viernes, 23 de noviembre de 2018

Teclados, Emacs y el marqués de Bradomín

I

Vuelvo a leer estos días, imagino que por elemental reacción frente al desabrido temporal y el trabajo que acomente en hordas, la Sonata de estío de Valle Inclán. Una o dos páginas que aguardan en la mesilla de noche para dejarse ir rodando al sueño, mansamente, mientras se enreda en sus rancios claustros el divagar heráldico y erótico de Bradomín, bajo la luz dorada —a la par que ambigua— de aquel México, acaso también algo gallego, de bandoleros, aterradoras éticas de la posesión y Niñas Chole. Todas esas convulsiones y desarreglos, extrañamente, me traen una paz cabal y suficiente para caer rendido. Fuera sigue la lluvia.

Pero entre la lentitud tan agradable en que la sonata avanza, me da por pensar también qué habría pasado si nuestro buen marqués hubiese sucumbido a este otro aguacero de las redes (mal llamadas) sociales de hogaño, donde cada gota es de inmediato suplantada por la siguiente, constante sucesión de la nada en un runrún de fondo. En este ámbito de lectores nerviosos e impacientes que no leen, pues antes de que empiecen ya terminan, de gente que se fotografía los pies de su soledad o la taza de café que se está tomando con nadie. Donde hay una impostura de vida, e incluso de vida literaria, que es la impostura de otra impostura. No creo que a Bradomín le llevara mucho adaptarse, a él, tan galán de mundo, aunque a costa de atomizarse en un sinfín de ocurrencias y gracias, merecedoras sin duda de los likes y los enjutos emoticonos; y destinadas, sin duda, a ser trending topic por algunas horas. Una actualidad que de rabiosa tiene poco, pues difícilmente muerde. Y hasta lo encontrara divertido, pero nos acabaría privando de esa serena música de cámara, la clara matemática que da sentido a tanta tesela de ardores y arrebatos.

II

No creo que haya un editor de texto tan esencialmente comprometido con eso, el texto, como lo es GNU Emacs. Para él cualquier cosa es un texto y merecedora de ser tratada como tal, y gracias a ello resulta la herramienta perfecta para todo aquel que escriba, ya sea código de programación, una nota improvisada como ésta o la traducción de la Odisea. A Galdós, que escribía casi tanto como un programador de software libre, le hubiese encantado. Pero en torno a Emacs, además de muchas leyendas y gracietas, también acabó propagándose un curioso daño muscular conocido como «el meñique de Emacs». Se debe, según cuentan, a la ubicación de la tecla CONTROL en los teclados QWERTY de ahora, y a que esa tecla estaba presente, en diversas combinatorias, en los comandos más habituales del editor. Ahora bien, ya que se iba a usar mucho, ¿se escogió la tecla por simple masoquismo? La explicación, más mundana, es que los teclados de las computadoras de los '80 para trabajar con el lenguaje Lisp (y Emacs está escrito en un dialecto de Lisp) situaban la tecla CONTROL donde nuestros teclados tienen la ALT, junto al espaciador, mucho más cómoda de pulsar y que no lleva a poner a prueba la resistencia de nuestro pobre meñique.

Por supuesto, lo del meñique de Emacs tiene visos de ser una cosa del pasado, ya que las versiones modernas han transladado muchos de esos comandos cotidianos, precisamente, a la tecla ALT, además de que cada usuario puede remapearse el teclado y los atajos a su gusto. Pero siempre se hilará más fino. Por ejemplo, no hace mucho encontré este artículo, donde se pasa revista a una serie de teclados «ergonómicos» y, al parecer, idóneos para Emacs. Confieso que algunas formas me resultan de lo más extrañas, como los mandos de una nave espacial alienígena (igual así nos ven algunos esclavos del Word a los usuarios de Emacs). Ni acabo de entender dónde está la ergonomía en ciertos casos, bastante bizarros. Por mi parte, me encuentro pero que muy cómodo usando Emacs tal y como lo hago, ni creo que haya nada más confortable que las rutinas de mi adorado editor. Pero también pienso que invertimos demasiado poco en teclados. Lo cual me recuerda que debo comprar uno estas Navidades.

Todo eso, por supuesto, no deja de contrastar con los aborrecibles teclados táctiles de hoy día, pensados para el comentario fugaz, el jiji y el jaja. Aún está por descubrir qué nueva dolencia traerán a sus usuarios. O quizás es que aquí la enfermedad ya viene antes que la causa. Si los textos caracterizan a una época, no menos podrán hablar de ella sus maneras de escribir y sus teclados.