jueves, 6 de diciembre de 2018

Sitios

Hace ya bastante tiempo tomé la decisión de prodigarme lo menos posible por internet. Evidentemente, no lo he cumplido. A decir verdad, todavía no entiendo cómo alguien tan poco grafómano como un servidor ha llegado a tales extremos. Quizás, como al protagonista de la inolvidable After Hours de Scorsese, unas cosas me han llevado a otras y, al final, el desmadre declarado. Lo único que queda es intentar aceptar la situación y poner un poco de orden al menos. Veamos.

  • Este blog estrictamente «literario» (por decirlo de alguna forma), Las diosas y las nubes, sigue en esta vetusta plataforma de Blogger y creo que seguirá para los restos aquí, en parte por pereza y en parte por cierto apego sentimental. Aunque detesto Blogger como detesto Google, que se ha vuelto una hidra tan perniciosa como otras hidras y monstruillos del estilo de Microsoft o Apple.
     
  • Sin embargo, mi blog de Apuntes tipográficos lo he decidido mudar a un subdominio de la web de Cuaderno Ático. Ya que estoy pagando un dominio y un alojamiento en one.com (con sus luces y sus sombras pero, en fin, de momento el servicio es aceptable), mejor aprovechar tanto Gb libre. Además de que montar y mantener tu propia instalación de Word Press es una liberación y una delicia. Así que aquí va la nueva dirección donde seguiremos hablando de tipografía digital, de TeX, de software libre y, de paso, despreciando los falsos estándares propietarios y esa plaga para la tipografía llamada «diseño gráfico»: http://revistacuadernoatico.com/apuntestipograficos/
     
  • Igualmente, también queda en un subdominio de Cuaderno Ático esta web donde voy reuniendo una muestra (no exhaustiva) de mis trabajos en composición tipográfica: http://www.revistacuadernoatico.com/jmmtipografia/
     
  • Por último, Cuaderno de GNUtas nació del experimento de un rato ocioso, pero reconozco que es algo que me divierte hasta el vértigo. En principio era para mi uso personal, un lugar donde voy reuniendo una serie de notas informáticas de tema, digamos, correoso: programación pura y dura, código, resolución de problemillas, hallazgos e incluso asombros. Cosas, en suma, que de un modo u otro merecían y merecen ponerse por escrito, aunque sólo sea para recordarlas y comprenderlas. Todo, por supuesto, en torno al sistema GNU / Linux. Y mucho Emacs también. Me temo que no será muy contagioso el entusiasmo, legítimo por otra parte, con que lo voy escribiendo. Lo mantengo en abierto porque una de las premisas del software libre es compartir el código y los conocimientos. Humildes, pero que tal vez puedan resultar de alguna utilidad a alguien. No es un blog stricto sensu. Mas bien una serie de páginas estáticas que escribo directamente en Emacs y en Org Mode, las exporto a HTML y las albergo en un repositorio Git de los servidores de GitLab: https://maciaschain.gitlab.io/gnutas/

(Y además de eso, seguimos traduciendo la Odisea).

viernes, 23 de noviembre de 2018

Teclados, Emacs y el marqués de Bradomín

I

Vuelvo a leer estos días, imagino que por elemental reacción frente al desabrido temporal y el trabajo que acomente en hordas, la Sonata de estío de Valle Inclán. Una o dos páginas que aguardan en la mesilla de noche para dejarse ir rodando al sueño, mansamente, mientras se enreda en sus rancios claustros el divagar heráldico y erótico de Bradomín, bajo la luz dorada —a la par que ambigua— de aquel México, acaso también algo gallego, de bandoleros, aterradoras éticas de la posesión y Niñas Chole. Todas esas convulsiones y desarreglos, extrañamente, me traen una paz cabal y suficiente para caer rendido. Fuera sigue la lluvia.

Pero entre la lentitud tan agradable en que la sonata avanza, me da por pensar también qué habría pasado si nuestro buen marqués hubiese sucumbido a este otro aguacero de las redes (mal llamadas) sociales de hogaño, donde cada gota es de inmediato suplantada por la siguiente, constante sucesión de la nada en un runrún de fondo. En este ámbito de lectores nerviosos e impacientes que no leen, pues antes de que empiecen ya terminan, de gente que se fotografía los pies de su soledad o la taza de café que se está tomando con nadie. Donde hay una impostura de vida, e incluso de vida literaria, que es la impostura de otra impostura. No creo que a Bradomín le llevara mucho adaptarse, a él, tan galán de mundo, aunque a costa de atomizarse en un sinfín de ocurrencias y gracias, merecedoras sin duda de los likes y los enjutos emoticonos; y destinadas, sin duda, a ser trending topic por algunas horas. Una actualidad que de rabiosa tiene poco, pues difícilmente muerde. Y hasta lo encontrara divertido, pero nos acabaría privando de esa serena música de cámara, la clara matemática que da sentido a tanta tesela de ardores y arrebatos.

II

No creo que haya un editor de texto tan esencialmente comprometido con eso, el texto, como lo es GNU Emacs. Para él cualquier cosa es un texto y merecedora de ser tratada como tal, y gracias a ello resulta la herramienta perfecta para todo aquel que escriba, ya sea código de programación, una nota improvisada como ésta o la traducción de la Odisea. A Galdós, que escribía casi tanto como un programador de software libre, le hubiese encantado. Pero en torno a Emacs, además de muchas leyendas y gracietas, también acabó propagándose un curioso daño muscular conocido como «el meñique de Emacs». Se debe, según cuentan, a la ubicación de la tecla CONTROL en los teclados QWERTY de ahora, y a que esa tecla estaba presente, en diversas combinatorias, en los comandos más habituales del editor. Ahora bien, ya que se iba a usar mucho, ¿se escogió la tecla por simple masoquismo? La explicación, más mundana, es que los teclados de las computadoras de los '80 para trabajar con el lenguaje Lisp (y Emacs está escrito en un dialecto de Lisp) situaban la tecla CONTROL donde nuestros teclados tienen la ALT, junto al espaciador, mucho más cómoda de pulsar y que no lleva a poner a prueba la resistencia de nuestro pobre meñique.

Por supuesto, lo del meñique de Emacs tiene visos de ser una cosa del pasado, ya que las versiones modernas han transladado muchos de esos comandos cotidianos, precisamente, a la tecla ALT, además de que cada usuario puede remapearse el teclado y los atajos a su gusto. Pero siempre se hilará más fino. Por ejemplo, no hace mucho encontré este artículo, donde se pasa revista a una serie de teclados «ergonómicos» y, al parecer, idóneos para Emacs. Confieso que algunas formas me resultan de lo más extrañas, como los mandos de una nave espacial alienígena (igual así nos ven algunos esclavos del Word a los usuarios de Emacs). Ni acabo de entender dónde está la ergonomía en ciertos casos, bastante bizarros. Por mi parte, me encuentro pero que muy cómodo usando Emacs tal y como lo hago, ni creo que haya nada más confortable que las rutinas de mi adorado editor. Pero también pienso que invertimos demasiado poco en teclados. Lo cual me recuerda que debo comprar uno estas Navidades.

Todo eso, por supuesto, no deja de contrastar con los aborrecibles teclados táctiles de hoy día, pensados para el comentario fugaz, el jiji y el jaja. Aún está por descubrir qué nueva dolencia traerán a sus usuarios. O quizás es que aquí la enfermedad ya viene antes que la causa. Si los textos caracterizan a una época, no menos podrán hablar de ella sus maneras de escribir y sus teclados.

domingo, 11 de noviembre de 2018

El poema como la danza

La poesía, como todas las cosas que nos apasionan de este mundo, incluso como la propia vida, requiere un esfuerzo. Pero no es el esfuerzo intelectual ni el aplicado y silencioso estudio ni los intimidatorios pasillos de las bibliotecas con los cuales tanta tradición escrita nos ha querido siempre confundir, ensordecer y, en última instancia, embobar. El esfuerzo que me reclama la buena poesía es siempre físico. Ese puro movimiento que está dentro de la palabra emoción. Y es que el cuerpo rígido se desespera por salir a quién sabe qué campo abierto, bajo cielos insultantes de claridad o a través de todas las temestades y aguaceros del mundo. Ese verso maravilloso que estremece, que nos lleva a decirlo en alta voz, a despegar unos labios como quien abre de par en par la puerta de una habitación cerrada por mil años. Aunque se quede apenas en un susurro inaudible siquiera para quien se sienta a nuestro lado en el autobús. Pero en la cabeza ya es una victoria, un trueno. ¿Acaso no cantaba Demódoco en la Odisea sus versos en el centro mismo de la danza? Y es que el verso maravilloso, el poema que nos empuja es danza pura. A mí me entran ganas de bailar, de hecho. Pero también de trepar a los edificios gubernamentales, de despeñarme en bicicleta por un barranco, de besar a las estatuas o de pilotar un biplano hasta estrellarme con gusto en un descampado. No lo hago, naturalmente, porque uno vive a principios del siglo XXI en Europa, y hay que guardar cierta consonancia con los tiempos. Pero se me ocurren ésas y otras cosas más terribles. Todo menos «estudiar» el poema.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Apple y la no libertad

La corporación Apple no se ha venido significando especialmente por proteger y defender la libertad de sus usuarios, sino más bien por todo lo contrario. Y es que su historia, ya desde los ochenta, está generosamente nutrida de prácticas despreciables, actividades de dudosa ética y todo un variado muestrario de picarescas, como ésa tan de Apple de inflar absurdamente el precio de sus productos: el viejo truco de ofrecer algo más caro para que todos lo deseen. Y así, todavía muchos se mueren por tener un ordenador normalillo a precio tres veces mayor de lo que vale, con tal de que esté revestido de una vistosa carcasa con la manzana mordisqueada, bien a la vista. Eso, con todo, no es lo más grave. Al fin y al cabo, uno es libre de tirar el dinero por las cloacas que se le antojen. Y de arrojar también su propia libertad. Porque lo que realmente huele mal de la corporación gili-hipster que reflotó el tan ingenioso como malévolo Jobs (cuando aquélla estaba acercándose a una extinción que muchos hubiésemos celebrado), lo que al final la hace tan aborrecible es su manifiesto desprecio por la libertad. Su software privativo y propietario, sus DRM, sus puertas traseras de fisgoneo y su tendencia a capar con descaro el hardware que ensambla y vende.

Se nos avecina una nueva edición de eso último, según me entero por el siempre interesante blog La mirada del replicante. Al parecer, los próximos modelos de Macintosh llevarán un chip que hará prácticamente imposible la instalación y ejecución de un sistema operativo GNU / Linux. Y en general de cualquier otro sistema que no sea MacOs o (con reservas) Windows. Y esto es grave, muy grave y muy demoledor. El que en un hardware que el usuario adquiere y por el que paga (y paga bastante), no pueda este usuario ejecutar el software que le venga en gana, por culpa de una limitación diseñada ex profeso y que viene de fábrica.

Apple, desde luego, acostumbra a tratar como tontos a sus usuarios, aunque con no pocos ya se encuentra buena parte del trabajo hecho. Pero también me consta que todavía tiene usuarios inteligentes, aunque sufridos. Me suelo topar más con los del otro extremo, aquellos que se deshacen de placer cada vez que la corporación de la manzana les llama a pasar por caja, como una especie de sacrificio ritual. Pero no todo está perdido y aún no termina de ser absolutamente incompatible ser sensato y tener un Mac. Ojalá empiecen a tomar nota de éstas y de otras conductas similares.

Para el resto, la solución es bien sencilla. Y conviene hacer énfasis en ella, ahora que se avecinan las Navidades y la mano tonta en la tarjeta de crédito. No compren un Mac, ni ningún iCacharro. Y no lo digo sin cierta tristeza, por la enorme simpatía que me despierta un tipo como Steve Wozniak, el Steve bueno, creador de la Macintosh. Pero sigo pensando que estaba con el Steve equivocado. Y en el garaje equivocado.

martes, 30 de octubre de 2018

Programando

En una conferencia sobre el editor de texto Emacs, su autor Richard Stallman contó una anécdota que me resulta muy ilustrativa sobre cómo se dejan intimidar sin motivo muchos usuarios de ordenadores ante ciertos términos. Algo que han sabido aprovechar las grandes corporaciones de software propietario, explotando a conveniencia esa idea algo malsana de «informática amigable», que podríamos traducir como «todo para el usuario pero sin el usuario». Cuenta Stallman, en fin, que cuando se desarrolló Emacs en el MIT comenzaron a usarlo para redactar sus documentos todos los del personal de administración del centro. Les entregaron a cada uno un librito llamado Manual de instrucciones. Un título puesto con mucha astucia, ya que evitaron escribir lo que realmente era aquel manual, un Manual de instrucciones… de programación. Porque Emacs es un editor programable y extensible. Y he aquí que todos los administrativos del MIT acabaron programando profusamente sin saber que estaban programando. E imagino que cada uno llegaría a hacer, a su manera, verdaderas virguerías, pues en el fondo estaban adaptando el software a sus necesidades

A mí me pasó algo parecido. Hace ya tiempo encontré el gusto por la programación a través de dos vías. Por un lado, cuando comencé a estudiar y usar el sistema de composición tipográfica TeX. TeX es programación pura y dura, y si quieres trabajar con TeX no te queda otra que aprender a programar en TeX, de igual forma que si quieres hablar japonés debes aprender japonés. Pero es un trabajo (evocando a JRJ) siempre gustoso, y los esfuerzos nunca se quedan sin recompensa. La otra vía llegó cuando me enamoré del editor de texto Emacs, con el que mantengo un idilio casi ininterrumpido desde el 2007, año en que empecé a usar GNU / Linux. Emacs, como dije antes, es extensible y programable ad infinitum mediante un lenguaje llamado Elisp, que es un dialecto de Lisp, probablemente de los lenguajes de programación más elegantes y divertidos que haya. Y de los más antiguos: se remonta a la década de los 50, nada menos. Gracias a eso, podemos hacer en Emacs casi lo que nos venga en gana. Y si algo en concreto nos desborda, siempre habrá en otro punto del mundo alguien que sepa más que tú y que comparta contigo y con el resto de la comunidad su código. Y es que, a estas alturas, ya soy incapaz de usar cualquier programa que no me deje editar aunque sea un mínimo archivo de configuración. Y que se quede sólo en unos cuantos botones que deba pulsar dócilmente, sin saber muy bien el por qué. Para mí eso no es informática amigable.

Un ejemplillo menor de lo dicho, sacado de mi trabajo cotidiano. En mi traducción de la Odisea, sin ir más lejos, cada canto es un árbol de un documento escrito en el Org Mode de Emacs, que contiene no sólo mi traducción propiamente dicha, sino más árboles donde incluyo comentarios y notas no exportables. ¿Cómo separo un árbol determinado del resto, y me aíslo con él para escribir o revisar su contenido? Lo cuento (por si interesase a alguien que quier enamorarse también de Emacs) en mi humilde Cuaderno de GNUtas o Noches Áticas de desvelos informáticos.

sábado, 27 de octubre de 2018

Nogal y perspectiva

El gran nogal de mi vecino, por hábito de la pendiente y la perspectiva, me ofrece a mí mejores vistas que a su dueño, que apenas sólo lo puede mirar desde la base. El nogal está siempre en mi ventana, y es mi reloj infalible de las estaciones. En verano, verde de hojas. El otoño, implacable y minucioso, se encarga de ir corrigiéndolas al amarillo. Y en invierno las ramas blancas y desnudas se alambican como un largo pensamiento. Pero no se puede tener todo en esta vida: mi vecino se queda con las nueces.

sábado, 20 de octubre de 2018

Cuaderno Ático marcha hacia el número 10

Recuerdo que alguien una vez —hace ya tiempo— me preguntó si Cuaderno Ático era una revista «clásica». Ignoro si con ello quería decir «de poesía clásica», «de clásicas» o la «clásica revista». Pero en realidad no es ninguna de esas tres cosas, por diversos y variados motivos que aquí no cabe referir. Me hizo mucha gracia, en cualquier caso, el comprobar de nuevo qué sambenito tan largo arrastra el epíteto «ático». Es evocarlo y ya todo se nos llena de columnas, templos y estatuas. Supongo que si la revista se hubiese llamado Cuaderno Madrileño pocos se hubiesen interesado si era una publicación sobre zarzuela. Tal vez algún día cuente por qué Cuaderno Ático se llama como se llama, pero lo que sí adelanto es que no viene su nombre de ningún género del clasicismo, en el cual ni milito, y del cual procuro huir como de la peste. No soy clásico, me temo. Cuaderno Ático, tampoco. Entre tanto, vamos preparando, sin prisas ni urgencias —porque aquí estamos en el recreo y no en el estudio—, el número 10, que será también una pequeña celebración: haber logrado entregar 10 números de una revista de poesía sin haber perdido la razón (no más de lo habitual) y sin poder averiguar aún qué es la poesía. Afortunadamente.

Hasta la salida del nuevo número, los 9.5 números anteriores pueden consultarse, como siempre, en la web de la revista:

Desde allí también se pueden adquirir las versiones impresas, a partir del número 6.

Portada del número 9.5 de Cuaderno Ático

viernes, 19 de octubre de 2018

Prodigios

Después de horas de trabajo frente a la pantalla, salí a respirar un poco el aire y la tarde. Había llovido. Y flotaba un olor a leña quemada que ya no venía de ninguna barbacoa tumultuosa. A decir verdad, venía de mucho más lejos y de muy antiguo. Un olor casi sagrado y solemne. Es el olor, por fin, del otoño, de la estación de los prodigios: como estar en el palacio de Alcínoo y Arete, en el país de los feacios, que aman los remos.

domingo, 14 de octubre de 2018

La Odisea y Git

Para mis trabajos de composición tipográfica y algunas de mis traducciones (sobre todo la de la Odisea) uso un software de control de versiones llamado Git. Es muy popular entre los programadores, pero para los que usamos texto plano en otros menesteres (en mi caso escribir, traducir o componer libros) puede resultar increíblemente útil —diría que hasta indispensable— además de que es muy sencillo de usar. ¿Qué hace Git, cuyo símbolo es un gato? Pues una cosa muy simple: sacar distintas instantáneas de una línea temporal. Podemos trabajar con varias líneas temporales paralelas o «ramas» simultáneamente, y fusionarlas cuando queramos. Cada instantánea contiene cualquier añadido, supresión, modificación, etc que se haya hecho a la versión anterior, de lo que Git nos informará detalladamente cada vez que le pidamos que compare dos o más textos. Las instantáneas las va almacenando Git en algo llamado «repositorio», que no es más que una carpeta donde se incluyen cuantos archivos y documentos queramos. De hecho, una instantánea concreta recoge el estado puntual en la línea de tiempo de nuestro repositorio, de todos sus archivos y subcarpetas. Cada vez que creamos una versión y la vemos digna del memorioso Git, cuyo símbolo es un gato, haremos entonces un «commit», que es como una miguita de pan en nuestro camino, y lo mandaremos al repositorio. Yo trabajo con un doble sistema de repositorios: uno local, para mis ordenadores de casa (e incluso el móvil) y otro remoto en el servicio gitlab.com, que a diferencia de github.com permite mantener repositorios privados sin coste alguno para los usuarios. Ambos repositorios, local y remoto, están siempre sincronizados. Es decir, que si termino un tramo de traducción, y quiero crear un «commit», abro la terminal y escribo:

git add .
git commit -m "Odiseo sigue con su parlamento y corrección de xx versos en Canto xx"
git push origin master 

El primer comando añade los cambios a la cabeza de la línea temporal. El segundo crea el «commit» con el nombre que se nos antoje (también podemos añadir comentarios y demás en cada «commit» o asignar etiquetas para «commits» especialmente memorables). El último comando envía el «commit» también al repositorio remoto («origin»), que está sincronizado en la rama principal o «master». Y así de sencillo y así sucesivamente siempre.

Bien. ¿Y por qué cuento todo esto? Pues porque necesitaba explicarlo antes para decir que hoy he revisado mi repositorio de la Odisea y resulta que ya he sobrepasado la homérica cifra de 3000 «commits». Nada despreciable, aunque muy lejos de los 783542 «commits» que tiene a fecha de hoy el núcleo Linux en sus sucesivas contribuciones y versiones. En cualquier caso, Homero no creo que precisara de Git. Él mismo era Git, cuyo símbolo es un gato.

Guirnalda en Vakxikon

La revista digital griega Vakxikon.gr publicó hace poco esta hermosa versión que hiciera a la lengua de Homero Cristina Rorris Michos de mi poema «Guirnalda», que pertenece a mi próximo libro de poemas Emisarios. Un gran honor.

(El poema original se puede leer aquí).

jueves, 11 de octubre de 2018

De Liddell-Scott y diccionarios digitales

Notas y tareas

Hay muchas formas de consultar la versión on line del venerable diccionario de griego Liddell-Scott, pero ninguna de ellas tiene la gracia y el encanto que nos proporciona acudir al volumen original. Bajarlo de la estantería, depositarlo en la mesa y abrir sus páginas de papel biblia se parece a un rito añejo, como cuando se sacaba la vajilla de los domingos o se vestía uno para tomar el vermut. Y recorrer sus entradas en esa hermosa tipografía Porson tiene mucho de viaje, de aventura siempre generosa en asombosos hallazgos. Pero también —y aceptémoslo— es un dolor. El endemoniado libro parece concebido como un monumento a la incomodidad. Y pesa que es un espanto. Llevarlo a cuestas es como llevar al caballito a un obeso y ceñudo clérigo ensotanado. Y cuando lo sacas de la estantería siempre acabas tirando algo o se te cae encima de la cabeza otro libro. Y no hablemos de las titánicas nubes de polvo que aventas al abrirlo, llenas de incontables universos y microscópicos seres vivos de todo género, siempre en diáspora por tu estudio o deseosos de quedarse a vivir en tus pulmones. Y luego te tocará hacer sitio en la mesa, porque ya no te cabe un trasto más. Tendrás suerte si, llegados a este punto, aún recuerdas qué consulta querías hacerle al mamotreto oxoniense. Pero si no te acuerdas, tanto da: siempre podrás pasearte por sus bellos tipos Porson, e iniciar algún breve idilio con cualquiera otra voz griega que encuentres por allí, siquiera algún adverbio, una partícula. Estas cosas, claro, forman parte del contrato que incluye el Liddell-Scott, y hay que aceptarlas, como aceptamos mancharnos y lastimarnos al emprender una aventura. Pero me temo que mi trato físico con el enlutado diccionario se ha ido escorando cada vez más al terreno de lo platónico. Fuera de allí, prefiero acudir a su alter ego digital. En esta entrada de mi cuaderno de notas informáticas apunto algunos consejos y truquillos para ello. Por supuesto, siempre dentro del software libre: https://maciaschain.gitlab.io/gnutas/goldendict.html

martes, 9 de octubre de 2018

La Odisea y Org Mode

Notas y tareas

Mi traducción en curso de la Odisea de Homero (el primer hacker de la historia) no la realizo en Word ni en nada parecido (hace siglos que no uso un procesador de texto para escribir), sino en algo llamado Org Mode, que es un formato textual de etiquetado ligero, parecido a Markdown pero más potente y versátil. Fue creado en origen por el astrónomo holandés Carsten Dominik, y actualmente está mantenido por el proyecto GNU para el editor de texto Emacs. Dicho todo así, puede sonar a abstruso y demasiado técnico. Igual me sonaba a mí también hace no tanto tiempo, pero la verdad es que no creo que haya otra forma de decirlo. Si se explican los términos, de todas formas, encontraremos que son bastante consecuentes y nada peligrosos.

Veamos. Un formato de etiquetado no es más que una serie convencional de etiquetas o marcas que han de escribirse en distintas partes de un bloque de texto plano a fin de que una computadora las interprete y nos devuelva dicho texto con un determinado formato. Viene a ser como un código «pactado» entre el ser humano y la máquina. ¿Y lo de llamar ligero a ese etiquetado? Pues porque las etiquetas son extremadamente simples e inteligibles, y no contaminan el texto con código esotérico hasta el punto de que intentar leerlo pueda acarrearnos una embolia. Por supuesto, también hay etiquetados complejos y (siguiendo la jerga) «pesados», donde es indispensable un ojo entrenado que pueda discernir el código del propio contenido textual. Un ejemplo de estos etiquetados puede ser el lenguaje HTML de la web (quien haya visto el código fuente de una página web ya sabe a lo que me refiero), o el lenguaje TeX del sistema tipográfico del mismo nombre. No están pensados para leer plácidamente en una hamaca, sino para trabajar cual hormigas sobre un texto dado. Se comprenden en el sentido en que un músico comprende un pentagrama o un médico el resultado de una analítica, pero al común de los mortales le puede en justicia resultar chino.

Por contra, los etiquetados ligeros se mueven cerca del nivel más alto de la comprensión humana (en programación, cuanto más se baja de nivel, más nativo se hace el lenguaje a la máquina y más ajeno a nosotros), y su conjunto de etiquetas bien puede aprenderse en una tarde libre. De hecho, no hace falta ni ser un ingeniero informático ni nada parecido para escribir en Markdown o en Org Mode, ya que éstos han venido para hacerles (hacernos) la vida más fácil a todos aquellos que tengan que poner algo, lo que sea, por escrito1. ¿Por qué? Porque su sistema de marcas o etiquetas es esencialmente semántico; es decir, se dirige a la estructura lógica del contenido textual más que a la estructura física o (en último extremo) tipográfica. La separación necesaria de estás dos estructuras ha sido siempre lo más natural a la hora de escribir, hasta que un día llegaron el Word y los procesadores de texto y las mezclaron, imponiendo un sistema aberrante y, claro, antinatural. Quien se haya visto en ocasiones frustrado usando un Word, que sepa que los tiros casi siempre van por ahí. Muchos creen que Word es la evolución de la máquina de escribir, cuando lo que supone en el fondo es su negación absoluta. Pondré un ejemplo muy sencillo. En tipografía, una cursiva representa un énfasis. Pero si el énfasis ha de señalarse dentro de un texto que ya está en cursiva, entonces se opta por ponerlo en letra redonda. Como el Word obliga al usuario a ser escritor y tipógrafo al mismo tiempo, entonces el camarote de los Marx está servido. Para Markdown y Org Mode un énfasis siempre es un énfasis. ¿Cursivas, redondas, versalitas…? Ellos siempre nos contestarán, para nuestro alivio, «Mí no entender».

Cuando trabajamos de esta forma, en suma, contamos con un único texto estructurado para entregarlo en un montón de formatos físicos2. Sin ir más lejos, en mi traducción en curso de la Odisea necesito de vez en cuando contar con una salida «tipográfica» en un PDF de alta calidad donde los versos de cada canto estén numerados al margen en secuencia de cinco. El proceso se puede automatizar con un simple atajo de teclado de mi editor de texto favorito, que es Emacs. Por si a alguien le puede resultar útil, explico cómo hacerlo en este pequeño sitio web que tengo para almacenar y compartir (e incluso intentar comprender) mis notas sobre temas informáticos: https://maciaschain.gitlab.io/gnutas/orglatex.html

Notas:

1

En este texto intento explicar por qué prefiero Org Mode a Markdown.

2

Esta entrada del blog, por ejemplo, está escrita en origen mediante Org Mode. Para publicarla aquí, la he exportado a HTML.

jueves, 4 de octubre de 2018

Software libre

Cuando se habla de software libre les puede resultar a muchos un discurso, tal vez, demasiado abstracto. Frente al cual hay un aparente sentido común que insiste en que «son sólo programas, herramientas, y lo importante es usar las que me vengan bien y me funcionen (así sea Microsoft, Apple, Adobe, Google, etc)». Y se puede vivir feliz y despreocupado de esa forma durante mucho tiempo. Hasta que un día (y siempre llega ese día, tarde o temprano), las injusticias del software propietario llaman a tu puerta: Microsoft, Apple, Adobe o Google. Cuando te des cuenta de que no puedes adaptar tu herramienta a tus necesidades, sino que eres tú y tus necesidades los que os tenéis que adaptar a la herramienta.

Imaginemos que me compro una estantería para mi estudio. Pero necesito hacerle unas mínimas modificaciones para que encaje bien donde quiero ponerla. Un capricho, vaya, pero es que quiero ponerla en ese sitio en concreto porque es MI estantería y porque la he pagado. Pero resulta que no puedo modificarla ni retocarla, pues una licencia que la acompaña me lo impide. Y aunque me quiera saltar esa licencia arbitraria, tampoco cuento con los planos o la información necesaria para entender cómo desmontar la estantería. En términos informáticos, sólo tengo los binarios, lo que la computadora comprende (la estantería), pero no cuento con el código fuente con que se han programado esos binarios y que puede comprender un ser humano (las instrucciones y los planos de la estantería).

Así nació, de hecho, el movimiento por el software libre en los años 80, cuando un investigador del laboratorio de inteligencia artificial del MIT, llamado Richard Stallman, encontró que no podía modificar los controladores de una simple impresora porque éstos eran propietarios y bajo licencia propietaria. Hasta entonces el software solía ser libre de facto, como el teorema de Pitágoras y la ley de la gravedad: conocimiento científico para compartir. ¿A quién se le iba a ocurrir poner una licencia o una patente a cosas así? Y tampoco existía lo que hoy conocemos por «ordenador personal». Pero Stallman ya se empezaba a oler lo que se venía encima, así que mandó a paseo una prometedora carrera en el MIT y comenzó a desarrollar, junto a otros hackers, el sistema operativo libre GNU, a la par que la Licencia Pública General (GPL), unida ésta al concepto de copyleft, que podría traducirse por «izquierdos de autor» y que garantiza que la redistribución de un programa libre mantenga las mismas cualidades de libertad y derechos de uso que el programa original. En los años 90, un joven estudiante finlandés, Linus Torvalds, desarrolló el núcleo Linux, que no tardó en incorporarse al sistema GNU. Por eso, la forma correcta de nombrar al sistema operativo libre es GNU / Linux. Todo lo que lleve el núcleo Linux, pero que carezca de GNU, no es ciento por ciento libre, como sucede con el sistema Android de Google.

Sin embargo, ese aparente sentido común, abanderado del conformismo, insistirá: «Pero si estamos hablando de ordenadores, de simples máquinas. ¿A qué tanto follón con eso?». Las computadoras, aunque les pese a muchos, son una parte esencial de nuestra cultura. Para bien y para mal han venido a quedarse, no sabemos hasta cuándo, pero probablemente se extinguirá antes el ser humano que ellas. Y esto (conviene insistir) no es tecnofilia. De hecho, deploro absolutamente la tecnofilia, que es el hechizo con que los Morlock hacen creer a los Eloi que viven una era digital. Stallman no impulsó el movimiento por el software libre a mero capricho, como quien piensa en la libertad de las cometas, sino porque él era ingeniero informático y vio de una forma palmaria sus derechos individuales totalmente cercenados. Es más, intuyó que todo esa injusticia se extendería a los miles de usuarios de computadoras (tú y yo) que estarían por venir, cuando las grandes corporaciones tomasen el poder de lo que hasta entonces apenas estaba en manos de unos cuantos hackers de la vieja escuela, las universidades y los teóricos de la computación. Y he aquí que gobiernos, instituciones, bancos, empresas públicas o privadas y usuarios comunes dejan su informática en manos de una multinacional. Porque lo que tú, querido «usuario final», tienes instalado en tu ordenador, ni es tuyo ni sabes lo que realmente está haciendo, ni lo que te está haciendo, ni tienes forma de averiguarlo. Y da igual que lo hayas instalado de forma pirata. Bien, te has ahorrado el dineral de la licencia, pero el programa sigue sin ser tuyo, y sabe muy bien quién es su dueño.

Ahora que se habla tanto de Humanidades, todo esto se tendría que inculcar ya desde el colegio. Educar en Humanidades es también educar en software y conocimiento libre.

martes, 2 de octubre de 2018

Ida y regreso

Traducir la Odisea es un viaje tan audaz, tan extremado y peligroso como el de su protagonista. Sólo que el ingenioso hijo de Laertes y yo llevamos caminos opuestos. Él vuelve a Ítaca, que es de donde yo parto, para volver también allí a la postre. En su curso va despidiéndose de Circe, de Escila y Caribdis, de las sirenas, del cíclope, de Calipso. Yo me regreso a ellos y los encuentro allá donde los dejé. Y así pasaran mil años y apenas habrán cambiado. Como Nausícaa, anclada en su adolescencia, lo mismo que un viejo primer amor. Pero en mi marcha también tendré que despedirme de ellos: y cómo duele volverlo a hacer y tejer de nuevo las remendadas velas, con una pericia sombría y salobre que sólo se adquiere luego de muchas despedidas. A menudo en la tarde, cuando el sol tinta de antiguo el mar y las cavilaciones, nos saludamos Odiseo y yo. E insistimos en preguntarnos quién se marcha o quién es el que vuelve. Cada cual con sus sucesivos encuentros y desencuentros, los que van trenzando la rara melancolía que es, en el fondo, cualquier viaje. Memoria y olvido, ida y regreso tal vez sean (¿verdad, don Constantino?) la misma cosa.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Odisea y memoria

Hacia la mitad del canto IV de la Odisea, Helena, en el palacio de Menelao, prepara a sus invitados una pócima para labrar el olvido. Los versos (en mi traducción) dirían así:

[…]
Un nuevo plan urdió entonces Helena, hija de Zeus:
de inmediato echó en el vino que bebían una pócima
contra el dolor y la ira, que olvidaba toda pena.
Aquél que se la bebiese, ya mezclada en la cratera,
un día entero no echara lágrimas por sus mejillas
aunque muriera su madre y su padre, aunque a su hermano
o a su hijo los pasaran por el bronce allí delante
y él con sus ojos lo viera.
[…]

(Unos versos antes, el rubio Menelao le decía al joven Telémaco que estar triste es la única honra que les queda a los mortales).

La Odisea siempre me pareció una desesperada, incansable cruzada contra las no menos incansables asechanzas del olvido. El propio Odiseo cuenta su historia asombrosa ante los feacios, como para intentar convencerles, convencernos, convencerse de que no fue una quimera. Ignoramos el nombre de la Musa que invoca el cantor de la epopeya en los primeros versos, pero muy bien podría haberse llamado Memoria. Homero, reclamado por todas las islas griegas, tal vez hubo de decidir un día entre ser feliz o escribir hexámetros. El olvido no deja de ser una mutilación de nosotros mismos, porque, como la poesía y la música, estamos hechos de tiempo. Incluso en los banquetes de los poderosos, Homero (quien quiera que fuese), escogió recordar frente a las treinta monedas de la desmemoria.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Presentación en Madrid de Elegías y sátiras y cuatro poemas póstumos (Kostas Karyotakis)



Me compalce informaros de que el próximo miércoles 26 estaremos presentando en Madrid mi traducción de Elegías y sátiras y cuatro poemas póstumos, de Kostas Karyotakis y publicada recientemente por la editorial Pre-Textos. Será a las 19:00 horas en la siempre acogedora librería Rafael Alberti (C./ Tutor, 57). Y un sevidor tendrá el honor de estar acompañado por el escritor y crítico Antonio Ortega. Ojalá podamos vernos por allí.

~~~~~~~~~~~

[TENEMOS ALGO DE GUITARRAS...]

TENEMOS algo de guitarras
desvencijadas. Cuando sopla el viento
despierta versos, ecos extraños
en las cuerdas que cuelgan como cadenas.

Somos antenas increíbles
que se elevan como dedos al abismo,
y en su punta resuena el infinito;
pero pronto caerán hechas pedazos.

Somos, en cierto modo, borrosos sentidos
sin esperanza de concentración.
En nuestros nervios se confunde la naturaleza.

En el cuerpo, en la memoria nos dolemos.
Las cosas nos repelen, y la poesía
es el refugio que envidiamos.

Elegías y sátiras y cuatro poemas póstumos
de Kostas Karyotakis.
Trad. de Juan manuel Macías.
Pre-Textos 2018

martes, 18 de septiembre de 2018

Homenaje

Hay gente triste que cree que Neil Armstrong jamás pisó la luna.
Han apagado las Pléyades, y el luminoso de la farmacia.
La noche quedó aparcada en medio de la noche.
El despertador insiste en su insidiosa tijera (va armando un collage con pedacitos de vida).
Yo estoy despierto. Y
mis gatos no duermen solos.

martes, 11 de septiembre de 2018

Planos

Con dos decenios ya casi cumplidos del siglo XXI, aún hay gente que sostiene que la Tierra es plana. Y no, no están en ninguna tribu perdida del Amazonas, sino en este llamado primer mundo, civilización de los aifons y demás regalos de los dioses. Incluso hay grupos organizados en las redes sociales, donde, por otra parte, toda gilipollez es alada. La ignorancia de nuestros antepasados, al menos, tenía un punto de legítima. Pero estos jóvenes (o no tan jóvenes) burgueses de ahora, que han crecido saturados y hastiados de información, parecen abrazar cualquier superchería como una novedad excéntrica, un esnobismo más. Nuestros lejanos ancestros creían en un mundo plano, pero al menos poblaban las tierras más extremas e incógnitas de dragones y demás portentos. Los entusiastas medio crédulos de hogaño se contentan con levantar toda una trama conspiratoria, y afirman que la comunidad científica, los gobiernos y la NASA ocultan a las masas la terrible verdad de la planicie terrestre. A saber con qué fin, como no sea el de fortalecer el poderoso lobby de los fabricantes de globos terráqueos. El profético Wells no se equivocaba con su Máquina del tiempo: está abonado el terreno para los Eloi. Mientras, los Morlock trabajan sin descanso en el subsuelo, fabricando aifons y demás regalos.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Segalá

Traducir la Ilíada o la Odisea al español supone, queramos o no, entablar un diálogo inagotable con Luis Segalá y Estalella. Si traducir literatura es lo mismo que crear literatura en la lengua mal llamada «de llegada», entonces el gran helenista catalán no sólo hizo eso, sino también poner en marcha una tradición a la que no tendrá más remedio que adherirse todo traductor de Homero que se precie. No negaré que con don Luis acabaremos también sosteniendo muchos pulsos, pero no habrá tensión ni malos modos. Antes bien, serán contiendas amistosas, cordiales y, sobre todo, divertidas a la par que enriquecedoras. No podría ser de otra forma, si en aquellas versiones suyas, eternamente reeditadas por Austral, resonará siempre el eco de nuestras primeras lecturas adolescentes de Homero. En esa prosa torrencial que revive los viejos hexámetros. Muchas veces excesiva, sí, pero jamás enferma de artificio ni de la soez (por hueca) ampulosidad. Se ensancha con toda justicia porque ancho es el mar, y como él, puede darse a algún que otro capricho en brazos del azar y de las olas. Genuina la voz y auténtico el entusiasmo. Sólo así podemos hallar tantas alhajas, algunas dueñas de una belleza casi alucinatoria. Cómo no recordar, por ejemplo, ese «yelmo de tremolante penacho». Pero hay uno de esos diamantes que me fascina especialmente. En un pasaje de la Odisea, Proteo (u Homero: tanto da) le dice a Menelao sobre Egisto que iba (literalmente traducido) «maquinando cosas indignas». No es otro el significado del sintagma homérico ἀεικέα μερμηρίζων. Pero he aquí que Segalá se lanza a una de sus cabriolas de pura fe, y entonces Egisto lo que iba era «revolviendo en su ánimo indignas tramoyas». ¿No es hermoso de verdad? ¿No dan ganas de paladear cada palabra para después salir corriendo monte abajo entre alaridos de júbilo, agitando las manos y arrancándose a jirones la ropa?

Volviendo del mundo Homérico a este otro más plano y gris, quién sabe qué indignas tramoyas se estarán revolviendo también aquí ahora, y en qué ánimos o en qué cabezas. Mejor no averiguarlo y recrearse con los dones de esta preciosa tarde, prematuramente otoñal. Y releer bajo esa luz, si apetece, algún pasaje de don Luis.

martes, 28 de agosto de 2018

Elegías y sátiras (Karyotakis): erratas con fe

Que sería de un libro sin sus erratas. En general no queda otra que resignarse y dejarlas vivir y reproducirse a su albedrío. A veces hasta mejoran el texto. Pero habrá otras que pasen peligrosamente de la gracia díscola al mero vandalismo, quebrando el sentido de lo que se quería poner en un principio. Y éstas, con todo el dolor de nuestro corazón, debemos ajusticiarlas: máxime cuando se trata de una traducción de poesía. En un par de poemas de mi traducción de Elegías y sátiras y cuatro poemas póstumos de Kostas Karyotakis (publicado recientemente por Pre-Textos), he detectado sendos especímenes de este género, de modo que paso a reproducir aquí las versiones correctas de los poemas. Y aquí quedan, de momento en digital. Si los hados son propicios y llegase una reimpresión, pasarán también a la tinta y al papel.

DIAKOS
(pág. 87)

MAÑANA de abril.
Era un fulgor verde
la sonrisa del campo
con todos sus tréboles.

Besada en el relumbre
del alba, parecía
que hablaba dulcemente
la naturaleza.

Trinaban los pájaros,
volando
alto y más alto.

Y las flores aromaban.
Y él se decía perplejo:
«¿por qué morir?».

CRÍTICA
(pág.45)

ESTO no es ya canción, ni es un sonido
humano. Se le escucha llegar
como un postrero grito, en la noche profunda;
como el de alguien que ya ha muerto.

jueves, 23 de agosto de 2018

Voces (C. P. Cavafis)

Voces amadas, idealizadas voces
de aquellos que han muerto, o de aquellos
perdidos para nosotros como los muertos.

En ocasiones nos hablan entre los sueños.
En ocasiones la mente las oye por el pensamiento.

Y con su sonido por un instante regresan
los sonidos de la primera poesía de nuestra vida,
como una música, de noche, lejana, que se extingue.

Trad.: Juan Manuel Macías. Pre-Textos 2015)

martes, 21 de agosto de 2018

Contradicciones

Las contradicciones son lo mismo que esos gatos callejeros que adoptamos o nos adoptan. Aprendemos de pronto que forman parte de nosotros, de nuestro entorno, como si fuera así desde siempre; y las cuidamos y alimentamos con íntimo y aplicado celo. Rechazar las propias contradicciones y no querer darles amparo es un acto de inhumanidad. Como ese gato-Odiseo que antes era nadie y le acabamos encontrando el nombre, la contradicción es una adivinanza más que reclama su sitio y su acomodo en esa gran maquinaria de acertijos que es la vida. No viene a dar sentido ni a resolver el misterio, por fortuna, sino a sumarse a las demás incógnitas en un todo gratamente incomprensible. Intuimos que sin ellos (contradicción o gato) alguna pieza le falta a nuestra siempre esquiva, rara, itinerante identidad.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Fama póstuma (Kostas Karyotakis)

La pródiga naturaleza que nos cerca precisa nuestra muerte:
la desea la boca púrpura de las flores.
Si viene otra vez la primavera, otra vez nos dejará,
y al cabo ya ni sombras de otras sombras seremos.

La radiante luz del sol aguarda nuestra muerte.
Contemplaremos otro crepúsculo más, tan triunfante,
que escaparemos entonces de las noches de abril
y marcharemos más lejos, a los reinos sombríos.

Sólo pueden quedar, tras de nosotros, los versos,
diez versos apenas, que permanecen, como
las palomas que los náufragos dispersan al azar
y, cuando traen el mensaje, ya es demasiado tarde.


Trad.: Juan Manuel Macías. Pre-Textos 2015)

viernes, 27 de julio de 2018

La luna de Safo

96 L.-P.

... En Sardes...
tiene a menudo aquí sus pensamientos
... Para ella tú eras cual diosa manifiesta,
y tu cantar su máxima alegría.
Mas ahora sobresale entre las lidias
como la luna de rosados dedos,
al ponerse el sol, vence a todas las estrellas,
y su luz tiende por el mar salino
y por los pastos copiosos de flores.
Se ha derramado el hermoso rocío,
lozanean las rosas, y el tierno perifollo,
y el meliloto enflorecido.
Ella, entretanto, va de un sitio a otro
con la nostalgia de la dulce Atis,
y del corazón frágil siente el peso.
Ir hacia allá nosotras... no...
El mar inmenso deja oír su voz...
En medio...
No nos es fácil ser como las diosas
en la belleza que al amor empuja...


(De «Safo. Poesías». Traducción de Juan Manuel Macías. La Oficina de Arte y Ediciones, 2017)

***

]cαρδ[
πόλ]λακι τυίδε [ν]ῶν ἔχοιcα
... θέαι c' ἰκέλαν ἀρι-
γνώται, cᾶι δὲ μάλιcτ' ἔχαιρε μόλπαι
νῦν δὲ Λύδαιcιν ἐμπρέπεται γυναί-
κεccιν ὤc ποτ' ἀελίω
δύντοc ἀ βροδοδάκτυλοc μήνα
πάντα περρέχοιc' ἄcτρα· φάοc δ' ἐπι-
cχει θάλαccαν ἐπ' ἀλμύραν
ἴcωc καὶ πολυανθέμοιc ἀρούραιc·
ἀ δ' ἐέρcα κάλα κέχυται, τεθά-
λαιcι δὲ βρόδα κἄπαλ' ἄν-
θρυcκα καὶ μελίλωτοc ἀνθεμώδηc·
πόλλα δὲ ζαφοίταιc ̓, ἀγναc ἐπι-
μνάcθειc' Ἄτθιδοc ἰμέρωι
λέπταν ποι φρένα... βόρηται·
κῆθι δ' ἔλθην ἀμμ... οὐ
... πόλυc
γαρύει... μέccον·
ε]ὔμαρ[εc μ]ὲν οὐκ ἄμμι θέαιcι μορ-
φαν ἐπή[ρατ]ον ἐξίξω-
cθαι...

domingo, 22 de julio de 2018

Breve elogio de Telémaco

Cuando leía la Odisea de adolescente, en aquella traducción de Luis Segalá, me aburrían tremendamente los cuatro primeros cantos, conjunto que tradicionalmente se ha venido llamando la Telemaquia, es decir, las aventuras (raquíticas) y trabajos (más bien pocos) de Telémaco. ¿A quién le iba a emocionar esa pequeña Odisea doméstica de un mozalbete con pocas luces y que, además, era el único en la historia que parecía no enterarse de nada? Recorriendo esos primeros cantos, daba la sensación de que todos los personajes, en alguna medida, algo sabían. O, por lo menos, estaban bastante satisfechos de su lugar en la trama. Telémaco, sin embargo, parecía ignorarlo todo, conducido como iba en un estado de tenaz, e incluso entusiasta aturdimiento. Yo, además, deseaba acción, las navegaciones de Odiseo, sus naufragios y sus sirenas. Un deseo que acaso compartían conmigo los eruditos escoliastas de Homero, los cuales consideraban ese preámbulo, ya desde tiempo antiguo, como un añadido espurio al poema homérico. Pero ahora, cada vez más y a la vuelta de los años, no me cabe ninguna duda de lo magistralmente que la Telemaquia se encaja en el conjunto: tanto y tan bien, que se me antoja el verdadero eje y motor de la Odisea. El tedio de la adolescencia va dejando paso a un sabor de nostalgia que, acaso, los escoliastas, en su perpetuo estado adolescente, jamás acertaron a catar. Puede que la magia y el ensalmo de Homero vayan operando en nosotros según una pauta de sucesivos efectos retardados: Homero siempre golpea dos veces. Pero lo que es cierto es que me voy identificando más y más con Telémaco, personaje tan singular que ha conseguido pasar desapercibido siempre a costa del prestigio de su ilustre padre. Mientras Odiseo se prodigaba en mil símbolos por la imaginación y los mares de Occidente, a la par que se iba diluyendo y atomizando, como un rastro de recuerdo en la espuma de las olas, Telémaco consiguió ir más lejos gracias a su sabia y poco ponderada discreción: logró ser a un tiempo personaje de la Odisea y lector —el primer lector, asombrado, extraviado, sonámbulo— de la Odisea. Y es que Telémaco, al cabo, somos todos. Nos une la misma cara embobada y los ojos como platos cuando con él contemplamos el largo mar que tiene color de vino, el color perfecto para emprender navegación, pues que es el rojizo color de los atardeceres y de las preguntas y de las despedidas.

miércoles, 4 de julio de 2018

Deber

Podemos pasarnos días, meses, años incluso, sin escribir: un período siempre feliz. Pero cuando llega el poema está ese deber pesado, grave, ineludible, que nadie nos ha impuesto por otra parte, de recibirlo. Ah, pero tiene que ser el poema. No la idea del poema, ni el tema del poema. Ni siquiera las ganas de escribirlo: ¿alguien en su sano juicio puede tener un apetito tan horrendo? A los impostores, por tanto, les cerraremos la puerta como a simples vendedores de gangas a domicilio. Sin embargo, con el poema, no podemos más que acatar el deber. Y qué deber más extraño, enfermo habrá de ser ése para que uno se levante a mitad de la siesta —algo que no haría ni por la invasión de los persas—, casi como por resorte, sumiso y dócil, sólo para escribir el poema. Como si eso fuese a arreglar el mundo o, lo que es peor, esta destartalada vida.

jueves, 28 de junio de 2018

Noches de verano

Estas noches de verano, tan populosas y claras, febriles de transparencia. No es la vastedad desolada, estática del firmamento de invierno, al que nos asomábamos como quien se asoma a un pozo. Aquí es el universo entero el que nos mira con los ojos abiertos, casi en delirio. Son noches que no duermen. El increíble tapiz del tiempo, el pasado, el presente, el futuro, los mundos, las estrellas, las galaxias, el nacimiento y la muerte. Todo confluye en un único y simple instante estremecido. Son noches despojadas de la noche. Y brillan y bailan y cantan coronadas de grillos o lejanas guirnaldas de risas. Y esa alegría (diríase esa insultante y desvariada juventud) también te intimida y no deja de ponerte un poco triste, cuando no deberías estarlo. Y te sientes intempestivo y solo en el mejor momento de la fiesta. Porque adivinas que el verano es su propia fuga. Un verano más, sí, que ves pasar de largo en estas noches músicas, con sus pies de cristal y su fanfarria.

sábado, 23 de junio de 2018

Times Roman y diversión

Nuevo apunte tipográfico en mi blog del mismo nombre, que trata de la Times Roman y el arte de la invisibilidad, junto a otros sucesos varios que sucedieron.


jueves, 21 de junio de 2018

El amor de Emacs


Comenzar a usar GNU / Linux tiene mucho también de mudarse a un pueblo distinto y nuevo, del que se van conociendo poco a poco las costumbres y manías de sus habitantes, y hasta los chascarrillos. Tarde o temprano, y dependiendo de lo que se implique uno en la comunidad, los foros de debate y ayuda, etc, el recién llegado acabará sabiendo que existen cosas como la llamada «Guerra santa de los editores de texto», una broma inagotable que se remonta casi a la vieja era de los hackers. Bueno, algunos no se lo toman tan a broma, pues he llegado a presenciar discusiones e insultos bastante subidos de tono y vergonzantes, y es que cretinos hay en todas partes y el mundo del software libre tampoco se libra de eso. Pero a lo que iba. El caso es que esta guerra santa de coña tiene enfrentados a los que quizás sean los más populares (a la par que venerables) editores de texto para programadores: Vim y Emacs. De Vim se suele decir que cuando abres un archivo con él y lo editas, ya nunca más encontrarás forma de guardar y salir, por muchos comandos que ensayes, y quedarás atrapado allí hasta el fin de tus días. Por contra, los que no profesan la religión de Emacs suelen argumentar que los atajos de teclado de éste requieren tener manos con diez o quince dedos cada una o pertenecer a alguna especie de cefalópodo, a ser posible de otro planeta o dimensión. En realidad a mí me gustan ambos editores, aunque, si tengo que decantarme por algún tipo de monogamia, me quedaría con Emacs. Gnu Emacs, para ser más precisos, porque los Emacs (o Emacsen, que sería el plural correcto) hay muchos, pero el que desarrolló Richard Stallman para el proyecto GNU es el fetén, por más que conserve (casi por herencia genética) algunas de las excentricidades y rarezas del célebre hacker y activista norteamericano.

Sé que a mucha gente puede aburrirle hablar o escuchar hablar de temas de computadoras: cosa comprensible. Pero para mí, tratar sobre Emacs en un texto o charla es algo que lleva aparejado una gran carga sentimental, dado que se trata del lugar donde paso más tiempo escribiendo, traduciendo o trabajando. Emacs es como mi moleskine, y lo viene siendo casi desde que en 2007 abandoné cualquier forma de software no ético y carcelario (llámese Microsoft, Apple o Adobe) y, por supuesto, cualquier forma, privativa o libre, de procesador de textos. Dije que Emacs es un editor para programadores, y de hecho ésa fue y es su finalidad principal. Pero que ningún lector se asuste. Emacs puede usarse para todo o casi todo, gracias a sus llamados «modos» o extensiones; y cuando uno le coge el tranquillo, y aprende a quererlo, llega a ser infinitamente más fácil que el infame Word. Al menos para mí, que nunca pude sentirme a gusto en un Word. Yo uso el Emacs, sobre todo, para escribir y traducir. Pero también para trabajar en composición tipográfica, gracias al excelente modo AucTeX para TeX y LaTeX. Y hay más. Está el maravilloso org mode, que tiene una sintaxis muy parecida a Markdown, para organizar apuntes, notas, reflexiones, listas TO DO, calendario, agenda, eventos y cualquier otra cosa que uno quiera meter en ese cajón de sastre. También suelo usar Emacs para consultar y enviar mis correos, para navegar por internet en ciertas páginas no demasiado sobrecargadas de efectos y javascript o para leer los pocos blogs a los que estoy suscrito por RSS, como el de Álvaro Valverde, el de José Manuel Benítez Ariza, el de Vicente Luis Mora o el de Jordi Doce.
Y si todo esto les pudiera parecer poco, Emacs dispone también de su propio psiquiatra, un bot conversacional al que se puede acceder desde el menú «Ayuda», aunque habla en inglés y no es argentino. No olviden que esto forma parte de la cultura hacker, y hay que aprender a convivir con bromas que en el mundo del software privativo, como son muy serios y estirados, están muy mal vistas.

El partenio I de Alcmán

En 1885 volvió a sonar para el mundo, a través de un papiro encontrado en una tumba egipcia, una parte del Partenio primero del poeta laconio Alcmán. La luz trizada de esos versos, con el manto tejido para la aurora y Hagesícora la de hermosos tobillos siempre me vuelven con la vuelta del verano. Que de los restos de este Partenio falten el comienzo y el final me parece un tremendo hallazgo del azar. Y es que esa ausencia nos trae la sensación de un poema, un himno a la vida infinito y circular.

Hace ya (bastantes) años ensayé su traducción así, y desde entonces, casi siempre por pereza, ni la he tocado. Forma parte de una antología postergada sine die de la poesía griega mal llamada «arcaica»: ¿cómo podemos llamar «arcaico» a algo que brilla como recién hecho: Hagesícora, Agido, los corceles, las Pléyades, el aire… Todo. Hasta la alegre melancolía parece recién salida de la fragua. No. Los arcaicos de verdad son los ojos con que lo leemos, cada año, cada verano, más cansados y descreídos.


Alcmán: Partenio I

...
Entre los hombres nadie vuele al cielo
ni pretenda de esposa a la señora
Afrodita, ni a otra…
ni a una hija de Forco,
pero las Gracias de adorables párpados
... la morada de Zeus ...
...
Insufribles quebrantos
fueron de aquellos que tramaron males.
Los dioses cobran su venganza
y dichoso el que, libre de cuidados,
ha terminado de trenzar el día
sin una lágrima. Pero yo canto
la luz de Agido. A ella
la miro como al sol, el sol que llama
Agido a ser testigo
de su esplendor. Mas ni un pequeño elogio
ni un reproche me deja
la renombrada principal del coro,
que descuella a mis ojos como si alguien
entre ovejas hubiese colocado un corcel
robusto y vencedor, de sonoro galope,
de los alados sueños.
¿Acaso no lo ves? ¡Es un corcel
del Véneto! La cabellera
de mi prima Hagesícora
relumbra
como el oro sin mezcla.
¿A qué dar más detalles?
Ésta es Hagesícora.
Y la segunda en hermosura, Agido,
corre a su zaga cual caballo escita
tras de otro lidio, pues las Pléyades
con nosotras, que un manto llevamos a la Aurora,
compiten elevándose por la noche inmortal
como la estrella Sirio.
De púrpura no hay
tan grande acopio para defendernos,
ni la serpiente de intrincado oro,
ni la cinta de Lidia,
ornato de doncellas
de tiernos párpados,
ni el cabello de Nanno,
ni tan siquiera Areta, semejante a una diosa,
no Silacis, no Cleesísera,
ni acudir a Enesímbrota a decirle
«Astafis sea para mí
y que me mire Fíbula
y Damareta, y la adorable Viántemis.»
Pero Hagesícora me inquieta.
No está aquí la de hermosos tobillos,
Hagesícora.
¿Se habrá quedado con Agido
para cantar la fiesta?
Dioses, acoged sus plegarias,
pues cumplimiento y fin son de vosotros.
En el coro diré que soy muchacha
que torpe ulula, igual que una lechuza
por las techumbres. Pero es mi solo deseo
ser grata a la que nace del oriente,
de nuestros males sanadora.
Tras de Hagesícora las jóvenes
en pos marcharon de la paz ansiada,
que al conductor de la manada
...
al timonel
más que a nadie es preciso obedecer.
No embelesa su voz
como la voz de las sirenas
porque son diosas, pero diez muchachas
cantan por once, y ella tiene la voz del cisne
que surca las aguas del Janto,
y su cautivador cabello rubio…
...

(Trad. Juan Manuel Macías)


****



PARTENIO I, frag. 1 PMG (TEXTO ORIGINAL)


[Esta edición del original griego del partenio reproduce sólo los pasajes traducidos. Las lagunas del papiro o los pasajes corruptos se hacen notar mediante puntos suspensivos.]


...
[μή τις ἀνθ]ρώπων ἐς ὠρανὸν ποτήσθω
[ μηδὲ πη]ρήτω γαμὲν τὰν Ἀφροδίταν
[ ]άν[α]σσαν ἤ τιν᾽
[ ] ἢ παίδα Πόρκω
[ Χά]ριτες δὲ Διὸς δ[ό]μον
[ ]σιν ἐρογλεφάροι·
...
... ἄλαστα δὲ
ἔργα πάσον κακὰ μησαμένοι·
ἔστι τις σιῶν τίσις·
ὁ δ᾽ ὄλβιος, ὅστις εὔφρων
ἁμέραν [δι]απλέκει
ἄκλαυτος· ἐγὼν δ᾽ ἀείδω
Ἀγιδῶς τὸ φῶς· ὁρῶ
ὥτ᾽ ἄλιον, ὅνπερ ἇμιν
Ἀγιδὼ μαρτύρεται
φαίνεν· ἐμὲ δ᾽ οὔτ᾽ ἐπαινὲν
οὔτε μωμέσθαι νιν ἁ κλεννὰ χοραγὸς
οὐδ᾽ ἁμῶς ἐῆι· δοκεῖ γὰρ ἤμεν αὔτα
ἐκπρεπὴς τὼς ὥπερ αἴτις
ἐν βοτοῖς στάσειεν ἵππον
παγὸν ἀεθλοφόρον καναχάποδα
τῶν ὑποπετριδίων ὀνείρων·
ἦ οὐχ ὁρῆις; ὁ μὲν κέλης
Ἐνετικός· ἁ δὲ χαίτα
τᾶς ἐμᾶς ἀνεψιᾶς
Ἁγησιχόρας ἐπανθεῖ
χρυσὸς [ὡ]ς ἀκήρατος·
τό τ᾽ ἀργύριον πρόσωπον,
διαφάδαν τί τοι λέγω;
Ἁγησιχόρα μὲν αὕτα·
ἁ δὲ δευτέρα πεδ᾽ Ἀγιδὼ τὸ εἶδος
ἵππος Εἰβηνῶι Κολαξαῖος δραείήται·
ταὶ Πελειάδες γὰρ ἇμιν
Ὀρθρίαι φᾶρος φεροίσαις
νύκτα δι᾽ ἀμβροσίαν ἅτε Σίριον
ἄστρον αὐειρομέναι μάχονται·
οὔτε γάρ τι πορφύρας
τόσσος κόρος ὥστ᾽ ἀμύναι,
οὔτε ποικίλος δράκων
παγχρύσιος, οὐδὲ μίτρα
Λυδία, νεανίδων
ἰανογ[λ]εφάρων ἄγαλμα,
οὐδὲ ταὶ Ναννῶς κόμαι,
ἀλλ᾽ οὐ[δ᾽] Ἀρέτα σιειδής,
οὐδὲ Σύλακίς τε καὶ Κλεησισήρα,
οὐδ᾽ ἐς Αἰνησιμβρ[ό]τας ἐνθοῖσα φασεῖς·
Ἀσταφίς [τ]έ μοι γένοιτο
καὶ ποτιγλέποι Φίλυλλα
Δαμαρ[έ]τα τ᾽ ἐρατά τε Ἰανθεμίς·
ἀλλ᾽ Ἁγησιχόρα με τείρει.
οὐ γὰρ ἁ κ[α]λλίσφυρος
Ἁγησιχ[ό]ρ[α] πάρ᾽ αὐτεῖ,
Ἀγιδοῖ.... αρμένει
θωστήρ[ιά τ᾽] ἅμ᾽ ἐπαινεῖ.
ἀλλὰ τᾶν [..]... σιοὶ
δέξασθε· [σι]ῶν γὰρ ἄνα
καὶ τέλος· [χο]ροστάτις,
εἴποιμί κ᾽, [ἐ]γὼν μὲν αὐτὰ
παρσένος μάταν ἀπὸ θράνω λέλακα
γλαύξ· ἐγὼ[ν] δὲ τᾶι μὲν Ἀώτι μάλιστα
ἁνδάνην ἐρῶ· πόνων γὰρ
ἇμιν ἰάτωρ ἔγεντο·
ἐξ Ἁγησιχόρ[ας] δὲ νεάνιδες
ἰρ]ήνας ἐρατ[ᾶ]ς ἐπέβαν·
τῶ]ι τε γὰρ σηραφόρωι
...
τ[ῶι] κυβερνάται δὲ χρὴ
κ[ἠ]ν νᾶϊ μάλιστ᾽ ἀκούεν·
ἁ δὲ τᾶν Σηρην[ί]δων
ἀοιδοτέρα μ[ὲν οὐχί,
σιαὶ γάρ, ἀντ[ὶ δ᾽ ἕνδεκα
παιδῶν δεκ[ὰς ἅδ᾽ ἀείδ]ει·
φθέγγεται δ᾽ [ἄρ᾽] ὥ[τ᾽ ἐπὶ] Ξάνθω ῥοαῖσι
κύκνος· ἁ δ᾽ ἐφειμέρωι ξανθᾶι κομίσκαι
...

martes, 19 de junio de 2018

Por qué no me gusta usar el término «maquetación»

En estos tiempos que corren, la producción de un libro está más necesitada de tipografía y de *composición tipográfica* que de maquetación. Pero ahora, en el mundillo editorial, a cualquier cosa y a todo se le llama «maquetación».

Por qué no me gusta usar el término, lo explico (creo) aquí.

# To Do

Soy muy aficionado a escribir listas de cosas por hacer, quizás una forma enfermiza de tener un pie —siempre de barro— en el futuro. Pero las hago, me divierten y entretienen un tiempo que a lo mejor podría estar empleando en ejecutar algunas de esas tareas que enumero escrupulosamente. Para el verano en ciernes, el astronómico y el termométrico, no podría faltar la larguísima lista que llevo estos días redactando. Extraigo de ella aquí algunos ítems. Por ejemplo: lecturas pendientes, que se han ido acumulando en la mesa y en el disco duro, postergándose —y bien a mi pesar— por esta vida ajetreada que lleva uno. También, y si el trabajo me va dejando huecos, me gustaría seguir trasteando y aprendiendo algunos de mis lenguajes de programación favoritos, como Python, Lua o Lisp. Por desgracia, será otro verano en que no pueda empezar a aprender japonés, pues bastante tengo ya a estas alturas con no olvidar el griego. Tal vez en un mundo paralelo, o más allá del espejo, otra versión de un servidor esté ahora escribiendo lo mismo pero en términos inversos. Creo que debería pintar mi estudio, pero me produce una pereza inmensa pensar siquiera en levantar una brocha, por más que me salgan las caras de Bélmez en cofradía. Y, por supuesto, espero divisar ya el humo de Ítaca en mi traducción de la Odisea. Aunque a mi vecino se le ha estropeado la depuradora de la piscina, y creo que no tiene intención de repararla este verano, el muy truhán. Y esto es algo que me fastidia y me trastoca bastante, ya que ese rumor acuático era una compañía impagable para traducir la Odisea en las madrugadas: se imaginaba uno a las olas golpeando, una y otra vez, la quilla de la cóncava nave.

sábado, 16 de junio de 2018

1 hilacha

Más que de lo malo, conviene precaverse de lo mediocre.

viernes, 15 de junio de 2018

TeX y Cuaderno Ático

Puede resultar paradójico que la producción de una revista de poesía le deba tanto a un matemático y teórico de la computación. Pero con cada número de Cuaderno Ático no puedo dejar de expresar mi agradecimiento a Donald Knuth por su maravilloso sistema de tipografía digital TeX, cuyo nombre tiene, por cierto, un intencionado origen griego. Knuth, uno de los padres de la informática tal y como la conocemos (y usamos) ahora, pero además un humanista de tomo y lomo, rara vez es fotografiado junto a un ordenador. Aunque también dijo en el breve discurso pronunciado cuando le dieron aquí en España el Premio BBVA Fronteras del Conocimiento (2010. Enlazo el vídeo más abajo, que es cortito): «Es sumamente emocionante imaginar cómo bailan los electrones en el interior de una máquina cuando está llevando a cabo operaciones.» He de confesar que yo también suelo sentir, peligrosamente, esa emoción. Cada vez que TeX comienza a ejecutar una compilación y aparece en la pantalla la mítica frase: "This is TeX, version..." es como asistir a un pequeño big-bang en la oscuridad, algo que empieza a moverse, vivo, en el negro fondo de la terminal. Y ver cómo esos electrones van recordando a Gutenberg para crear letras, espacios, renglones, versos, páginas, etc. Y cómo cada texto va renaciendo a la luz. Sí, caray, es de veras emocionante.




Cortito

Tal vez recuerden aquello de no sé qué presentadora en la tele de antaño, la cual, ante la insistencia de no sé qué poeta de recitarle un soneto, respondió: «Sí, pero que sea cortito.» A la pobre periodista le llovieron todo género de befas y mofas, y el clero de la intelectualidad la puso poco menos que a caer de un burro. Pero yo creo que en esa respuesta está contenida la poética más sublime, que es la del valor de nuestro tiempo. Un tiempo, por cierto, dado a contraerse o dilatarse por algún misterio que comparten los poemas con las personas. De tal forma que toda una tarde de conversación con alguien puede pasársenos en un suspiro, mientras que cinco minutos con otro nos acabarán pareciendo cinco lustros.

martes, 12 de junio de 2018

Calle del Mundo

Terminando de poner orden en lo que vendrá a ser la continuación natural de Sucede en la voz de otros. Apuntes mundanos de poesía. Continuación aún más mundana, me temo. Contiene textos como éste:


CALLE DEL MUNDO

Si la poesía me ha enseñado algo (o al menos yo he sido capaz de aprenderlo) es a prescindir de la poesía. Es decir, que entre la poesía y la poesía se abre la gran calle del Mundo, tan grande que no caben en ella esos apretados, espesos compartimentos donde algunos pasan lista a sus trifulcas y agravios (que a nadie interesan, por otra parte), a sus complejos, a sus ayuntamientos, a sus pequeñeces. La gran calle del Mundo, en fin, donde está Mónica Vitti, Miyazaki o Hitchcock. Y el piano de Bill Evans, y el humanismo de las computadoras, y la tipografía y los boquerones en vinagre. Cuanto más se aleja uno de la poesía, más y mejor se está y se vive en la poesía.



domingo, 10 de junio de 2018

Tumbas (Kostas Karyotakis)


TUMBAS



Helena S. Lamari, 1878-1912
Poeta y músico.
Murió con el más horrible dolor en su cuerpo
y la paz más grande en su alma.

Cementerio de Atenas



¡Cuánto sosiego reina en este sitio!
Como si ellas, las tumbas, también sonrieran
mientras los muertos hablan con mayúsculas
calladamente, profundos en lo oscuro.

De allí quieren subir a nuestro corazón
y serenarlo con palabras simples.
Pero su queja, o cuanto ellos digan
--tan lejos se marcharon--, ya es inútil.

Éso es todo, dos tablones cruzados
para Martzokis. Y para Basiliadis
un gran libro de piedra.

Y una placa en la hierba, medio oculta
--así, ahora, la representa el Hades--,
para Lamari, una poeta olvidada.


(Kostas Karyotakis,
 Traducción de Juan manuel Macías.
Pre-Textos 2018)


***


ΤΑΦΟΙ

Ελένη Σ. Λάμαρη, 1878-1912 
Ποιήτρια και μουσικός. 
Επέθανε με τους φριχτώτερους πόνους στο σώμα 
και με τη μεγαλύτερη γαλήνη στην ψυχή.

Νεκροταφειο αθηνων


Πόση ησυχία δωπέρα βασιλεύει!
Οι τάφοι λες κι αυτοί χαμογελούνε,
ενώ με κεφαλαία σιγά μιλούνε
οι νεκροί γράμματα, βαθιά στα ερέβη.

Από κει, στην καρδιά μας που ειρηνεύει,
με απλά θέλουνε λόγια ν' ανεβούνε.
Μα το παράπονο, ή ό,τι κι αν πούνε
-- τόσο έφυγαν μακριά -- δε χρησιμεύει.

Είναι όλος, να, διασταυρωμένα δύο
ξύλα ο Μαρτζώκης. Να ο Βασιλειάδης,
ένα μεγάλο πέτρινο βιβλίο.

Και μια πλάκα στη χλόη μισοκρυμμένη
-- έτσι τώρα τη συμβολίζει ο Άδης --
να η Λάμαρη, ποιήτρια ξεχασμένη.

sábado, 2 de junio de 2018

Carcajada

Cada vez que algún lector, frente a una traducción, elogia el brillante estilo de tal novelista alemán o subraya el uso del hipérbaton en cual poeta ruso, la torre de Babel se viene abajo con una general carcajada.

jueves, 31 de mayo de 2018

El noveno pasajero

Demasiado a menudo me veo emprendiendo cosas de las que sé que me arrepentiré y de las que, por supuesto, me acabo arrepintiendo. Las mueve una curiosidad tan malsana como tonta, sin nada que ver con la inocencia aventurera de los gatos. Como hace unos días, sin ir mas lejos, cuando me sometí conscientemente a la tortura de ver esa aberración de Alien: Covenant (Ridley Scott 2017). No negaré que ya andaba bajo mínimos mi fe en el director que una vez firmó maravillas, pequeñas, incipientes como Los duelistas (1977) o grandes como Alien, el octavo pasajero (1979). Muchos querrán añadir también la soporífera y pedantesca Blade Runner, pero ya ven que no he escogido aquí el mejor momento para hacer amigos. Lo que me faltaba era constatar cómo él —y precisamente él— ha sido el último en unirse de grado a la orgía de destrucción y envilecimiento que de un tiempo a esta parte Hollywood viene montando contra la dignidad de un monstruo, convertido ya en personaje de feria. O en uno de esos humoristas mediocres que acaban repitiendo sus dos o tres gracias hasta el tedio y más allá del infinito. Qué duda cabe: ahora el cine de Hollywood está aquejado de sagas y de todo hace una saga. No esos cuentos de la Islandia medieval, con precisión de relojería, que tantos conocimos gracias a Borges. Las sagas, para la industria del cine (el calculador empresario de la feria), son sinónimo del tostón, el aburrimiento, lo inflado y lo vacuo. El universo expandido, dirán algunos, que no es otra cosa que el folletín de toda la vida.

Pero aquella Alien, el octavo pasajero no necesitaba expandirse por ningún lado. Era una historia simple, elemental, como la excelente El diablo sobre ruedas del primer Spielberg: personas completamente normales se encuentran con alguien en su camino que quiere matarlas, por alguna razón que se nos escapa o simplemente sin razón. ¿Y la criatura alienígena? Bastan sus apariciones fugaces, como una amenaza que se escurre, imprecisa, por los grasientos corredores de la nave Nostromo, entre humo y luces desquiciadas cuya finalidad tampoco acabamos de ver, más allá de desquiciar también a los tripulantes y a nosotros de paso. Tampoco necesitamos conocer la vida y el universo interior del alien. Probablemente el pobre no dé para más: es un secundario en el fondo y, como Escila y Caribdis, su papel en la trama acaba donde empieza. De la criatura quedarán para el recuerdo el inspiradísimo diseño de Giger (qué gran hallazgo, por cierto, lo de evitar dejarle en su versión definitiva un par de ojos visibles: eso le hubiese conferido algún tipo de humanidad, o al menos una suerte de conciencia, un plan), como también el extremado barroquismo de su proceso reproductivo. El cual, para llegar a buen término, requiere: (a) un huevo; (b) un bicho francamente asqueroso y saltarín que se te pega a la cara, te rodea con sus tentáculos y no te suelta hasta que te deja en los entresijos un segundo huevo; (c) una nave que pase por allí; y (d) el gran John Hurt para poner su cara y armar el quilombo. Si el alien es una especie de parásito, está claro que estaríamos ante el alumno más heterodoxo en la Escuela Superior de Piojos, Pulgas y Garrapatas. La naturaleza, por contra, suele tender más a la economía de medios, y a echar mano de ese principio que en la jerga de los programadores informáticos se conoce como KISS (Keep it simple, stupid!). Pero este proceso tan alambicado, caprichoso y lento de maduración y crecimiento en nuestra criatura (aunque no tanto como el de algunos adolescentes) suma muy bien a la trama un cierto tono onírico. A decir verdad, cuando el alien consigue llegar a adulto de una vez y empezar a hacer de las suyas, casi nos quedamos sin película. El miedo y el suspense estriban aquí, más bien, en una amenaza creciente: el «¿y ahora qué viene?». Lo malo es que en todas las películas que siguieron a ésta en la «saga» ya sabemos de sobra lo que viene.

Después del disgusto de Alien: Covenant me han entrado ganas, sí, de volver a ver aquel octavo pasajero del 79. Incluso —reconozcámoslo— también a aquella Sigourney Weaver del 79. Pero tal vez mejor que siga abandonado ese planeta inhóspito en su viento perpetuo, con su nave varada y sus peligros, no sea que éstos nos dejen de asustar y les acabemos viendo las tramoyas y los resortes. Y es que todo, al igual que la gestación del alienígena de la doble dentadura, tiene su tiempo y su tempo. Y las películas, como los poemas, como las canciones, como las calles, como el amor, sólo suceden (nos suceden) una vez en la vida. El resto es alimentar la memoria e intentar volver. Pero no lo olvidemos: el planeta de Alien emitía una señal reiterada en el vacío del espacio, y la tripulación adivinó —ya demasiado tarde, ay— que esa señal no era más que una advertencia.