domingo, 21 de diciembre de 2014

Revista Turia,112 / Cavafis

Ya por casa el número 112 de la gran revista Turia: 480 páginas (nada menos) de más que prometedora lectura. Todo un honor estar allí con mi traducción y nota de seis poemas de Cavafis (cuatro de los llamados "canónicos" y dos del grupo de los "ocultos"), pequeño aperitivo de nuestras próximas "poesías completas" del gran poeta alejandrino.



viernes, 5 de diciembre de 2014

Reunión



Donde el tiempo conjuga un bajo amor de cuadra huérfana,
la memoria que fermenta envilecida en las paredes, sueña,
vieja yegua de días y de noches, aniquilada bestia,
condición dejada a los más mediocres crímenes
y a las navajas que gimen su larga progenie de gargantas.

Es hora de ajusticiar todos los himnos como a cisnes
antes de que los turistas del mundo disparen una sola duda entre las cejas.
Faltan mil años para todo.
Incluso para los acantilados.
Por eso, sueña.
Sueña y galopa al son que multiplica estatuas y ruinas en los posos del hambre,
y deshaz la constante del sur en tus belfos enfermos.

Es hora ya de ver si la memoria arde
con las brasas sublevadas a tu paso:
quemar el cofrecillo enmohecido por el exceso de ciudades,
donde las palabras son fotos apelmazadas
que miran a nadie desde un fingido lecho de sonrisas,
en un perfume terco, impaciente, oscuro,
esperando sin piedad el juego del aquí y el siempre.

Pero el envés de las palabras (lo sabíamos)
sólo es un tembloroso ajuar de ceniza: no pidáis más
que la muerte agazapada tras la orquesta
o la náusea aprendida al fondo de la chistera del mago.

Vieja yegua imposible,
crines de humo, lengua tendida, rompe
a llorar de una vez sin miedo ni cadenas
la lágrima perfecta, la nunca reclamada
por los traficantes de estaciones muertas.
Y escribe tu derrota con letras recién desenterradas,
húmedas, frías aún con la primera ignorancia,
una palabra de mil años hasta que la voz profane el aire sin vin remedio
y el corazón asuma al fin sus cuatro límites fatales.

Sueña en la nada prematura
y galopa hacia el poniente espantoso de los símbolos.
De aquí a mil años mil espaldas laceradas celebrarán al sol tu muerte inútil
y acaso nazca por ti un lamento oficial en los desayunos.
Pero qué bello, qué torpemente bello tu instante arrebatado, tu tránsito y tu abismo,
y este lodo de sueños donde tú y yo nos confundimos,
como si el verano tuviera un serio motivo para derrumbarse,
como si tú me quisieras decir algo en tu larga caída,
como si al final de la historia, cuando el poema se ha quedado a oscuras,
sobreviviera la orquesta la orquesta la orquesta.

(De Tránsito, DVD Ediciones, 2011)

jueves, 27 de noviembre de 2014

Cavafis en Turia


Hoy se presenta el número 112 de la revista Turia, que viene cargado, como siempre, de interesante y jugoso contenido. En este número un servidor ha tenido el honor de colaborar con las traducciones de seis poemas de Cavafis, anticipo de nuestra próxima edición de la poesía completa del alejandrino.




sábado, 22 de noviembre de 2014

Alberca

Esa piel en remanso del agua y el espejo
donde resbalan ciegos eslabones de días,
opacos, duros como labios inapelables al beso,
y sin embargo nítidos, enrojecidos
por la luz volatinera con que el sol se divierte en una onda repentina.

El filo de una alberca, la memoria
donde el invierno se desangra en racimos de nubes.
Y las últimas aves que arrebatan al aire escorzos, despedidas.
El filo preciso que separa el amor imposible de dos mundos
o una senda desdoblada:
Una parte que rueda hacia el ocaso
con la ruina de la tarde, y nuestra vida a cuestas, con todas las preguntas.
Otra parte que queda esculpida en silencio,
en la sombra creciente,
acumulando el poso inútil de lo que ya no es,
precipitándose en su propio abismo
y en el color cansado, vagamente sepia,
del agua y la mentira.


(De Tránsito, DVD Ediciones, 2011)

miércoles, 22 de octubre de 2014

Poemas en Uno y Cero Ediciones

Uno y Cero Ediciones, la joven y muy recomendable editorial digital que dirige la escritora Teresa Garbí, ha tenido la gentileza de invitarme a colaborar en la sección de Firmas invitadas de su magnífica e interesantísima página web. Gracias a su hospitalidad, podéis leer allí cuatro poemas de un servidor. Los dos primeros pertenecen a mi poemario "Tránsito"(DVD Ediciones, 2011). El tercero es un inédito, de mi escasa (ay) producción de los últimos años. Y el cuarto, un poema en prosa que forma parte de un libro de prosas misceláneas, de próxima publicación. Mi agradecimiento a Teresa y a Uno y Cero Ediciones.



viernes, 17 de octubre de 2014

Fragmento de una entrevista con Ati Solerti (traducida)

(Hará algo más de un año, Ati Solerti, magnífica poeta y traductora griega, me hizo una extensa entrevista, en griego, para la revista digital Vakxikon. Aquí va mi traducción de una parte de esa entrevista, sobre todo lo concerniente a traducción y poesía, por si pudiera interesar a algún lector español)


***


Mantiene el blog que lleva por título Las diosas y las nubes. ¿Qué le inspiró tal nombre?

El nombre de mi blog me vino, casi sin querer, por un soneto de Gerardo Diego (poeta del 27 al que admiro bastante), titulado Nubes sobre el desierto. El poema habla de unas nubes solitarias que pasan, como diosas, sobre el desierto desolado, extendiendo sus sombras sobre la arena, en un espejo mutuo. Me di cuenta de que esta metáfora de la fugacidad era también muy apropiada para algo tan efímero y transitorio como lo son la internet y los blogs.

¿Cree en la inspiración como algo divino?

Creo en la inspiración, aun cuando usemos tal palabra para referirnos a algo que no sabemos con certeza qué es o de dónde procede. Sobre esta cuestión, recuerdo una ironía de Borges, donde afirmaba que Homero creía en la Musa, mientras que hoy algunos creen en el Inconsciente Colectivo, pero esto --decía-- es simplemente mudar de mitología. La poesía vive en el misterio, y tan sólo podemos hablar de ella en su propia lengua, que es el lenguaje del mito. La Musa / Diosa a la que se invoca en el comienzo del poema homérico pertenece al mito más extremo, el de la creación, y a mi juicio es una manera maravillosa de simbolizar lo ajeno, lo incomprensible que da lugar al poema. En mi experiencia personal, mucho más prosaica y humilde, naturalmente, que la de Homero, puedo decir que no sé cómo se crea un poema. Como escribí en otra ocasión, siempre llego demasiado tarde a mis poemas.

¿Por qué escribimos poesía?

Esa es la gran pregunta, que me atormenta desde que escribí el primer poema de mi vida, y creo que lo seguirá haciendo cada vez que acabe un poema, incluso si creyera que tal poema habría de ser el último. Amo la poesía, y mi relación con ella es, esencialmente, la propia de un lector, el estado que da más satisfacción, y que otorga el don de admirar. El poeta, como dije antes, se mueve en la esfera de la mitología. Los poemas que queremos tienen un halo de eternidad, como si renacieran en otras voces, las cuales forman parte de nuestra vida, incluso también la propia voz que oímos cuando leemos. Esto, para mí, es el amor a la poesía. Escribir poesía es una cosa diferente, algunas veces implica dolor. Para mí, es un acto inevitable.

Es usted filólogo, helenista, poeta y traductor. Ha dedicado gran parte de su actividad literaria a la traducción de poesía griega. Desde los poetas griegos de la antigüedad (Homero, Alcmán, Alceo, Safo, etc.) hasta los contemporáneos (Cavafis, Karyotakis, Polydouri, etc.). Cómo surgió ese gran amor y devoción a la lengua y literatura griegas?

Mi primer contacto con la lengua griega llegó en la universidad, cuando estudiaba Filología Clásica. Fue, naturalmente, a través del griego antiguo. Quedé fascinado desde el principio con todo lo que concernía a esta lengua, desde la primera vez que vi las letras que el profesor escribía en la pizarra. Me fascinó ir descubriendo los diferentes dialectos y autores, y los misterios del Lineal B en las tablillas micénicas. Pero cuando estudiábamos así la lengua griega, olvidábamos que el griego antiguo es sólo un fotograma de la película, parte de un continuo. No se puede disecar lo que está vivo y se mueve, tal empresa es una quimera. La clasificación de la lengua griega en antigua y moderna, como toda clasificación, es un artificio. A mi parecer, debemos entrar en la lengua griega siempre desde el presente.

El himno al amor, a la naturaleza, a la belleza, está extendido en la lírica griega arcaica. ¿Qué cree que contribuye a la intemporalidad de esa poesía?

Uno de los más grandes helenistas españoles, Manuel Fernández Galiano, afirmó que Safo fue la inventora del amor para Occidente. Suena como una gran verdad. Cada palabra de aquellos poetas, tan variopintos, se muestra siempre como recién creada, apenas con el rocío del amanecer. Todo es limpio y sincero, todo está vivo. Las muchachas del partenio de Alcmán quieren estar allí, en esos versos, y seguir cantando para siempre, frente a la fatiga de los filólogos alejandrinos. Arquíloco de Paros dice una vez y otra vez que el hombre es una sucesión de ritmos: alegrías y penas. Tal vez eso es la melancolía... Y parece también que Safo responde a Fernández Galiano, diciendo que lo más bello es lo que uno ama. Schopenhauer se refería al «Mundo como voluntad y representación». Pero cuánto mejor comprendemos a la diáfana Safo.

¿Advierte un algo común entre la escritura de los poetas griegos antiguos y la de los contemporáneos?

Frente a la idea artificial de «historia de la literatura» como algo lineal y progresivo, creo que los poetas de diferentes épocas en una lengua entablan un diálogo interminable entre ellos, respondiéndose el uno al otro. Dicho diálogo siempre se lleva a cabo en el aquí y ahora del lector. La lengua griega es un tejido inmenso, como el de Penélope. A lo lejos se escucha la voz de Homero, que es quien inició el diálogo. Su voz, aunque distante, sigue estando presente, como el rumor del mar al fondo.

¿Qué dificultades conlleva el trabajo de un traductor? ¿Donde surgen esas dificultades a las que se enfrenta?

En primer lugar (y creo que aquí el consenso es lo suficientemente amplio), pienso que la poesía es esencialmente intraducible. Podemos traducir las ideas, pero no las palabras. Y, como dijo Mallarmé, la poesía se hace con palabras, no con ideas. Este es el primer problema, el más insalvable. Sin embargo, cuando hablamos de poesía, debemos entender el término «traducción» con un sentido incorrecto. De tal modo, la «traducción» de un poema no debe juzgarse en base al poema original, en términos de «fidelidad», sino en base a la lengua de destino, conforme a la poesía. La traducción de un poema debe leerse como un poema. Naturalmente, es necesario que el traductor conozca la lengua del poema original, y su entorno. Pero, ¿a qué llamamos "conocer"? El traductor es siempre un viajero en tierra extraña, y su propia sorpresa será de lo que se nutra su traducción.

¿Existe algún secreto para una buena traducción?

Como dije antes, creo que traducir poesía es otra forma de escribir poesía. Aquí también entra en escena «la inspiración». Cada poema, original o traducción, proviene siempre a partir de una realidad intraducible. Pensamos que una lengua, sobre todo, es una herramienta de comunicación, de tal manera que no hay problema para nombrar las cosas. Pero el corazón del lenguaje humano es su imprecisión, que es, aun tiempo, lo que lo condena y lo salva. Las palabras son también poemas. Pondré un pequeño ejemplo. La palabra griega «σελήνη» y la palabra latina «luna», provienen de un antiguo adjetivo sustantivado indoeuropeo *leuks-na, que significa «la luminosa». No podemos referirnos a las cosas directamente, sino mediante una metáfora («la luminosa»). La lengua humana no sabe nombrar las cosas. Y este silencio sólo se puede llenar con la música de las palabras. Realmente, ignoro cuál es el secreto de una buena traducción. Pero sospecho que una traducción o un poema pueden venirse abajo en un segundo, por el sobrepeso de información y un deseo excesivo de comunicar.

El tono melancólico, la sensación de soledad, la dulce nostalgia por la belleza de todo tiempo que ya se ha marchado, la inocencia infantil, la esperanza en un sueño no cumplido, los sentimientos indecibles a la luz del alba, son la delicada canción de su decir. ¿Cuánto de biográfico tiene su escritura?

Siempre hay una experiencia vital previa, ya que no podemos crear un poema de la nada. Esta experiencia vital puede ser una persona, un sentimiento, un lugar, un pensamiento, un sueño, algo que hemos leído, una pieza musical, una obsesión, un presagio... Pero la traducción de todo esto no puede ser nunca literal. «El poeta es un fingidor», dijo Pessoa. En realidad, el poema es el que crea al poeta, no al contrario. La poesía es fantasía, mentira, pero una mentira verdadera. El poema quiere ser real, como aquella experiencia que nos emocionó. Y será real, cuando alguien le preste su voz de nuevo.

Pasado -- Presente -- Futuro: ¿qué le inspira más?

El presente, por supuesto. Aunque el presente sea un sueño fugaz, como nosotros mismos, es el lugar a donde pertenecemos. Pero no es aconsejable que nos volvamos unos nacionalistas del presente. Habitar el presente es tan sólo nuestro destino.










lunes, 1 de septiembre de 2014

Prólogo a Décimas de fiebre

(Para el magnífico y más que recomendable poemario de Eduardo Moga Décimas de fiebre, editado recientemente por Los papeles de Brighton, un servidor tuvo el honor de escribir este prólogo que reproduzco a continuación).


LA ELECCIÓN DE LA FIEBRE
Si hablamos de formas clásicas en poesía, ahora que toda posible huida parece ya tramada y ejecutada, no dejaremos de invocar una vez más los dilemas del clasicismo, con su aroma a vitrina de museo, tan apetecible de romper, y los de la forma y el fondo, distinción ilusoria entre un contenido provechoso y un envoltorio agradable a los oídos. Hablar de formas clásicas también nos encara con la terrible «preceptiva», vocablo inventado por los tratadistas de métrica y prosodia, esos agrimensores tristes, bajo el que congregaban todas las normas de aseo y buen uso para la correcta confección del poema. «Forma clásica»: un sintagma tan ajado, sí, como la estatuaria de un antiguo régimen cualquiera.
Pero los poetas del 27, la última gran vanguardia de la poesía española, fueron pródigos en esas llamadas formas clásicas. Y, por paradoja, si hay un regalo que tenemos que agradecerles entre tantos, es su saludable vindicación de la libertad creadora. Algo que Gerardo Diego sintetizó en un término conocido como la gana: «(...) Hacemos décimas, hacemos sonetos, hacemos liras porque nos da la gana... La gana es sagrada (...)». Movido por una idéntica y también sagrada (a su manera) gana, Eduardo Moga nos trae ahora estas cincuenta y cinco Décimas de fiebre, para las que tengo el honor de escribir unas (siempre innecesarias) pocas líneas previas.
No es la primera vez que Moga se pasea por las bodegas (así las llamó el propio Gerardo Diego) de los versos venerables. Ya en sus Seis sextinas soeces (Valladolid, El Gato Gris, 2008) nos entregó el poeta catalán una feliz poesía castellana de hoy, con un tono paródico hábilmente sostenido mediante los solos engranajes de la sextina, sin mala conciencia ni tramando ninguna trampa fuera del juego contra ese artificioso, enrevesado poema provenzal, casi olvidado más allá de la curiosidad histórica. Mejor suerte en la historia, desde luego, ha corrido nuestra llamada «décima espinela», estrofa de arte menor inventada por Vicente Espinel, un poeta menor del siglo XVI. La estructura de esta estrofa, cuyo prestigio ha sido tantas veces equiparado al del soneto, es bien conocida y se puede hallar descrita en cualquier manual de métrica española al uso: dos redondillas (dos cuartetos octosílabos de rima abrazada) unidos por otros dos octosílabos que ejercen de bisagra, rimando con el último y el primer verso de cada cuarteta, respectivamente. La décima, así, es un juego de espejos y simetría, un discurso en miniatura con la apariencia de estar cerrado sobre sí mismo, circular como ese curvo firmamento de la décima de Guillén que hace de lema y pórtico a este poemario. Y en una rueda así no habría de jugar un papel menos importante la rima, ese artificio antiguo que nos vuelve sobre la piel acústica del lenguaje; el azar y la gracia repentina de ver a dos palabras, de pronto, saludarse tan sólo porque suenan de una forma idéntica o parecida. Son estos, en fin, los gratos andamiajes de estas décimas, que nos pueden llevar fácilmente a pensar en el poema como una cárcel. O un ataúd, como sugiere el poeta:
Tengo años cuarenta y nueve,
que es lo mismo que decir
media vida sin reír
o tengo cuarenta y nieve.
No Eduardo: me llamo llueve,
y me inquina una tormenta
meticulosa, una lenta
casi nada que me guía,
con precisión de gumía,
a un ataúd de cincuenta.

Chesterton escribió una vez que el verso libre es una contradicción en los términos. Y aunque esta frase del genial gordo británico puede tomarse como el desahogo de una estética reaccionaria (y, probablemente, ésa fuera su intención), yo la veo más bien como el enésimo aserto de que toda elección siempre individualiza y marca unos límites, necesarios siempre para que se establezca nuestro deseo, porque tomar un camino supone abandonar todos los otros. Idéntica trabazón ciñe a la poesía, empezando por la que ejerce el propio tiempo (ataúd de cincuenta), ya que la vida que éste le presta al poema también supone el principio de su aniquilamiento.
La gana de componer décimas viene a recordarnos, asimismo, que la simetría no es en modo alguno la norma del arte, sino que en éste, como en un espejo del mundo (y un lugar más del mundo), todo es excepción y todo es nuevo, excéntrico, único. Si los poetas del 27 reivindicaron a Góngora, no lo hacían sólo por llamar la atención hacia el extremado cordobés, funambulista sin red, sino también para salvar a Lope del espeso sahumerio de la normalidad, para concederle a Lope su propio precipicio. Moga también se reserva el derecho a escoger el suyo, personal e intransferible, y a través de sus décimas redondas vuelve a ser el poeta que mira en torno, convocando la dispersión de sus días en una sola jornada, con todos sus contrastes y matices, sus invectivas y sus amores:
Solo algunas, por probar,
quise escribir al principio;
pocas, sin ganga ni ripio,
para zaherir, y amar,
y ver las cosas pasar.
(...)

Componer décimas, además, para desmentir la historia de la poesía y del poeta como progresiones de una línea recta; entender esa historia mejor como un círculo, donde convergen las lecturas y los poemas de cada época en un presente sentimental; donde la décima o espinela no es una reconstrucción arqueológica, ni una emulación de bachiller, ni mucho menos una forma arquetípica y vacía, lista para ser llenada con cualquier contenido que se resigne a adaptarse a sus paredes. La décima, antes bien, es el poema que nace ya con su propia música, como un eco de otras décimas antes escuchadas; el poema que sólo puede ser esa música y no otra, fatalmente:
(...)
Pero, como quien aventa,
esas pocas, en incruenta
floración, se amontonaron,
trenzaron fuegos, volaron,
hasta este mar de cincuenta.

Componer décimas, en suma, para recordar que la poesía, como el amor, es libre.

Juan Manuel Macías
Cercedilla, 2012

Los marcianos

(...)

Llegaron al canal. Era largo y recto y fresco, y reflejaba la noche.

--Siempre quise ver un marciano --dijo Michael--. ¿Dónde están, papá? Me lo prometiste.

--Ahí están --dijo papá, sentando a Michael en el hombro y señalando las aguas del canal.

Los marcianos estaban allí, en el canal, reflejados en el agua: Timothy y Michael y Robert y papá y mamá.

Los marcianos les devolvieron una larga mirada silenciosa desde el agua ondulada...


(Ray Bradbury, Crónicas marcianas, trad. de F. Abelenda, Minotauro)

miércoles, 30 de julio de 2014

Inéditos

Lúcido, como siempre, escribía Sergio Gaspar este breve texto sobre la edición y la inedición, previo al arranque de su poema en prosa Aben Razin. En el primer número de Cuaderno ático.






domingo, 27 de julio de 2014

Otra hilacha

El ego de algunos poetas llega a tal extremo que no toleran que les haga sombra la poesía.

miércoles, 23 de julio de 2014

Oriente

Viernes de canícula, planicie y trabajo. Huele a barbacoa o a fritanga, y alguien está castigando el mundo con Melendi. A uno le gustaría escaparse a algún sitio en blanco y negro. De rancia geografía. Algo así como el Imperio austrohúngaro. Todo lleno de conspiraciones siniestras y gabardinas. Y cigarrillos turcos. Y mujeres de medias lisas y pasado tortuoso. Y tranvías. Y llevar un fedora sobre la cabeza. Y saludar levemente con él a Hedy Lamarr, inventora del wifi. Y subir a trenes que sólo salen por la noche, y discurren por la noche, toda la noche, hacia un Oriente impreciso, como sombríos pensamientos.



lunes, 14 de julio de 2014

2 hilachas

Un buen poema siempre es verdadero, aunque a lo largo de una vida, o en tan sólo un día, pueda contradecirse varias veces. Es verdadero no como el teorema de Pitágoras, sino como el propio Pitágoras.

***

Decía Rimbaud: "Yo es otro". Y Bécquer: "Poesía eres tú". Tal vez la poesía sea (aparte de muchísimas más cosas) el arte más antiguo de no estar solo.

viernes, 11 de julio de 2014

Reseña de Los trinos que se extinguen, por Antonio Ortega

Antonio Ortega firma esta espléndida reseña de mi traducción de Los trinos que se extinguen, de María Polydouri (Vaso Roto Ediciones). ¡Muchas gracias!

jueves, 3 de julio de 2014

Un poema en Estación poesía

(Este poema mío, de los pocos que uno ha ido recolectando en los últimos años, tuvo el honor de ser publicado, allá por marzo, en el magnífico número inaugural de la --ya esencial-- revista Estación poesía, que dirige Antonio Rivero Taravillo).

***


HAY UN MUERTO


Hay un muerto que recomienza siempre
torpe y telúrico, va arrastrando jardines
y manteles; crece y crece hacia abajo,
donde los tesoros se pudren en calidad de promesas
y las palabras se marchan con la canción del río.

He aquí la oscuridad,
su tibio ajuar bajo el verano adrede,
las golondrinas escribiendo en el orbe de los ojos «temprano», «ya es historia»,
los cervatillos recortados contra el vientre
donde reza a escondidas el corazón de los cuentos,
navaja en flor donde nos consumíamos.

Hay un muerto que siempre viene a reclamar sus muertos,
a concitar la historia y a vulnerar los pechos.

Demasiado sombrío, aún guarda en su garganta, como una pulpa amarga,
el ovillo de un silbo, el gesto de una luz lastimada de caminos,
una música rara que quiere parecerse al mundo
cuando paseaba su leve primicia entre las piernas.

El presagio del alba era un mendigo apenas: recordémoslo,
y recordemos también la delgadez del cielo a mediodía,
pues de allí colgaban los primitivos labios del afilador.
Hacia la puesta de sol siempre matábamos al muerto, como en un dulce rito vespertino.
Lo matábamos en un corro sobre el mundo que pronunciaba «siempre»,
y entonces siempre se estremecía el delicado sendero que conducía al principio.

Y el muerto nos volvía a crecer en los bolsillos, y en todos los cromos se multiplicaba.
Callaba en los armarios, dormía en nuestros besos.

Y sigue y sigue reinventándose en las rendijas de los días
o en las noches memorables
su cuerpo de acordeón ambulante y acartonado,
lamiendo los fallados y deshojando sentinas.
Cuando sus ojos miran con nuestros ojos
cada latido, cada ansiedad del mundo lo encauza más y más a la tierra,
porque, en el fondo, el muerto pesa como un hombre
y son sus manos pertinaces y largas como el río,
y se parece a la música tardía del verano
cuando se nos para de pronto al final de las calles.

Siempre a cuestas con él y dando tumbos,
bajando sin cesar hasta la sangre,
cuando es la madrugada, definitivamente
expulsados de la última fiesta,
con los modales justos para saludar otro día,
con el compás perdido, con la ronquera inhóspita,
con todos los estribillos hechos trizas por el suelo.

domingo, 15 de junio de 2014

Dos reseñas de Los trinos que se extinguen, por Marta López Vilar y Mario Domínguez Parra

Estos días he tenido la alegría de encontrarme con dos espléndidas y generosísimas reseñas de mi traducción del primer poemario de María Polydouri, Los trinos que se extinguen (Vaso Roto Ediciones).

La primera la firma la poeta Marta López Vilar, y ha sido publicada en el último número de la Revista Puentes de Crítica Literaria y Cultural. Dejo aquí un escaneo de las páginas (un click para ampliar):


La segunda reseña viene a cargo de Mario Domínguez Parra, magnífico helenista y traductor, y ha sido publicada en el último número de la siempre recomendable revista Nayagua, que edita en formato digital la Fundacíon Centro de Poesía José Hierro. Dejo aquí el enlace (pp. 258-265):

http://www.cpoesiajosehierro.org/web/uploads/pdf/993d8ed59db9145454aabf4656251a73.pdf

¡Muchísimas gracias!

viernes, 6 de junio de 2014

Presentación en Atenas de la Antología de poesía hispánica contemporánea de Ati Solerti

Nos escribe la magnífica poeta y traductora griega Ati Solerti, contándonos que el próximo 13 de junio se presentará en el Instituto Cervantes de Atenas su antología y traducción de poesía hispánica contemporánea. Un servidor ha tenido el gran honor de ser incluido allí, junto a poetas de la talla de Olga Bernad, Jordi Doce, Jeannette Clariond, Jesús Jiménez Domínguez, Julieta Valero, Marta Agudo, entre otros. El epílogo de este volumen lo firma Mario Domínguez Parra. Dejo aquí la versión que hizo Ati Solerti, para su antología, de un poema mío, inédito (aunque formará parte de un próximo libro). Aquí, un enlace al poema "original".

Mi infinita gratitud a Ati Solerti por su excelente trabajo, por su generosidad, por su regalo. ¡Quién pudiera estar en Atenas el día 13, escuchando, siempre asombrado como un Aulo Gelio cualquiera!

***

Αττικές Νύχτες

Ο Αύλος Γέλλιος, ρωμαίος μαθητής, γράφει στα λατινικά τις νύχτες της Αθήνας. Γράφει ένα βιβλίο άπειρο, παράλογο, που εγώ ποτέ δεν θα τελειώσω να διαβάζω. Και τα λατινικά του είναι τόσο επίπεδα, τόσο απροστάτευτα σαν τον χειμώνα που ποιμαίνει αστέρια στον άδειο δρόμο κάτω απ’ το παράθυρό του. Φαντάζομαι το παράθυρο, στενό, ασφυκτικό, και το νωχελικό βλέμμα του μαθητή, ανακρίνοντας τη νύχτα των ελλήνων ̇ και το λερωμένο τραπέζι όπου πολλαπλασιάζεται το σάλεμα των χαρτιών του, τη μπαγιάτικη μυρωδιά της μελάνης, τα πειθαρχημένα αυλάκια της μοναξιάς του. Και τα λατινικά που επιστρέφουν κάθε νύχτα για να ανοίξουν τα απότομα χείλη τους, με την προφορά τους του αρότρου και του θολωμένου αίματος: εκείνα τα βαθύφωνα λατινικά που εμφανίζονται σαν μια χειρονομία ξένη πάντα και μετατοπισμένη, ένας κουφός παλμός, ο υπαινιγμός ενός φιλιού σε λάθος χρόνο μέσα στην πιο ψυχρή σιωπή της αττικής νύχτας, παράξενη σιωπή που δίνεται μονάχα μέχρις ότου οι έλληνες να γίνουν ικανοί να εγκαταλείψουν τους δρόμους τους. Γιατί η Αθήνα χωρίς έλληνες δεν είναι παρά μια βιτρίνα από πέτρα, ένα πικρό τσαμπί από κίονες και προγόνους, ένας λαβύρινθος που περιστρέφεται και περιστρέφεται με τον νεαρό Αύλο Γέλλιο στο κέντρο του, ανίκανο πάντα να κοιμηθεί, στο τελευταίο στάδιο ασθενή από παραδοξότητα, που γράφει στα λατινικά όλα όσα μαθαίνει ή έχει μάθει ή πίστεψε πως έμαθε από τους έλληνες ̇ και ξετυλίγει τις πιο αλλόκοτες της γνώσης διαδρομές. Ίσως ο Αύλος Γέλλιος να έχει υποψιαστεί αφού η γνώση είναι μία ενόχληση στα πλευρά, επανερχόμενη σε ορισμένες ώρες της αυγής. Ένα πεισματικό σκουλήκι που σκαλίζει τη συνείδηση όταν όλα συγκλίνουν σε κάτι που μοιάζει με μια βεβαιότητα. Και κάθε σημείο φωτός ή σκιάς στη φωτογραφία σου είναι μια ερώτηση ανάμεσα στις τόσες που ο Αύλος Γέλλιος κι εγώ διατυπώνουμε στην τύχη για να συνθέσουμε ένα όλο τελείως ακατανόητο. Ποιος αριθμός σπασμένων κνημών θα συνιστούσε το όνειρο του Πυθαγόρα; Ποιον διέσωζε απ’ τη λήθη ο Θερβάντες όταν με το χέρι που δεν είχε αυνανιζόταν; Πόσα χελιδόνια μπορεί ο χειμώνας να αποδεχτεί χωρίς να καταρρεύσει; Ποιος θυμάται πια τον Αύλο Γέλλιο, τον ρωμαίο μαθητή; Ίσως, ίσως αυτός έχει πια καταλάβει πως το σύμπαν είναι μια συναισθηματική κατασκευή. Και η αγάπη, όπως ήθελε η Σαπφώ, εγείρεται με τη δύναμη της θέλησης της μέλισσας. Εγώ δεν αγαπώ την Αθήνα, αλλά η Αθήνα υπάρχει επειδή ο Αύλος Γέλλιος κάθε νύχτα σε αγρυπνία παραμένει, κάθε νύχτα συντηρώντας την ορμητική του αγάπη για την πολιτεία που δεν τον ακούει. Η Αθήνα υπάρχει επειδή ο Αύλος Γέλλιος στην Αθήνα μαθητεύει με μια προσκόλληση γειτονική σχεδόν με το παραλήρημα. Όχι, εγώ δεν αγαπώ την Αθήνα, αλλά ο Αύλος Γέλλιος στη βασανισμένη του ευρυμάθεια ξύπνιο με διατηρεί, σ’ αυτή την αϋπνία την τρομερά παγανιστική, και δεν με αφήνει να κοιμηθώ, και δεν με αφήνει να σε ξεχάσω, και μου περιπλέκει τα βλέφαρα στα χαρτιά του κάτω από τη λακωνική σαφήνεια της απουσίας σου.

(Ανέκδοτο)

(Μετάφραση: Άτη Σολέρτη
Traducción: Ati Solerti)

miércoles, 4 de junio de 2014

Abdicación

El rey abdica, y en estos días de repentina heráldica me ha dado por recordar los últimos minutos de la maravillosa "Excalibur" de John Boorman (con guión del propio Boorman y Rospo Pallemberg sobre la aburridísima y esquemática "Muerte de Arturo" de Sir Thomas Malory). Al final de "Excalibur", el rey Arturo, herido de muerte, o muerto ya (tanto da), es conducido en una barcaza de hadas hacia la legendaria isla de Avalon de los viejos celtas. De fondo suena Wagner, solemne y trágico. Pero igual podrían sonar los Roxy Music: ¿no es Brian Ferry la versión glam de Wagner? El rey abdica, y acaso también con él lo hace nuestra juventud. Hacia la isla de Avalon navega una generación entera, junto a Naranjito, Espinete y Juan Carlos Primero.

viernes, 23 de mayo de 2014

En Málaga, buenos tiempos para la lírica




Recién llegado de Málaga, donde he pasado tres días inolvidables conversando y escuchando de traducción de poesía griega junto a excelentes traductores y amigos. De momento, unas líneas apresuradas para expresar mi gratitud al gran Vicente Fernández González, ideólogo y perpetrador de estos "Buenos tiempos para la lírica", y al Centro de la Generación del 27, y a la Universidad de Málaga, y a todos los que nos habéis acogido tan cariñosamente. Y --cómo no-- a mis tres compañeros de simposio: un verdadero deleite, un lujo escuchar a Selma Ancira, a Mario Domínguez Parra y a Juanjo Tejero. La primera foto está tomada en la mítica Imprenta Sur. De derecha a izquierda: José Antonio Mesa Toré (que nos guió a las mil maravillas por ese santuario), Mario Domínguez Parra, Selma Ancira, Vicente Fernández González, Juanjo Tejero y un servidor. Fue tal la impresión que nos dejó la imprenta, que nos quedamos sin palabras. Añado también dos fotos de mi propia intervención, acompañado por Vicente (las fotos son de Selma y de Juanjo), donde hablamos de "Los trinos que se extinguen" de María Polydouri (Vaso Roto Ediciones), a la que también le habría encantado estar allí.

jueves, 15 de mayo de 2014

Premio para Los trinos que se extinguen (María Polydouri)

Una gran alegría, que quiero compartir aquí. Mi traducción de Los trinos que se extinguen de María Polydouri (Vaso Roto Ediciones), ha sido galardonada por la Sociedad Griega de Traductores de Literatura (Ελληνική Εταιρεία Μεταφραστών Λογοτεχνίας) con el premio a la mejor traducción de una obra griega contemporánea a lengua extranjera.


jueves, 8 de mayo de 2014

CUADERNO ÁTICO 4



Ya está en el aire el número 4 de Cuaderno ático, con nuevo dominio recién estrenado (punto es).

www.cuadernoatico.es


Esta nueva entrega primaveral, en nuestro primer aniversario, incluye poemas y textos inéditos de Luis Alberto de Cuenca, Jesús Hilario Tundidor, Sara Castelar Lorca, Óscar Ayala, Ana Martín Puigpelat, Jorge Rodríguez Padrón, Antonio Rivero Taravillo, José Manuel Mora Fandos, José Luis Morante Martín, Enrique Baltanás, José Luis Piquero, Agustín Pérez Leal, Alba González Sanz, José Vicente Sala, Luis Yarza ( Julio César Quesada Galán), José Ignacio Montoto y Rodrigo Olay. En la sección "La biblioteca" publicamos un poema de Dimitris Angelis traducido por Virginia Lopez Recio, perteneciente al libro de Dimitris Angelís "Aniversario" (Valparaíso Ediciones); dos poemas de Mercedes Roffé, como adelanto de su último poemario "Carcaj: vislumbres" (Vaso Roto Ediciones); un poema de Luis Miguel Rabanal, de su reciente "Tres inhalaciones" (Amargord Eds.); y dos traducciones de Cavafis del libro "Málaga Cavafis Barcelona", con edición de Vicente Fernández González (Fundación Málaga).

Con este número estrenamos también un consejo asesor de lujo, compuesto por Olga Bernad, Agustín Pérez Leal, José Luis Piquero y Vicente Fernández González.

jueves, 24 de abril de 2014

GPS, de Agustín Calvo Galán, se presenta en Madrid



El próximo lunes 28 estaremos presentando, en la librería Centro de Arte Moderno (C./ Galileo, 52), a las 19:30, GPS, el último (imperdible, hermoso) poemario de Agustín Calvo Galán, publicado en la colección Fragmentaria de Amargord Ediciones. ¡Os esperamos!

***

Te llevo conmigo
siempre,

Hay fronteras en cada trazado
o piel, callejuelas interminables
que nunca iluminarás. Cuerpo,

No encuentro las señas que me diste,
ni siquiera sé si te vieron por Irún
o en Portbou,
o si te impresionó más
el valle de Mosela
                              que el lago Constanza,

Sólo los más altos monumentos
tienen puertas por las que se nos ve entrar.

(Agustín Calvo Galán, GPS, Madrid, Amargord, 2014)

miércoles, 23 de abril de 2014

Pequeña Odisea

Cada palabra se desvive por volver a lo que nombra; se pierde, de boca en boca, en mil quimeras. Cada palabra es una pequeña Odisea de sí misma.

lunes, 31 de marzo de 2014

Partenio

El giro del tiovivo es algo más que una conjetura
apenas sustentada en un vago enjambre de mayo.
El giro del tiovivo es aire, aire
que se deshila largamente sobre el clamor de los párpados y el palpitar de las mejillas,
y se adelgaza en un silbo tembloroso para morir frente al mundo,
alegando pasado.
¿Quién conoce el secreto
guardado en el cuello vulnerable de un susurro al oído?

Hagesícora da vueltas en torno al fin del día
sobre un caballito  del color fugaz del pensamiento,
y el tiovivo va más y más aprisa,
hacia un éxtasis perplejo de mudanzas, nube
que finge mil paisajes y máscaras, materia
sola que persigue ser silencio.

El tiovivo insiste en su empeño de no llegar a sitio alguno,
en huida perpetua del invierno,
y se comba sobre sí mismo como una interrogación.

Y Hagesícora da vueltas alrededor del miedo de los hombres:
amazona dorada que monta sobre un sueño,
dejando a sus espaldas un perfume de ruinas.

Hay quien dirá que el tiovivo es un embuste,
sólo un terco chirrido de cigarra atormentada
bajo los andamiajes ciegos de la escarcha.
Mas no lo pienses y contempla a Hagesícora dar vueltas
sobre la vida y la muerte, altiva en su inocencia,
con sus cabellos del color incomprensible que gravita en las despedidas.
Contempla a Hagesícora volverse un rumor para siempre
sobre el mundo tendido, ya amapola.

¿Quién conoce el secreto
guardado en el talle quebradizo de una carcajada?


(De Tránsito, DVD Ediciones, 2011)




Apunte

Escribir un poema resulta muy parecido a asistir de invitado de honor a una fiesta, con tus mejores galas, y darte cuenta al llegar de que todos se han ido hace mucho tiempo, de que no suena ya la música, de que no queda una sola botella llena, de que ha amanecido de pronto y a traición; de que, además, te han dejado la factura.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Fugitivos (Un poema de Cavafis)

Esta traducción mía de Cavafis fue publicada en el pasado número 107 (septiembre-octubre) de la revista Clarín.


FUGITIVOS

Siempre será Alejandría. A poco que recorras
la calle que va derecha hasta el Hipódromo,
verás palacios y monumentos que te asombrarán.
Por más estragos que las guerras le hagan,
aunque se venga a menos, siempre será un lugar fascinante.
Y así, entre caminatas y libros,
y entre estudios diversos, pasa el tiempo.
A la tarde nos reunimos frente al mar
nosotros cinco (bajo nombres, naturalmente,
fingidos) y algunos griegos
de entre los pocos que quedan en la ciudad.
A veces discutimos sobre asuntos de Iglesia (algo romanos
parecen los de aquí); y otras veces, hablamos de letras.
Antes de ayer leímos unos versos de Nonno.
Qué imágenes, qué ritmo, que lenguaje, qué armonía:
entusiasmados admirábamos al Panopolita.
Y así pasan los días, y nuestra estancia
no se hace desagradable, pues está claro
que no va a durar para siempre.
Llegan buenas noticias: ya sea que en Esmirna
algo empieza a moverse, o que en abril
nuestros amigos se marcharán de Epiro, nuestros planes
se van logrando y fácilmente derrocaremos a Basilio.
Y entonces nuestro turno también habrá llegado.


C.P. Cavafis
(Traducción: Juan Manuel Macías)


***

Φυγάδες


Πάντα η Aλεξάνδρεια είναι. Λίγο να βαδίσεις
στην ίσια της οδό που στο Ιπποδρόμιο παύει,
θα δεις παλάτια και μνημεία που θ’ απορήσεις.
Όσο κι αν έπαθεν απ’ τους πολέμους βλάβη,
όσο κι αν μίκραινε, πάντα θαυμάσια χώρα.
Κ’ έπειτα μ’ εκδρομές, και με βιβλία,
και με σπουδές διάφορες περνά η ώρα.
Το βράδυ μαζευόμεθα στην παραλία
ημείς οι πέντε (με ονόματα όλοι
πλαστά βεβαίως) κι άλλοι μερικοί Γραικοί
απ’ τους ολίγους όπου μείνανε στην πόλι.
Πότε μιλούμε για εκκλησιαστικά (κάπως λατινικοί
μοιάζουν εδώ), πότε φιλολογία.
Προχθές του Νόννου στίχους εδιαβάζαμε.
Τι εικόνες, τι ρυθμός, τι γλώσσα, τι αρμονία.
Ενθουσιασμένοι τον Πανοπολίτην εθαυμάζαμε.
Έτσι περνούν οι μέρες, κ’ η διαμονή
δυσάρεστη δεν είναι, γιατί, εννοείται,
δεν πρόκειται να ’ναι παντοτινή.
Καλές ειδήσεις λάβαμε, και είτε
από την Σμύρνη κάτι γίνει τώρα, είτε τον Aπρίλιο
οι φίλοι μας κινήσουν απ’ την Ήπειρο, τα σχέδιά μας
επιτυγχάνουν, και τον ρίχνουμεν ευκόλως τον Βασίλειο.
Και τότε πια κ’ εμάς θά ’ρθ’ η σειρά μας.

martes, 25 de marzo de 2014

Insomnio

Estas noches de insomnio y trabajo (traducir, sobre todo), la luna viene a situarse en mi ventana, a mi izquierda, a eso de las cuatro pasadas, con discreta puntualidad. Hay poca luz fuera y, aunque la luna está menguando, la puedo sentir bien con el rabillo del ojo. Esa rutina compartida, como encontrarse al mismo desconocido siempre en una parada de autobús, me resulta de lo más grata, casi como un bálsamo. ¡Cuánta razón tenía Virgilio!

domingo, 23 de marzo de 2014

Un poema de Cunqueiro



ALMA, COMO EN EL CONCIERTO...

Alma mía, como en el concierto de Vivaldi
con violino principale e altro violino per eco,
yo quisiera que fueses
esa voz que in lontano
desde las colinas eternas nos devuelve
la canción de cada día.

Vas caminando atento
hasta llegar a donde el violín da el eco
pero siempre está más lejos
de tus pasos y de los caminos,
de tu vida, de lo que tú recuerdas
de las primaveras y de las muertes
y de una mujer preñada acodada en una cancilla
mirando sin ver hacia una laguna verde.
¡Como viajar a Carcasona!

Hasta que te das cuenta
de que el violín que da el eco in lontano 
eres tú mismo, entonces la vida
como un pañuelo bordado se tiende ante ti
escuchas el viento y tu voz de niño
el cansado toser de la madre, las golondrinas que vuelven
y las primeras palabras de amor, y aquel verso
en el que dabas el alma vestida de violetas
cerrando los ojos por si te morías
delante de un espejo por donde iba y venía
una sonrisa
y ahora ya sabes
por un eco lejano
en qué perdiste la vida sin saber que la vida
ya no vuelve, nunca, jamás.
La vida misma es el eco de un sueño
que ahora sabes que lo tuviste, por un eco.



(Álvaro Cunqueiro, Herba aquí ou acolá. Versión de César Antonio Molina)

Estación poesía



El pasado 21 de marzo se presentaba en Sevilla Estación poesía, una nueva revista de, sí, eso tan escurridizo que llamamos poesía. La recién nacida publicación viene promovida por el CICUS (el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla) y con el feliz aval de su timonel: el poeta, traductor, escritor y crítico Antonio Rivero Taravillo; y de un comité asesor compuesto por Enrique Baltanás, Juan Bonilla, Luis Alberto de Cuenca, Ana Gorría, Ioana Gruia y Aurora Luque. Este primer número trae un lujo de colaboradores (textos de Juan Carlos Abril, Jesús Aguado, María Alcantarilla, Carlos Alcorta, Hilario Barrero, Francisco Barrionuevo, Susana Benet, José Manuel Benítez Ariza, Felipe Benítez Reyes, Piedad Bonnett, Ben Clark, Pablo Fidalgo Lareo, Trinidad Gan, Álvaro García, José María Jurado, Juan Lamillar, Pilar Márquez, Erika Martínez, Francisco José Martínez Morán, Lola Mascarell, Toni Montesinos, José Luis Morante, Manuel Moya, Josefa Parra, Joaquín Pérez Azaústre, Antonio Praena, Olga Rendón Infante, Josep M. Rodríguez, María Ruiz Ocaña, Lola Terol, Álvaro Valverde y Javier Vela). Entre tan ilustre compañía, para un servidor es un honor y un regalo participar allí con un poema. La revista, que será de periodicidad cuatrimestral, no sólo se distribuirá en papel sino que también podrá consultarse en su versión digital (prefiero la palabra "virtual") en su propio sitio web:

http://institucional.us.es/estacion

Larga y fructífera vida para esta nueva Estación poesía, que, sin duda, sabrá ganarse lectores entregados y entusiastas.

sábado, 22 de marzo de 2014

Un poema más de Karyotakis (II)

NOCHE

Los niños jugando en la tarde de primavera
--un grito lejano--,
la brisa que susurra con los labios de las rosas
palabras, y perdura;

las ventanas abiertas que respiran el tiempo,
mi cuarto vacío,
un tren que llega desde un país extraño,
mis sueños perdidos;

las campanas que cesan, y la noche que cae
sin tregua en la ciudad,
en los rostros de la gente, en el espejo del cielo,
ya en toda mi vida...

Kostas Karyotakis, Elegías y sátiras, 1927

(Traducción: Juan Manuel Macías)




***

ΒΡΑΔΥ

Τα παιδάκια που παίζουν στ' ανοιξιάτικο δείλι 
μια ιαχή μακρυσμένη -- 
τ' αεράκι που λόγια με των ρόδων τα χείλη 
ψιθυρίζει και μένει,

τ' ανοιχτά παραθύρια που ανασαίνουν την ώρα, 
η αδειανή κάμαρά μου, 
ένα τραίνο που θα 'ρχεται από μια άγνωστη χώρα, 
τα χαμένα όνειρά μου,

οι καμπάνες που σβήνουν, και το βράδυ που πέφτει 
ολοένα στην πόλη, 
στων ανθρώπων την όψη, στ' ουρανού τον καθρέφτη, 
στη ζωή μου τώρα όλη...


jueves, 20 de marzo de 2014

apunte

La tristeza es gris y plana. Como la ropa descreída de diario; como el periódico que compramos sin querer comprarlo; como los martes, que se esconden crueles tras la mala fama de los lunes; como un juguete desmontado. No hay nada en ella ni nada nos devuelve. Nos conoce tanto, se ha hecho tan perfectamente a nuestra piel que ni siquiera duele. Escucho los primeros truenos de la primavera, y pienso: lo que en verdad duele es la alegría.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Odisea, canto II, vv. 414-434

Mi padre era de Madrid, del barrio de Chamberí, y decidió un día hacerse marino mercante. Una paradoja familiar que siempre me ha fascinado; pero sin ella, si no se hubiese hecho a la mar, y conocido a mi madre en Coruña, yo no estaría ahora escribiendo esto. Al cabo, yo no estaría ni sería de ninguna forma. Mi padre era, además, radiotelegrafista, en esa época romántica del pasado en que cada barco llevaba un radiotelegrafista, aquellos personajes maravillosos que podían descifrar y entender el código morse (conservo de recuerdo una tecla de telégrafo que ya no manda mensajes a ninguna estación). Como las navegaciones eran largas, mi padre se hizo ávido lector de libros de filosofía, astronomía y (ay) poesía. Incluso leía en inglés, francés y alemán, lenguas que había aprendido de manera autodidacta (después del morse, imagino que ya cualquier otra cosa le sería pan comido). Anotaba en un cuaderno pasajes que iba leyendo y le llamaban la atención, desde Chesterton a Karl Marx, nada menos. Confieso que mi vocación frustrada es la de marino mercante. Para resarcirme, llevo ya desde un tiempo traduciendo la "Odisea", que era un libro al que mi padre volvía bastante, en la maravillosa traducción en prosa de Segalà i Estalella. La traduzco a ratos perdidos, y no sé si algún día lograré terminarla, es decir, llegar a Ítaca. Pero, entre tanto, el viaje es divertido. Quisiera dejar hoy aquí mi versión de un pasaje que me gusta especialmente, el final del canto II, cuando Atenea, disfrazada de Méntor, lleva a Telémaco a su primera navegación. ¿Cómo no compartir la emoción de Telémaco?

(...)
Acarrearon con todo y en la bien bancada nave
lo pusieron cual quiso el querido hijo de Odiseo.
Luego se embarcó Telémaco, marchando tras Atenea,
la cual se sentó en la popa, y él lo hizo a su lado.
Los otros soltaron las amarras
y fueron ocupando sus bancos.
Viento propicio les trajo Atenea de ojos verdes,
el bravo Céfiro, que rugía por el mar vinoso.
Instó a los suyos Telémaco a fijar los aparejos,
y obedecieron su mando.
El mástil de abeto hincaron al hueco del travesaño,
lo alzaron hasta erigirlo y lo amarraron con cables.
Desplegaron blanca vela con drizas de buen trenzado.
El viento la hinchó y las olas púrpuras clamaban alto
en torno a la quilla, al marchar la nave.
Y ésta, a través de las olas, se hizo a la singladura.
Ya fijos los aparejos del raudo y negro bajel,
alzaron crateras colmadas de vino,
y libaron para los eternos dioses inmortales,
sobre todo para la hija de Zeus, la de verdes ojos.
Y de la noche a la aurora siguió su rumbo la nave.

(Trad. Juan Manuel Macías)

De amicitia (Julio Martínez Mesanza)

(Estos días ando releyendo uno de mis libros de cabecera, Europa, de Julio Martínez Mesanza. Y hoy me gustaría recordar aquí este poema)


DE AMICITIA


Si tuvieses al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.


(Julio Martínez Mesanza, de Europa)

Un viejo soneto

(Un viejo soneto al que le tengo cierto cariño. Pertenece a mi primer libro de poemas, Azul de enero).

VIVE

De sutiles otoños meditados
junto al calor del corazón, del viento
que arrastra nombres con viajero acento,
vive el soneto en latidos contados.

Y vive de veranos naufragados,
de viejas lunas, y de algún momento
que demandaba eternidad. Su aliento
es memoria, es azares ordenados.

Y es el dolor en música vertido,
mariposa de acero enternecida
en delirio de cielo restringido.

Soneto. Lágrima de luz. Huida
y ensueño: mira ya su tiempo ido
con el fugaz secreto de la vida.


(De Azul de enero, 2003)

martes, 18 de marzo de 2014

Un poema de Alceo de Mitilene

(Alceo de Mitilene, frag. 34 V a)


Desde la isla de Pélope acudid,
de Zeus y Leda vástagos valientes;
mostraos con espíritu benévolo,
Cástor y Pólux.

Vosotros, que la tierra inmensa y todo el mar
atravesáis en rápidos corceles,
y al hombre fácilmente arrebatáis
la fría muerte,

saltando a lo alto de los bien bancados barcos,
y traéis, refulgiendo desde lejos,
la luz en la penosa noche para
la negra nave.


(Traducción: Juan Manuel Macías)


***


[νᾶ]σον Πέλοπος λίποντε[ς
... Δ[ίος] ἠδὲ Λήδας
... θύ[μ]ωι προ[φά]νητε, Κάστορ
καὶ Πολύδε[υ]κες,

οἲ κὰτ εὔρηαν χ[θόνα] καὶ θάλασσαν
παῖσαν ἔρχεσθ' ὠ[κυπό]δων ἐπ' ἴππων,
ρήα δ' ἀνθρώποι[ς] θα[ν]άτω ρύεσθε
ζακρυόεντος

εὐσδ[ύγ]ων θρώισκοντ[ες··] ἄκρα νάων
π]ήλοθεν λάμπροι προ`[ ]τρ[····]ντες,
ἀργαλέαι δ' ἐν νύκτι φ[άος φέ]ροντες
νᾶι μ[ε]λαίναι·

domingo, 16 de marzo de 2014

MARÍA POLYDOURI: EL GESTO DE UNA DESPEDIDA



MARÍA POLYDOURI: EL GESTO DE UNA DESPEDIDA

por JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN

(Texto leído en la presentación en Madrid de Los trinos que se extinguen)



Para empezar, antes de empezar, una frase de James Joyce habrá de darme pie. Tiene mucho que ver, además, con mi propósito de esta tarde: “La vida –escribe nuestro dublinés- no está aquí para ser criticada, sino para ser afrontada y vivida”. Razón por la cual –me digo- le lengua en la que uno escribe, si ha de ser esa misma vida (como lo es), también habrá de padecerla en carne propia; de no ser así, la experiencia no habrá servido de nada. Pero también quisiera decir, con Joyce, que ése es el modo en que debe entenderse mi relación con este libro que nos convoca, y que –desde ya- les recomiendo sin la menor reserva.

EN DIFERENTES OCASIONES Y EN DIVERSOS lugares, he tratado de señalar (y de explicar, hasta donde me ha sido posible) por qué en España, en la poesía española, nos ha costado tanto trabajo bajar el lenguaje a la altura de su naturalidad, que eso hicieron los poetas helenos hacia 1920, al optar por el uso del griego demótico en que escribieron, por ejemplo, Kavafis (aunque aquí lo hayamos leído a conveniencia, con vuelo de retórica sentimental) o Karyotakis, que fue un poco más allá, al lenguaje de la urbe y de la conversación –que tampoco hemos tenido muy en cuenta aquí, y así nos fue con la modernidad. Tal vez –lo he pensado mucho- todo se deba a que, entre nosotros, el habla es también, siempre, impostada y artificial; le ha sido muy difícil responder a la natural respiración de la palabra. Y lo digo, no porque suponga un atenuante; se trata, más bien, de todo lo contrario. Pero sigamos con nuestro cuento: entre esos dos más que notables poetas griegos y la irrupción, precisamente en 1930, del Seferis de la renovación y la europeización, quedó semioculta una voz tanto o más potente (por significativa) que la de cualquiera de ellos. Pertenece a una huérfana, estudiante frustrada y funcionaria aburrida de serlo, que responde el nombre de María Polydouri. En un momento dado, rompe su turbia y turbulenta historia de amor con el angustiado y pesimista Karyotakis; cree, de pronto, haber encontrado su sitio en París, pero la devoradora tuberculosis la devuelve a la carencia constitutiva de todo ser y regresa derrotada a Atenas, en el 28, para –recluida en el sanatorio Sotiría- recibir a la muerte apenas dos años después.

Relevante me parece el hecho de que los únicos dos libros que nuestra poeta llegó a publicar –Los trinos que se extinguen y El eco del caos- sean de 1928 y 1929, respectivamente. Una palabra, la suya, urgida a darse, por lo que se ve, en la desembocadura de la existencia: “este final, donde mi vida/ declina amarga y yerma”. Pero una palabra, también, que es por encima de todo voz –sonido- algo que se dice al aire, que allí queda por un instante y, casi al tiempo de decirse, se deshace o disuelve. La poesía como la música, pero también como el amor: no hay para qué buscarle un estuche de escritura donde deba permanecer bien guardada; el caso es darla, aun a riesgo de dar la vida en ella. Por lo mismo, quisiera subrayar que, si nos ha sido dado oír a María Polydouri tal cual, por la atenta mirada y el fino oído de Juan Manuel Macías habrá sido. Su traducción es ejemplar, precisamente por esto: ha tenido muy presente –y se ha cuidado mucho de- que el compás que domina en la poesía española no impida que oigamos esta voz singular tal cual es –para mí, al menos, un verdadero descubrimiento. Dije, apenas unas líneas atrás, que huérfana nuestra poeta; acabo de referirme a su voz en aire envuelta y disuelta, lo que precipita su palabra –“como un hilo cortado”, ha escrito- en la soledad, en el vacío. Pero, también frágil y enferma esa muchacha, desarraigada; para quien el amor nunca fue cauterio –al margen de toda interpretación, mediática diríamos hoy; falseadora, en consecuencia, de su biografía. Lo apunta también, y muy oportunamente, su cuidadoso lector y traductor.

Cómo podrá extrañarnos, entonces, la madurez con que se nos ofrece la poesía de esta mujer que, con tan pocos años, conoce todas las pérdidas pero se resiste y no renuncia. Así lo dice: “sin querer me he visto interrogando/ acerca del sentido de las pérdidas”. No sólo hay que tener coraje para ello (fe y fuerza la mantuvieron viva frente a la incertidumbre y debilidad de los hombres que la amaron); hay que tener el pulso bien templado de la sabiduría: voz, la suya, que no tiembla; palabra que nunca titubea… Esto me parece primordial en la poesía de María Polydouri; esto le otorga su indiscutible singularidad a la cual he hecho referencia. Merece –además- una breve reflexión. Saquemos a nuestra poeta de sus contextos; vengamos a algo que con su proverbial agudeza nos explicara otro sabio a quien, por sabio, parece habérsele dado de lado. Esto escribe José Bergamín. “Es al que se queda al que todo le sucede; al que se está quieto; porque lo dramático del hombre es estarse quieto: es quedarse (…) Lo que le pasa al hombre puede ser trágico, puede ser cómico: lo que le sucede es siempre dramático”. Y ésta es, precisamente, la situación que encara María Polydouri: un tenso dramatismo sostiene su poesía; al aferrarse a la palabra, nuestra poeta se afirma en agonía –en lo que por tal entendió, y como tal nos enseñó, quien supo muy bien qué era eso, nuestro Miguel de Unamuno.
En todos estos poemas, Maria Polydouri se atreve y da, siempre, un paso más allá del límite. Al hacerlo así, se pone a prueba ella misma para interpretarse, para explicarse, y ello la obliga a asumir la existencia como algo que no se limita a la mera circunstancia histórica (lo que pasa), sino que acoge también lo que sucede en su aquietamiento. Por ello, en vez de esa truculencia –tan habitual entre nosotros, y de la que tenemos muestra muy reciente- que hace del poeta espectáculo y olvida que la poesía es cosa seria, nuestra escritora opta en todo momento por la verdad; y el tiempo, entonces, vuelvo a Bergamín, en vez de ajustarse a una historia contada, “nos traspasa de permanencia”. Incluso para mí, que tanto lo he repetido, me suena –ahora, cuando escribo- a maximalismo impulsivo; aunque, apenas vuelvo sobre ello y me paro un poco a pensar, me rindo a la evidencia de que no, de que tenía y tengo razón: todo esto se acabó para siempre en los años treinta; cuanto ha venido después –condicionado por ideologías y economías varias- apenas ha sido redundancia, si no perversión de lo mismo. Preguntaría –y no sólo en el caso que ahora nos ocupa- dónde, después, hallamos una reflexión como ésta, o como la de Marina Tsvetáieva (que nos hizo compañía mientras leíamos a Polydouri), en tan corto tiempo de vida, sin que la palabra se le vaya de las manos a la poeta, sin que caiga en el menor desliz: “El mal nativo anida en medio de mi alma./ y soy la vida, y soy el caos, y nada espero de la suerte bufa”. Sobrecogedor, ¿no les parece? Pues les advierto que todo ello se hace aun más perentorio en poemas que –seguro- no les pasarán inadvertidos, como “Contigo” o –de manera muy particular- “En mi casa…”.

JUAN MANUEL MACÍAS ESCRIBE QUE, EN LA Polydouri, hay “una invencible, resignada inclinación hacia la muerte”. Pero qué muerte, será preciso preguntar. Sobre todo, cuando la poeta habla de esa “mañanita melancólica” –con diminutivo de tan intencionada como irónica agudeza. Porque no podemos hablar aquí, si seguimos con Bergamín, de una inclinación trágica, en la cual el patetismo sienta sus reales; esta poesía establece, más bien, una sabia distancia en la cual se instala la vida aunque sin perder, en ningún momento, la conciencia del morir. Distancia determinada por la constante interrogación, por ese diálogo implícito que permite a la poeta (que nos permite) salir de sí y ver qué: verse, vernos, mientras cumplimos la existencia. Lo dramático que ya señalamos, ahora en su más abierta manifestación. Esta poesía realiza la vida por encima de la condena, de las carencias que cómo vamos a eludir si nos identifican como seres humanos: alianza a la cual nos remitiera, en su momento, Claudio Rodríguez. Darse como inmolarse, pero en la memoria que es la verdad, no en la historia, su torpe sucedáneo, cuando no su máscara interesada; la memoria, insisto; restos del ritual que hace la vida: “Ven, dulce, aunque la noche llegue/ y la oscuridad no sea grata;/ una difusa corona de estrellas/ te ceñirá mi amor”. A lo que se suma –en el poema titulado “Sotiría”, por cierto- la inquietante presencia de aquel gato que Borges quiso que se apareciera a su protagonista, camino del Sur: “Y aunque yo no lo aguarde ha de venir (lo sé)/ el gato aquel que va de ronda./ Un gato que ignora lo que es una caricia,/ y ni la da ni te la pide”.

Y lo mismo que antes dije que en la poesía de María Polydouri no hay cuento de lo que pasa, sino que discurre por el tiempo sobresaltado de la memoria que traspasa de permanencia, habré de decir ahora que la poeta no habla con otros, que lo hace con el poema, con el hecho mismo de escribirlo y de hallar, mientras lo escribe, su propia forma poética, ajena por completo –en sus fundamentos- a patrones y modelos identificables. Vemos el poema y decimos: tal vez, muy convencional. Pero leemos y, entonces, la rara naturalidad de su palabra (de su respiración, de su espíritu) nos incomoda ya, nos saca del quicio en que estamos instalados: “Mi respiración. Vuestro aliento:/ no sé cuál os abatió los pétalos…/ cuál extinguió la luz en mis ojos…”. El lirismo intenso e indiscutible de estos versos contradice, a cada paso, la idea predeterminada que del lirismo tenemos, la que solemos utilizar –con tanto descuido como indolencia. Su singular contención nos advierte de que eso –en esta poesía- es otra cosa. Y la sintaxis –con sus giros inesperados- viene a aportar toda la carga de la prueba para lo que el poema quiere –debe- significar. Prosa y verso andan en él a porfía, en entrega mutua, para que no nos quedemos anclados en una misma viciosa reiteración. En la noche ha de cumplirse aquel diálogo que decíamos; en una noche que “llega/ así de suave, como un caricia, para tocarme/ y arrastrar mi pensamiento poco a poco/ hacia la oscura, interminable callejuela/ donde todas las dichas están aguardando mi tránsito”. Porque ella, la noche, es el espacio natural de la búsqueda y de las revelaciones: entre la una y las otras, la poeta avanza atenta siempre a la sensualidad violenta de una herida “que sorbe mi juventud y me deshace”.

¿Pero ese deshacimiento es, acaso, el final? Final, digo, del trayecto que el poema determina, o –si se quiere- del caminar de la existencia que sacude a la poeta en su fragilidad, en su orfandad… Desde luego que no. Quede claro: este desvío que señalo no se trata de un mero recurso retórico; la palabra de la escritora no nos deja margen para la duda: “la luz sagrada de otro mundo es la que flota,/ percibo cierto aire que llega trasmundano,/ que ni me llora ni se queja:/ simplemente parece llevar algo escondido”. Subrayo. Porque llanto y queja contradirían aquí lo esencial: la demasía hacia la cual Polydouri tiende al afrontar su experiencia poética, nunca desligada de su quiebra existencial, la conduce –y a nosotros con ella- hasta algo sagrado, sí, y también trasmundano; pero ambos son familiares de lo secreto que ella pueda, que nosotros podamos con ella, desvelar. Por eso, nunca es algo cierto; sólo parece que hacia allí tiende la palabra. A estas alturas de lo dicho, podría parecer redundancia, y hasta se halla meridianamente claro en estos versos; pero considero necesario volver, siquiera por un momento, a lo que señalaba acerca de la contención sintáctica del lirismo: en una encrucijada decisiva de la experiencia –existencial y poética- contenida en este libro, la sintaxis notablemente impregnada de prosa crece poéticamente, sin embargo, como nunca esperaríamos quienes tenemos el oído hecho a la “quincalla barata” de la que hablaba Juan Manuel Macías. Yo cerraría estas reflexiones con una afirmación que María Polydouri hace, y no por casualidad, en el último poema de este libro; titulado “Fiesta”, a mayor abundamiento. Esto escribe: “Después pedirán una canción, si acaso/ esperan una pálida alegría;/ pero mi canción será tan cierta/ que quedarán confundidos y en silencio”. Así he quedado yo tras mi lectura: confundido, pido más; pero en silencio, al modo reverente de la oración, sin el menor alarde de retórica. Si en alguno he incurrido, espero que la propia poeta (y todos ustedes, desde luego) sabrán perdonarme.

María Polydouri, Los trinos que se extinguen.
Edición bilingüe de Juan Manuel Macías.
 Madrid-México, Vaso Roto Ediciones, 2013



Octubre, 2013