domingo, 12 de julio de 2015

ADESTE HENDECASYLLABI QUOT ESTIS

Esta vez no
vendrán, Catulo,
los endecasílabos.

Aunque vacíes las botellas hasta el fondo de los ojos,
y persigas en todos los desaguaderos las últimas notas y la rúbrica aceitosa con que la noche se despide,
sólo obtendrás en respuesta tu propia saliva cayendo por el día,
el vacío, el deseo, el sutil infinito que media entre palabra y palabra
mientras las cosas te entregan su luminosa espalda ausente. Miedo. Miedo
o, sencillamente, el esbozo de una pantomima a punto de quebrarse
como el débil filamento de un recuerdo.

El beso, la caricia, la demora y la teta,
acaso una docena de naufragios, sueños enfermos de brea y acordeones malheridos,
la geometría intachable de la muerte en el sombrero de copa de Fred Astaire
—palabra y palabra—, y todo a la deriva en un puñado de islas desconocidas entre sí,
un vaivén de alas escoradas con un fondo elemental de ira,
sin remedio,
sin encontrar la tecla precisa, la trenza indispensable
que ponga en marcha, una vez más, ese pequeño y dulce y obediente animal retórico.

Hay un íntimo estruendo de máscara.

La certeza del mundo rendido a su intemperie.

El largo mundo donde llueve o lesbia.

Y en cada sílaba muerta, irreparable,
la perfumada culpa de su nomeolvides.

(de "Tránsito", DVD Ediciones, 2011)