lunes, 24 de febrero de 2014

Un poema de Javier Sánchez Menéndez



SOBRE LA PIEL DEL MUNDO

III

Con tanto desaliento mi libertad se rompe,
mi pulso ronda enero y la desilusión.

Cuántos gestos miramos con nostalgias,
cuántos silencios rotos
o voces extinguidas o palabras
que ahora cantan los hombres
sólo por amistad.

Voy recordando nubes, árboles, sombras,
tiempo de amor y sueños,
tu hermosura radiante
y la brisa que envuelve tu presencia de luz.


(Javier Sánchez Menéndez, Por complacer a mis superiores
Ediciones En Huida, 2014)

domingo, 23 de febrero de 2014

Eduardo Moga (en prosa y verso)

Como el sueño y la vigilia, el verso y la prosa no dejan de ser meras convenciones. Los primeros, para entender nuestro catálogo sucesivo de noches y de días; y los segundos, como límites y formas de la escritura, el texto y las artes gráficas. «Y, si no --vendría a decir con más razón que un santo Juan Ramón Jiménez-- que se lo pregunten a un ciego». Precisamente, el poeta Eduardo Moga, hábil y audaz viajero por los infinitos puntos que unen las dos orillas, acaba de regalarnos a sus lectores, casi sin solución de continuidad, un libro de versos y otro de prosas, y por ambos circula a su albedrío (para escucharla más que para verla) la siempre difícil, contradictoria y rara poesía. Sirva esta apresurada nota que aquí cuelgo para saludarlos.

El libro de versos se titula Décimas de fiebre y está editado por Los papeles de Brighton, joven e interesante proyecto editorial puesto en marcha por el escritor y crítico Juan Luis Calbarro, a quien, de paso, deseamos desde aquí mucha suerte y éxitos en este viaje. Un volumen compuesto por --nada menos-- cincuenta y cinco décimas espinelas, esa estrofa de arte menor cuyos delicadísimos cascabeles hicieron sonar con tanta gracia poetas del 27 como Jorge Guillén, Cernuda o Gerardo Diego. Las décimas de fiebre del poeta barcelonés no les van a la zaga:

Tengo años cuarenta y nueve,
que es lo mismo que decir
media vida sin reír
o tengo cuarenta y nieve.
No Eduardo: me llamo llueve,
y me inquina una tormenta
meticulosa, una lenta
casi nada que me guía,
con precisión de gumía,
a un ataúd de cincuenta.

Para este libro, buen ejemplo de que el arte, al igual que la naturaleza, también escoge a veces la simetría, un servidor ha tenido el honor de escribir un breve prólogo. Por lo demás, en este enlace pueden acceder a la editorial para adquirir el libro directamente. Imperdible:

http://lospapelesdebrighton.com/2014/02/12/eduardo-moga-decimas-de-fiebre/


El libro de prosas, La pasión de escribil [Relato de tres viajes a hispanoamérica] está editado, con su cuidado y pulcritud habituales, por la sevillana Isla de Siltolá, la benemérita, imprescindible editorial del poeta Javier Sánchez Menéndez. Un volumen que se imanta a las manos vertiginosamente,  y al que cuesta Dios y ayuda colocarle el marcapáginas. Narración tan caudalosa como grata, de extensos pero precisos y biselados horizones, donde Moga consigue llevar en volandas al lector de ola en ola, de la intensa pulsión lírica a la ironía más mordaz, sucesivamente, como un moderno Cabeza de Vaca sin navío, que da cumplida crónica ante su atónito auditorio de los naufragios que pueblan ese curioso mar conocido como «la vida literaria».



viernes, 21 de febrero de 2014

María Polydouri en Sevilla

Con la reimpresión del libro recién salida de la imprenta, estaremos presentando en Sevilla "Los trinos que se extinguen" de María Polydouri (Vaso Roto Ediciones) el próximo jueves 27, con un presentador de lujo, Antonio Rivero Taravillo. Será en la magnífica librería Birlibirloque, a las 20:00 horas. Una ocasión, sobre todo, para poder ver a queridos amigos que uno tiene allí.



sábado, 15 de febrero de 2014

María Polydouri (un poema de El eco en el caos)

[Hoy...]

Hoy, justo antes de que la luz llenara el cielo,
escuché unas campanas que sonaban lejos, en la ciudad.
Unas campanas... ¿Por qué reparé en ellas? Como si las últimas sombras
esparcieran el odio lentamente y se movieran con pesadumbre.

¿Dónde dejé el dulce corazón de mi niñez,
en qué momento, atado a qué tañido de campanas?
En qué momento... Y hoy, para rezar mi oración,
me puse de rodillas, triste.

Una oración a la belleza, esa madre olvidada,
a la ignorancia, a la sonrisa, a la voz de los sueños,
mientras hoy escucho a las campanas del desconsuelo
cómo anuncian con pena la muerte intempestiva.

(María Polydouri, El eco en en caos, 1929)
Traducción: Juan Manuel Macías

*****


[Σήμερα...]

Σήμερα πρὶν καλὰ τὸ φῶς τὸν οὐρανὸ γεμίση,
καμπάνες ἄκουσα μακριὰ στὴν πολιτεία ποὺ ἠχοῦσαν.
Καμπάνες... γιατί πρόσεξα; Σὰ νὰ σκορποῦσαν μίση
τὰ τελευταία σκοτάδια ἀργὰ καὶ σκυθρωπὰ κινοῦσαν.

Ποῦ νἄχω ἀφήσει τὴ γλυκιά, παιδιάτικη ψυχή μου,
σὲ ποιὸ καιρό, μὲ ποιᾶς καμπάνας τὸ σκοπὸ δεμένη;
Σὲ ποιὸ καιρό... καὶ σήμερα νὰ πῶ τὴν προσευχή μου
στὰ λυγισμένα γόνατα στηρίχτηκα θλιμμένη.

Μία προσευχὴ στὴν ὀμορφιά, τὴν ξεχασμένη μάνα,
στὴν ἄγνοια, στὸ χαμόγελο, στοῦ ὀνείρου τὴ φωνή,
ἀκούοντας τοῦ σπαραγμοῦ τὴ σημερνὴ καμπάνα
ποὺ σήμαινε λυπητερὰ τὴν ἄκαιρη θανή.



Una foto actual del viejo edificio del sanatorio de Sotiría.

domingo, 2 de febrero de 2014

El árbol

La imagen de una tarde se deshace
en esquirlas de luz y olor de jara.
Hay un camino solo
que corre al borde de un pinar vedado.
Hay unos niños frente a la cancela.
No sé deciros cuántos son. Se pierden
con su mirada por los arabescos
donde sueña el silencio de los árboles.
Y un niño entonces pronuncia la sentencia
y lo señala: «el árbol del ahorcado».
Y las palabras cumplen con el raro momento,
poderosas y antiguas, y conmueven el aire,
y despliegan sus pétalos de cólera.
Los niños ven de pronto el gran vacío
que rodea a aquel árbol, como si los otros
quisieran apartarse en una larga fuga,
y sus ramas tendieran afiladas
en corro, igual que dedos apuntando
al solitario, al condenado, al triste.

Los niños lo contemplan con asombro y con miedo,
y regresan al mundo. Atrás en el camino
se quedan las palabras,
como leves insectos, vibrando en los jarales.
Se las lleva la tarde en su caída
hacia ese duermevela de vago pensamiento
donde las tardes apenas se recuerdan.

Ahora sé que aquel bosque se escoró a la nada,
alimentando el fuego de los hombres
que levantan las casas y disponen los parques
por darle espacios nuevos al olvido.
Pero la vida labrará sus noches
y el árbol del ahorcado volverá como vuelven ciertos sueños,
cíclico, atormentado, huraño, indescifrable,
celoso de la herida que aún doblega sus ramas
odiadas por el viento y por los pájaros, prohibidas
a esos seres efímeros, frágiles, hermosos, que aún ignoran
el peso de los cuerpos de los hombres.

Ahora sé que aquel árbol va extendiendo su sombra,
cobijando, una a una, las palabras,
el poema perdido de una tarde
donde se aleja el niño y el adulto vuelve.


( Recupero un lejano poema,  con sus recuerdos de terrores infantiles, que llevaba desde hace mucho tiempo durmiendo en el cajón).