domingo, 6 de septiembre de 2015

Un soneto de Blas de Otero

La siempre denostada rima (imagino que por el abuso del ripio), nos devuelve como niños a la calidad acústica del idioma y de la poesía. Su peso, su densidad, su somatismo. Como las ramas que crujen con el aire, el mar que rompe o la lluvia en el tejado. Este soneto del gran Blas de Otero es un bálsamo. Con su insultante rima, el campanario de sus aliteraciones, su profunda alma percutida, nos cura de tanto endecasílabo sordo (que no blanco). Hay poemas que sólo pueden ser un soneto. Nunca estar en un soneto, como si se tratara del barco metido en la botella con más o menos pericia. Los poemas sólo pueden ser como son, y en esos límites asumidos, su latido de Tántalo entre dos orillas de silencio, encontraremos siempre la libertad.

***

...Tántalo en fugitiva fuente de oro
Quevedo

Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.

Cuerpo de la mujer o mar de oro
donde, amando las manos, no sabemos,
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro...

Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.

Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.

(Blas de Otero)