en silencio, dulcemente,
a seguirla entre la oscuridad.

Su andar será seguro y sigiloso,
mas ardiente mi fe, pues en secreto
es a ti a quien mis pasos siguen.

***

Του φθινοπώρου η Ώρα έχει καθήσει
στην πόρτα μου. Το βλέμμα της υγρό  
γεμάτο από το απόκοσμο μεθύσι,
πλανιέται σε ασφοδέλων τον αγρό.    

Τι σκέψη στη ματιά της νάχη ανθίσει,
τι ονειροπόλημα λυπητερό;
Στην όψη της σκιές έχουν μαδήσει     
Κ’ είνε το στόμα της τόσο πικρό...

Μα όταν κατέβη το γαλήνιο βράδι
θα με καλέση αμίλητα, γλυκά,         
να την ακολουθήσω στο σκοτάδι.

Το βήμα της βουβό και βέβαιο θάναι,  
μα η πίστη μου θερμή, πως μυστικά
τα βήματά μου σένα ακολουθάνε.

(María Polydouri, Los trinos que se extinguen, trad. de Juan Manuel Macías, Madrid, Vaso Roto, 2013)



viernes, 22 de marzo de 2013

Entrevista de Ati Solerti en Vakxikon.gr

En el último número de la revista digital griega de literatura Vakxikon.gr, se publica una extensa entrevista que me hizo Ati Solerti, magnífica poeta y traductora, de cuyo trabajo ya hemos tenido la suerte de hablar por aquí en otras ocasiones. Para mí fue un verdadero placer y un honor tener esa conversación con ella, y aquí les dejo el enlace, con todo mi agradecimiento:

http://www.vakxikon.gr/content/view/1468/8838/lang,el/

La entrevista fue realizada en griego. Espero hacer pronto, si el tiempo me lo permite, una versión para los lectores hispanohablantes. Pero hay más. Tras la entrevista vienen tres traducciones mías al español de otros tantos poemas de Erina de Telos (o Tilos), Cavafis y María Polydouri. Y, como broche final, un enorme regalo de Ati Solerti, su propia traducción de mi poema Cadencia, perteneciente a mi libro Tránsito (DVD Ediciones, 2011). Este poema ahora también es suyo. Me permito copiar aquí, emocionado, su versión:


ΠΡΟΣΩΔΙΑ
(Μετάφραση: Άτη Σολέρτη
Traducción: Ati Solerti)


Ήρθαν οι έρημοι
κραυγάζοντας
για να φιλήσουν την κόψη των βλεφάρων.
Θα μπορούσε να είναι το αίμα
μια λευκή παρτιτούρα.
Και η καρδιά περιπλανιόταν μέσα στα περιθώριά της
ξεριζώνοντας τον εαυτό της κάθε βράδυ.
‘Η ίσως η ελπίδα
ένα αργοπορημένο βήμα χορού
αποψιλωμένο πάνω στο ημερολόγιο.
Θα μπορούσε να είναι ο φόβος
το δωμάτιο ενός ξενοδοχείου
στιγμές πριν αλλάξει από άγγελος.
Ήταν τόση η οργή ή ο λυγμός
που όλες οι αλληλέγγυες βελόνες
παρήλαυναν όπως ένα όνειρο
για να καρφωθούν στα μάτια του πιάνου.

(Από την ποιητική συλλογή Μετάβαση, Eκδ. DVD Ediciones, 2011)

miércoles, 13 de marzo de 2013

El dios abandona a Antonio (una nueva traducción de Cavafis)





EL DIOS ABANDONA A ANTONIO
(Constantino P. Cavafis)


Cuando, de pronto, se deje oír a medianoche
el paso de una invisible comitiva,
con músicas sublimes y con voces,
tu suerte que cede, tus obras
malogradas, los planes de tu vida
que acabaron todos en quimeras, será inútil llorarlos.
Como el que está listo ya hace tiempo, como el valiente,
despídete de ella, de la Alejandría que se marcha.
Sobre todo, no te engañes, no digas que fue
un sueño, ni que se confundieron tus oídos;
no te rebajes a tan vanas esperanzas.
Como el que está listo ya hace tiempo, como el valiente,
como te corresponde por haber merecido tal ciudad,
quédate firme frente a la ventana
y escucha con emoción
—no con las súplicas y las quejas de los cobardes—
el rumor, cual un último deleite,
los sublimes instrumentos de la secreta comitiva,
y despídete de ella, de la Alejandría que pierdes.

(Traducción: Juan Manuel Macías)

Actualización 17 de octubre de 2015. Mi traducción de la Poesía completa de Cavafis en Pre-Textos:

http://www.pre-textos.com/prensa/?tag=poes%EDa-completa-cavafis


***

ΑΠΟΛΕΙΠΕΙΝ Ο ΘΕΟΣ AΝΤΩΝΙΟΝ


Σαν έξαφνα, ώρα μεσάνυχτ’, ακουσθεί
αόρατος θίασος να περνά
με μουσικές εξαίσιες, με φωνές—
την τύχη σου που ενδίδει πια, τα έργα σου
που απέτυχαν, τα σχέδια της ζωής σου
που βγήκαν όλα πλάνες, μη ανωφέλετα θρηνήσεις.
Σαν έτοιμος από καιρό, σα θαρραλέος,
αποχαιρέτα την, την Aλεξάνδρεια που φεύγει.
Προ πάντων να μη γελασθείς, μην πεις πως ήταν
ένα όνειρο, πως απατήθηκεν η ακοή σου·
μάταιες ελπίδες τέτοιες μην καταδεχθείς.
Σαν έτοιμος από καιρό, σα θαρραλέος,
σαν που ταιριάζει σε που αξιώθηκες μια τέτοια πόλι,
πλησίασε σταθερά προς το παράθυρο,
κι άκουσε με συγκίνησιν, αλλ’ όχι
με των δειλών τα παρακάλια και παράπονα,
ως τελευταία απόλαυσι τους ήχους,
τα εξαίσια όργανα του μυστικού θιάσου,
κι αποχαιρέτα την, την Aλεξάνδρεια που χάνεις.

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martes, 5 de marzo de 2013

En Clarín (103)


En el último número (enero y febrero) de la benemérita (y ya centenaria) Clarín, tengo el honor y el placer de colaborar con mi traducción de un largo poema en prosa de Cavafis, titulado Los barcos. El texto va acompañado de su versión "original" en griego, y precedido de una breve nota de introducción.

domingo, 6 de enero de 2013

Teoría y alegato de la mujer dormida

(Este texto se publicó por primera vez en la web de DVD Ediciones, en el verano de 2008)


 Entre Segovia y Cercedilla se alza un célebre y muy esmerado macizo de montañas que aquí llaman «la mujer muerta». No se advierte desde el pueblo. Hay que subir. Yo lo vi por primera vez siendo muy niño, cuando ni siquiera sospechaba que acabaría viviendo en Cercedilla, en uno de aquellos viajes dominicales, madrileños y pequeño burgueses en el curiosísimo ferrocarril del Guadarrama, que es un tren de juguete para adultos. Recuerdo a aquellos mismos adultos, viajeros del mismo vagón, repetir insistentemente : «Mirad, la mujer muerta». Y yo, que era un niño muy impresionable, me alarmé bastante. Pero también era un niño muy curioso, y no dejaba de buscar a mi alrededor con un placer de vértigo. ¿Quién sería aquella extraña señora, que estaba muerta?  Todos miraban por las ventanillas, y yo imité, y cuando reparé en el perfil que dibujaban las montañas ninguno de esos adultos tuvo que explicarme nada.

La mujer muerta, sí. Luego la vi muchas veces, pero nunca con aquellos ojos y con aquella luz. Supongo que la memoria no deja de levantar sus quimeras, y no sé si aquel leve fulgor sonrosado que embozaba esas montañas sólo forma parte de mi deseo. Pero lo cierto es que la primera imagen fue irrepetible. Porque, entre otras cosas, me concedió una certeza que nunca me ha abandonado: la lejana melancolía que puede llegar a conformar el cuerpo de una mujer y que, de hecho, lo conforma y lo sostiene en un leve equilibrio contra la nada. Pegué mi cara al cristal como queriendo olerla y tocarla, pero el tren de juguete entró temerariamente en una curva y ella se fue alejando, lenta.

La naturaleza pone los lugares y nosotros los símbolos. Tal vez sea ésa una explicación para lo que llaman pareidolia, la tendencia de la mente humana a crear formas humanas uniendo una serie de elementos aleatorios, en un paisaje, en una cortina, en una nube, etc. Me parece muy humana la pareidolia, sí, y me gusta muchísimo que tal debilidad lleve un nombre tan evocador y tan griego. La naturaleza, por supuesto, nunca quiere decirnos nada. Es un exceso de romanticismo pretender lo contrario. Pero nosotros siempre estaremos gravemente aquejados de símbolos. Uno de ellos puede ser la silueta de una mujer tendida de cara al cielo, con la cabellera desperdigada y la doble pendiente de sus pechos.

Tendida. Pero, ¿muerta?  Uno puede pensar que aquí en el Guadarrama lo llevamos todo por lo tremendo. Pero buscando en Internet para llenar mis severas carencias montañeras, he descubierto que hay otros macizos de montañas por ahí que inducen a una semejante pareidolia y que llevan el mismo nombre. Todas, inevitablemente, muertas.

Es probable que mi humilde equipaje de símbolos no tienda demasiado al tremendismo serrano, porque a mí siempre me ha parecido que el perfil de esas montañas representan, más bien, una mujer que duerme, tendida sobre su espalda. «Mucho sueño para un adulto», podríamos pensar, citando al gran y escéptico Miguel Gila. Pero yo siempre la he tenido, salvo en algún momento oscuro, por «la mujer dormida», y espero contar con más gestos de adhesión para cambiarle el nombre.

Me gusta que en algún lugar de estas sierras, entre Segovia y Cercedilla, insista en su perpetua siesta, con esa inmensidad inalcanzable y tan propia de las mujeres dormidas. No la despiertan ni las confusas, profanas y verbeneras noches de Cercedilla en verano, con sus orquestas de charanga y sus hormonas goliardescas. A ella no, nunca, pero a mí desde luego, me crispan los nervios. Y pensar en disparar a alguien por no poder dormir o querer tener una conversación insomne al menos, me hace recordar muy gratamente a Juan Ramón Jiménez, que sabía muy bien lo rara que se pone una mujer dormida. Lo decía en estos versos que aquí me apetece mucho recordar:

Cuando, dormida tú, me echo en tu alma
y escucho, con mi oído
en tu pecho desnudo,
tu corazón tranquilo, me parece
que, en su latir hondo, sorprendo
el secreto del centro
del mundo. Me parece
que legiones de ángeles,
en caballos celestes
—como cuando, en la alta
noche escuchamos, sin aliento
y el oído en la tierra,
trotes distantes que no llegan nunca—,
que legiones de ángeles,
vienen por ti, de lejos
—como los Reyes Magos
al nacimiento eterno
de nuestro amor—,
vienen por ti, de lejos,
a traerme, en tu ensueño,
el secreto del centro
del cielo.


ESTRAMBOTE: Muerta, dormida... También hay una tercera posibilidad, y es que tan sólo esté pensando y pensando con los ojos cerrados. Igual, hasta se ríe con lo que escucha. Es probable que algún día se levante. Ese día no será el fin del mundo, pero será un día, desde luego, digno de ver.


La Mujer muerta desde Segovia (foto: Wikipedia)