jueves, 30 de junio de 2016

Dicen los que saben

Se preguntaban por esas cosas inútiles que hacían los hombres para distraer el curso de su vida: los hombres escribían, soñaban, rodaban películas, entonaban canciones, dibujaban, levantaban estatuas y erigían templos para los dioses severos y sonrientes. Pero los hombres sólo acertaban a mirar: miraban el mundo en su perpetua fuga, el misterio del tiempo, el instante implacable del amor, siempre anterior a los labios, al cansancio y a los mapas del cielo. Los hombres inventaron las ciudades, trazaron los caminos y las calles, alisaron los aeropuertos. Y el aullido de su íntimo, pequeño animal lo lastraron de nostalgia, y por eso --dicen los que saben-- nacieron las palabras, con el timbre de sus sílabas para embridar el mundo, para comprenderlo. Pero las palabras también eran el mundo y, como todo lo que los hombres construían, como ellos mismos, estaban hechas de tiempo, eran arena de oro entre los dedos, como las canciones que cantaban, incluso como las estatuas inmóviles sobre las que mudaba la luz de días y de noches, la ansiedad, el dolor de la mirada transeúnte por sostener la pureza de un instante. Se preguntaban los dioses por esas cosas inútiles que hacían los hombres. Los dioses crearon el mundo en su felicidad y su presente. Pero los hombres miraban; y en su mirada, la verdadera autoría del mundo, todo su sueño y su vigilia, el brillo pasajero de un caudal de voces, la senda que se marcha hacia el final del día.

lunes, 27 de junio de 2016

La casa más extraña

El poeta construye en el poema la casa más extraña del mundo a su medida. Tan extraña (y tan a su medida) que, al terminarla, la llave no le entra en la cerradura. Y la orden de desahucio viene de camino.

domingo, 5 de junio de 2016

Sin título

Cascabel del instante, breve acento,
intensidad o tráfago en el margen.

Huésped
elíptico
de las bajas noches.

¿Dónde

tendré ya que beber tu luz más básica,
depurada en esquinas
de lento lento olvido?

De nuevo el ademán de deshacer el paso
no trae más que un residuo de encadenadas sombras
en la miel irreversible del crepúsculo.

No hay contrapunto fiel a tanto esquema
ni siquiera una rúbrica en flor de su mentira:
al fondo de la voz yace un extraño
trajín de oscuros, enrarecidos caminos.
El viento lleva a ras de suelo el hambre.
No hay mundo ya:
sólo un candil de espera.

(¿Quién deshoja las tímidas alcobas,
la bandera del cielo de la infancia?)

Ave sin norte, azar, esquirla o trépano
te llamaré por siempre, asumidas las reglas
de este azul de placenta que inventa su vigilia,
cuando en sueños aún, en la última gesta,
queríamos abrir de par en par el día
y oscurecimos de pronto, como en los cuentos grises.

Demasiado pronto
para tanto equilibrio
arruinado en las curvas de tu precario reino.
Oh pobre, pobre criatura, inútil parpadeo,
afán minúsculo, mortaja o canto
dejado a la ceniza codiciosa
y a las manos avaras del silencio.


(De Cantigas y cárceles, Isla de Siltolá, 2011)