Cuando era pequeño, en mi colegio, toda mi clase se organizaba en un coro para cantar villancicos y litigar con otros cursos y otros coros. La profesora de música siempre me daba un severo consejo: "mueve la boca, pero no cantes". Pasado un tiempo, tuvimos otra profesora de música, suplente, a quien se le ocurrió convertir nuestra clase en una orquesta que debería actuar el último día antes de las vacaciones de Navidad. A tal efecto, nos entregó a cada uno de los niños un instrumento distinto, acorde con nuestras aptitudes musicales. Repartió una guitarra, una armónica, una flauta, una melódica... Y a mí me dio una maraca. Un mes entero duraron los ensayos, a los que acudía pletórico de entusiasmo. Guardaba la maraca en mi cuarto con un extraño sentido de responsabilidad, como el tesoro que sólo los dioses o el destino pueden entregar. Se pueden imaginar cómo estaba el día del debut. La increíble sección de percusión la formábamos una niña con una pandereta, otro compañero que se sentaba en el pupitre de atrás (tipo especialmente dotado para el humor corrosivo) con un triángulo, y el que suscribe, con su maraca. Fue la primera vez en que me sentí parte útil de un todo. Concertado y a la vez individual, pues ningún instrumento estaba repetido. Mi maraca, por así decirlo, era imprescindible. Todos éramos imprescindibles. No me acuerdo de la música, probablemente mejorable, pero sí del ritmo. Fue un día de una rara felicidad. Luego, a uno le dan la noticia de que los reyes magos no existen, se va haciendo mayor, le cambia la voz, y las preguntas empiezan a atormentar. Demasiadas preguntas que conviene dejar sin responder. Por qué me dieron sólo una maraca, cuando por regla general suelen ir de dos en dos, es uno más de los misterios del mundo. Es toda una liberación que haya misterios.
Aquí les dejo con un misterio más, un hermoso villancico isabelino en la flauta del gran Ian Anderson, mucho mejor músico que yo, dónde va a parar. Pasen feliz Navidad.
(Y no se pierdan las felicitaciones navideñas, diarias, en DVD Ediciones.com)
martes, 23 de diciembre de 2008
martes, 16 de diciembre de 2008
viernes, 5 de diciembre de 2008
Trenes
En noches de los trenes, infinitas
de negritud y ávidas de empeño,
dejaba mi niñez las nunca escritas
letras azules, velas de entresueño.
Tiernos compases al sombrío acero,
sombra tras sombra, se encauzaban fieles;
y yo volaba, sin saber que Homero
ya urdiera el canto de aquellos rieles.
Canto del corazón agazapado
tras la ventana donde aún se clava
la pupila del niño imaginado
que veo al otro lado. Y yo volaba
sobre las noches de arrojadas crines:
montes en fuga, resbalados talles
de perfiles trazados con carmines,
peñas de guiños y celestes valles.
Volaba en largas noches de alamedas
ceñidas por sonámbulos caminos
embozados apenas en las sedas
que hila la estrella de los dedos finos.
Y aquellos mudos, ateridos puentes
sobre ríos dormidos: enarcadas
piedras de luna y soledad, holladas
por princesas —pensaba— transparentes.
Volaba la niñez en nervio y vela,
sutil estela que me arrastra ahora
y siempre, atravesando la acuarela
que diluía un mundo sin aurora.
Errante mundo, cuando florecías
ya en mis ojos llorabas de marchito:
buscaban nombres tus geografías
y sin nombres marchaban: oh infinito,
¿En que armazones de inocencia y sueño
podría hallarte para que ahora suenes?,
alto violín, alma de Clavileño
que poblabas las noches de mis trenes.
(De Cantigas y cárceles, Isla de Siltolá, 2011)
de negritud y ávidas de empeño,
dejaba mi niñez las nunca escritas
letras azules, velas de entresueño.
Tiernos compases al sombrío acero,
sombra tras sombra, se encauzaban fieles;
y yo volaba, sin saber que Homero
ya urdiera el canto de aquellos rieles.
Canto del corazón agazapado
tras la ventana donde aún se clava
la pupila del niño imaginado
que veo al otro lado. Y yo volaba
sobre las noches de arrojadas crines:
montes en fuga, resbalados talles
de perfiles trazados con carmines,
peñas de guiños y celestes valles.
Volaba en largas noches de alamedas
ceñidas por sonámbulos caminos
embozados apenas en las sedas
que hila la estrella de los dedos finos.
Y aquellos mudos, ateridos puentes
sobre ríos dormidos: enarcadas
piedras de luna y soledad, holladas
por princesas —pensaba— transparentes.
Volaba la niñez en nervio y vela,
sutil estela que me arrastra ahora
y siempre, atravesando la acuarela
que diluía un mundo sin aurora.
Errante mundo, cuando florecías
ya en mis ojos llorabas de marchito:
buscaban nombres tus geografías
y sin nombres marchaban: oh infinito,
¿En que armazones de inocencia y sueño
podría hallarte para que ahora suenes?,
alto violín, alma de Clavileño
que poblabas las noches de mis trenes.
(De Cantigas y cárceles, Isla de Siltolá, 2011)
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Poemas propios
lunes, 1 de diciembre de 2008
Episodios culturales de la temporada otoño-invierno en DVD Ediciones.com
Inauguramos en la web de DVD Ediciones dos secciones de temporada, a cargo de Sergio Gaspar y un servidor. No se las pierdan.
domingo, 30 de noviembre de 2008
The winner
Mi querido amigo Juan Salido-Vico ha ganado el premio de Relatos para leer en el autobús, ex aequo con Javier Izcue. El concurso está organizado por la editorial Cuadernos del Vigía y el Ayuntamiento de Granada. Más información, pinchando tal que aquí. Es un placer dar noticias tan agradables como éstas. Enhorabuena, una vez más, Juan. Un poco de Portishead para celebrarlo...
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Proclamas
lunes, 10 de noviembre de 2008
Las afinidades electivas
Gracias a la amable mención del poeta Juan Salido-Vico y a la gentil invitación de Agustín Calvo Galán, pueden leerme, si quieren, en Las afinidades electivas, ese monumental edificio de poetas, obra de una sola persona, Agustín, cuyo trabajo y entusiasmo merece todos los encomios. Yo sólo soy, como quien dice, un simple ladrillo.
martes, 4 de noviembre de 2008
jueves, 30 de octubre de 2008
Novedades de DVD Ediciones.com
La editorial renueva sus hojas en otoño. Dos novedades, dos poemarios:
--- El fósforo astillado, de Juan Andrés García Román, flamante premio Hermanos Argensola 2008
--- Hilo de nadie, de Lorenzo Oliván.
Un texto de Sergio Gaspar sobre el premio nacional de poesía 2008.
Pero no se pierdan tampoco estas dos crónicas mexicanas de Julio Espinosa Guerra, ni la última firma invitada de Álex Chico, ni la anterior, de Juan Salido-Vico.
Las lecturas de verano de Sergio Gaspar y el abajo firmante, como ya dije días atrás, ocupan la nueva sección El camión de la basura azul. Es más divertido leerlas ahora, con estos fríos.
Pronto, muy pronto, abriremos la sección de Monstruos en su laberinto. ¿Quién será nuestro primer monstruo? Hasta aquí puedo leer. De momento, les dejo con otro monstruo, versionando a Bertolt Brecht. Buen fin de semana, y no se me constipen. Yo me iré a buscar setas con el fantasma de Don Juan Tenorio, huyendo de mis vecinos disfrazados.
Boomp3.com
--- El fósforo astillado, de Juan Andrés García Román, flamante premio Hermanos Argensola 2008
--- Hilo de nadie, de Lorenzo Oliván.
Un texto de Sergio Gaspar sobre el premio nacional de poesía 2008.
Pero no se pierdan tampoco estas dos crónicas mexicanas de Julio Espinosa Guerra, ni la última firma invitada de Álex Chico, ni la anterior, de Juan Salido-Vico.
Las lecturas de verano de Sergio Gaspar y el abajo firmante, como ya dije días atrás, ocupan la nueva sección El camión de la basura azul. Es más divertido leerlas ahora, con estos fríos.
Pronto, muy pronto, abriremos la sección de Monstruos en su laberinto. ¿Quién será nuestro primer monstruo? Hasta aquí puedo leer. De momento, les dejo con otro monstruo, versionando a Bertolt Brecht. Buen fin de semana, y no se me constipen. Yo me iré a buscar setas con el fantasma de Don Juan Tenorio, huyendo de mis vecinos disfrazados.
Boomp3.com
lunes, 27 de octubre de 2008
Starless (King Crimson)
Esta canción se puede narrar como una leyenda. Arranca el melotrón sus sones de órgano en conserva, añorantemente analógico. No tardan los leves repiques del más delicado y salvaje de los baterías, Bill Bruford, el único mortal que es capaz de percutir en las alas de una mariposa y acariciar un trueno. Y se suma la frase repetida una y otra vez por las seis cuerdas maniáticas y soñadoras de Robert Fripp. Luego, claro, la voz doliente, grave, de John Wetton, insistiendo en que no hay estrellas, embozada en el saxo transparente de Mel Collins. Uno de los mejores momentos del rey carmesí, destilando sus más logradas mieles, pero con ese punto de amargor que tanto nos gusta a los crimsonianos confesos, esa larga coda instrumental que es una perfecta orgía del jazz más libre y ese algo más que sólo sabe hacer Fripp. Donde los instrumentos acaban perdiendo las formas, pero en detrimento de otras. Porque una orgía con King Crimson es siempre organizada y racional, como debe ser.
Sin estrellas y biblia negra, cuando comienza a llover...
Sin estrellas y biblia negra, cuando comienza a llover...
lunes, 13 de octubre de 2008
De arte poetica (fragmentos)
A veces suelo recuperar carpetas de traducciones que emprendí con mucho entusiasmo y dejé inacabadas. Una de ellas es el Arte poética de Horacio, la famosa epístola a los Pisones. Año tras año dejo incumplida la promesa de terminarla de traducir. Mi excusa, del todo injusta, suele consistir en la sospecha de que Horacio vertió sus mejores vinos en los primeros versos, y luego le salió un poema demasiado largo para mi gusto. Pero esto me consuela muy raras veces. Por si acaso a ustedes le consuela, aquí dejo unos fragmentos. Hay otra excusa secundaria, por cierto, que suele asumir los visos de una captatio benevolentiae: ¿qué demonios hace un helenista traduciendo a Horacio?...
***
A los más de los poetas, padres y jóvenes dignos de padre,
nos confunde la imagen del bien. Lucho en ser breve,
me hago oscuro; el que busca lo sutil extravía
nervio y aliento; se infla quien va tras lo sublime;
por tierra el muy prudente repta, y el que huye al trueno;
quien quiere una variante prodigiosa dibuja
un delfín en los bosques y un jabalí en las olas.
Evitar un pecado conduce al vicio cuando falta el arte.
***
Del orden la virtud y la gracia son éstas, si no fallo:
que se diga puntual cuanto deba decirse,
y lo más se postergue, y se omita entre tanto;
quiera esto, desprecie lo otro aquél que prometió un poema.
***
Aun siendo fino y cauto trenzando las palabras
dirás cosas brillantes si un vocablo sabido
se torna nuevo en recia coyuntura. Si acaso
hay que usar nuevos signos para aclarar conceptos, y labrar
voces nunca escuchadas por los cetegos de anticuadas ropas,
asumida la audacia, se aplicará discreta.
Y harán fe las palabras recién hechas si manan
de fuente griega y no vienen muy volteadas.
¿Qué le dará un romano a Cecilio y a Plauto, arrebatado
de Virgilio y de Vario? ¿Por qué he de ser mal visto
si mi obra gana un poco, cuando la lengua de Catón y Enio
enriqueció nuestro habla y aplicó nuevos nombres a las cosas?
Siempre fue y será lícito producir un término
marcado con el signo de su época.
Cual el bosque en otoño muda sus ho jas, y caen las primeras,
así de las palabras muere la vieja edad, y la reciente
florece y cobra fuerzas al modo de los jóvenes.
Nosotros y lo nuestro nos debemos a la muerte. Ya sea
que un Neptuno terreno libre —regia tarea— de los nortes
a las naves, o una infecunda charca, donde hincaban remos,
nutra vecinas urbes y haga sitio al arado,
o cambie el curso un río hostil a la cosecha,
instruido en mejor senda, mortales gestas han de perecer.
Con más razón quedarán las palabras, su vigencia y su aprecio.
Muchos vocablos muertos renacerán, y otros
que ahora están en vigor caerán, si quiere el uso
que es árbitro, derecho y norma del decir.
***
Dio la Musa a la lira referir de los dioses y sus hijos,
del púgil victorioso, del caballo que gana en la carrera,
del desvelo del joven, del vino de los libres.
***
Si no puedo ni sé conservar el correcto encadenado
y el tono de mis obras, ¿me llamarán poeta?
¿Preferiré, por torpe pundonor, ignorar a aprender?
A los más de los poetas, padres y jóvenes dignos de padre,
nos confunde la imagen del bien. Lucho en ser breve,
me hago oscuro; el que busca lo sutil extravía
nervio y aliento; se infla quien va tras lo sublime;
por tierra el muy prudente repta, y el que huye al trueno;
quien quiere una variante prodigiosa dibuja
un delfín en los bosques y un jabalí en las olas.
Evitar un pecado conduce al vicio cuando falta el arte.
***
Del orden la virtud y la gracia son éstas, si no fallo:
que se diga puntual cuanto deba decirse,
y lo más se postergue, y se omita entre tanto;
quiera esto, desprecie lo otro aquél que prometió un poema.
***
Aun siendo fino y cauto trenzando las palabras
dirás cosas brillantes si un vocablo sabido
se torna nuevo en recia coyuntura. Si acaso
hay que usar nuevos signos para aclarar conceptos, y labrar
voces nunca escuchadas por los cetegos de anticuadas ropas,
asumida la audacia, se aplicará discreta.
Y harán fe las palabras recién hechas si manan
de fuente griega y no vienen muy volteadas.
¿Qué le dará un romano a Cecilio y a Plauto, arrebatado
de Virgilio y de Vario? ¿Por qué he de ser mal visto
si mi obra gana un poco, cuando la lengua de Catón y Enio
enriqueció nuestro habla y aplicó nuevos nombres a las cosas?
Siempre fue y será lícito producir un término
marcado con el signo de su época.
Cual el bosque en otoño muda sus ho jas, y caen las primeras,
así de las palabras muere la vieja edad, y la reciente
florece y cobra fuerzas al modo de los jóvenes.
Nosotros y lo nuestro nos debemos a la muerte. Ya sea
que un Neptuno terreno libre —regia tarea— de los nortes
a las naves, o una infecunda charca, donde hincaban remos,
nutra vecinas urbes y haga sitio al arado,
o cambie el curso un río hostil a la cosecha,
instruido en mejor senda, mortales gestas han de perecer.
Con más razón quedarán las palabras, su vigencia y su aprecio.
Muchos vocablos muertos renacerán, y otros
que ahora están en vigor caerán, si quiere el uso
que es árbitro, derecho y norma del decir.
***
Dio la Musa a la lira referir de los dioses y sus hijos,
del púgil victorioso, del caballo que gana en la carrera,
del desvelo del joven, del vino de los libres.
***
Si no puedo ni sé conservar el correcto encadenado
y el tono de mis obras, ¿me llamarán poeta?
¿Preferiré, por torpe pundonor, ignorar a aprender?
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Traducciones
jueves, 9 de octubre de 2008
So-fo-nis-ba
La palabra Sofonisba es una caja de música dejada entre los primeros límites de octubre, un juguete huérfano en un paisaje irremediablemente adulto, un pequeño tesoro sin mapa. A saber cuánta lluvia tendrá encima. Y sin embargo, tras abrirla, descubrimos que ni la humedad ni el desamparo han logrado mermar del todo la fe de sus resortes. La melodía, sí, es algo más lenta ahora, un poco más oscura, pero en su esfuerzo lucha por saber sonar como la primera vez, cuando ni siquiera se lo pedíamos. Tres notas danzarinas y una cuarta inesperada, discordante, rara, final. He ahí el secreto. Una caricia sin cuidado que acaba en una pregunta de mil años. Y es que Sofonisba nos empezaba haciendo reír para dejarnos en silencio, perdidos de añoranza por cosas que nunca podríamos ver, destrozados por un sordo placer de belleza y aniquilamiento, removiendo el presagio de que ambas cosas, al cabo, pudieran ser lo mismo.
¿Quién no termina el día con el mediocre equipaje de su voz, gastadísima de justificar y justificarse en cada intercambio? Lo ponemos junto a nuestra cama, dócilmente, con los zapatos de un día más y el cotidiano catálogo de remordimientos. Apagamos el último cigarrillo y envidiamos a los ángeles, tan puros que no necesitan hablar. Y es entonces, al borde del sueño, cuando queremos encontrar a Sofonisba, y que nos vuelva a fingir un poco de misterio, con el tacto y las primicias de un beso repentino. Sabemos muy bien dónde la habíamos dejado, quizás debajo de algunas páginas distraídas o en el torpe amago de unos versos que se tendrían que suicidar de tan ingeniosos. Pero queremos tener a Sofonisba una vez más, como si fuera la primera vez, y pedirle que nos cante, sin la servidumbre de decirnos nada, sin la obligación de que lo hagamos nosotros. ¿Dije que era una caja de música? Ojalá. Qué ingenua coartada. No. La palabra Sofonisba es sólo una flauta de afilador y por eso es también su propia, inevitable melodía. Lo que ensombrece su compás, por tanto, no es la lluvia ni el otoño. Ni tampoco el vértigo del tiempo. Ni todos los que la han tenido ya en sus labios. Es la cruel certidumbre de nuestros pulmones o la pobre calidad de nuestro aire.
¿Quién no termina el día con el mediocre equipaje de su voz, gastadísima de justificar y justificarse en cada intercambio? Lo ponemos junto a nuestra cama, dócilmente, con los zapatos de un día más y el cotidiano catálogo de remordimientos. Apagamos el último cigarrillo y envidiamos a los ángeles, tan puros que no necesitan hablar. Y es entonces, al borde del sueño, cuando queremos encontrar a Sofonisba, y que nos vuelva a fingir un poco de misterio, con el tacto y las primicias de un beso repentino. Sabemos muy bien dónde la habíamos dejado, quizás debajo de algunas páginas distraídas o en el torpe amago de unos versos que se tendrían que suicidar de tan ingeniosos. Pero queremos tener a Sofonisba una vez más, como si fuera la primera vez, y pedirle que nos cante, sin la servidumbre de decirnos nada, sin la obligación de que lo hagamos nosotros. ¿Dije que era una caja de música? Ojalá. Qué ingenua coartada. No. La palabra Sofonisba es sólo una flauta de afilador y por eso es también su propia, inevitable melodía. Lo que ensombrece su compás, por tanto, no es la lluvia ni el otoño. Ni tampoco el vértigo del tiempo. Ni todos los que la han tenido ya en sus labios. Es la cruel certidumbre de nuestros pulmones o la pobre calidad de nuestro aire.
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varia
lunes, 6 de octubre de 2008
Las doncellas
Sabático torrente de caderas,
labios, senos, sandalias: es la vena
dulce de Venus. Miel y cabelleras
bajo la noche que se agita y suena.
Y queda un parloteo en las aceras.
Y queda un haz de farolas en pena.
Polvo fugaz del mundo. Carcajada
hacia el domingo, el lunes y la nada.
(De Azul de enero, 2003)
labios, senos, sandalias: es la vena
dulce de Venus. Miel y cabelleras
bajo la noche que se agita y suena.
Y queda un parloteo en las aceras.
Y queda un haz de farolas en pena.
Polvo fugaz del mundo. Carcajada
hacia el domingo, el lunes y la nada.
(De Azul de enero, 2003)
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Poemas propios
domingo, 5 de octubre de 2008
jueves, 2 de octubre de 2008
El ritmo (Arquíloco de Paros)
Alma, alma agitada en penas sin remedio,
levántate y rechaza al enemigo;
oponle el pecho y firme aguanta su emboscada.
Y ni, al vencer, presumas largamente,
ni, vencida, te hundas en tu casa quejándote.
Ríe las dichas, llora los males, sin excesos:
comprende el ritmo que sujeta al hombre.
(Trad. Juan Manuel Macías)
(Nota: esta traducción mía de Arquíloco ya la puse en mi anterior bitácora. Pero es que este poema siempre me tranquiliza, como me tranquilizó en su momento traducirlo.)
levántate y rechaza al enemigo;
oponle el pecho y firme aguanta su emboscada.
Y ni, al vencer, presumas largamente,
ni, vencida, te hundas en tu casa quejándote.
Ríe las dichas, llora los males, sin excesos:
comprende el ritmo que sujeta al hombre.
(Trad. Juan Manuel Macías)
(Nota: esta traducción mía de Arquíloco ya la puse en mi anterior bitácora. Pero es que este poema siempre me tranquiliza, como me tranquilizó en su momento traducirlo.)
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Traducciones
lunes, 29 de septiembre de 2008
Kalevala y sampo
Tuve un profesor de griego (gran helenista y fino traductor) que aconsejaba (h)ojear una gramática de finés a todo aquel que pudiera pensar que el griego antiguo era una lengua difícil. Él mismo guardaba esa gramática en su despacho para cuando sentía la urgencia de acogerse a tal consuelo. El griego antiguo (y no diré nada nuevo a quien lo haya tocado, siquiera levemente) es una lengua bastante difícil. He ahí su gracia. Son famosas, por ejemplo, las incontables irregularidades diseminadas por toda su flexión verbal, la cual sólo se empieza a ver con cierta lógica cuando se estudia un poco de lingüística indoeuropea. Y no digamos si a alguno le da por meterse en el laberinto de los dialectos, que es como volver a recomponer el puzzle de nuevo. Pero parece ser que el finés (que no es una lengua indoeuropea) supera al griego antiguo en diversos extremos del arte de la tortura gramatical.
Me permito decir que la mayor belleza que se extrae del finés es su riguroso desconocimiento, donde un servidor milita con entusiasmo. El finés, visto así, como una lengua hermosamente inaccesible y secreta, está poblada de delicados matices vocálicos, sílabas abiertas, consonantes nítidas como campanillas y larguísimas palabras que parecen historias de otro tiempo, que han de narrarse, o posarse, con la solemnidad debida de una tarde de silencio y nieve. El maestro Tolkien se inspiró en la música de esta lengua para trenzar uno de sus dos dialectos élficos, el quenya. E incluso llegó a reconocer la influencia que tuvo en la alquimia de su mitología las lecturas deslumbradas e infantiles que hizo del Kalevala, la artificial epopeya finesa que compuso el estudioso Elias Lönrot en el siglo XIX sobre cantares tradicionales de antigüedad muy diversa (algunos de época cristiana, otros remontados nada menos que unos 2000 años atrás).
Tal vez por la dificultad de la lengua (y porque estamos en España, no lo olvidemos) encontrar una traducción al castellano del Kalevala siempre fue empresa imposible. Allá por mi primera adolescencia me tuve que contentar con una descolorida selección en prosa en la inefable biblioteca Bergua. El traductor y editor, Juan B. Bergua, no dice en ningún lugar del prólogo (pillín) que su traducción lo es de otra traducción francesa. Así que habría que esperar unos cuantos años más para que llegara la primera (y que yo sepa única) traducción seria, la de la profesora Ursula Ojanen y Joaquín Fernández, editada en Alianza Tres, y que es espléndida y constituye un trabajo filológico notable. Muy feliz, además, la elección del tipo de verso para verter esos cantos de hechicería, casi susurrados: el eneasílabo, que de nuestros metros tradicionales es el más escurridizo e inquietante. La edición cuenta con un interesante prólogo de los traductores y, sobre todo, con un inspiradísimo anteprólogo de Agustín García Calvo, cuyo desconocimiento del finés también merece un elogio.
El Kalevala en sí está poblado de hermosas ignorancias. Por ejemplo. En un pasaje, el héroe Vainamoinen (que también es poeta: poesía y magia están indisolublemente unidas en esta obra) desea construirse un barco, pero le faltan tres palabras para acabarlo, y habrá de ir a buscarlas al reino de la Muerte. ¿Qué sucederá?... En otro pasaje, Vainamoinen y sus amigos van en busca del Sampo, objeto maravilloso que confiere un gran poder (y tal vez, incluso, la melancolía de haberlo encontrado). Pero nadie sabe qué es realmente el Sampo o para qué sirve (¿molino, rueca, talismán?), ni los traductores, ni los exegetas del poema, ni Elias Lönrot, ni, acaso, los propios héroes del Kalevala.
Esta ignorancia respecto al sampo siempre me maravilló. Todo poema es, ante todo y casi siempre sin querer, una metáfora de la propia poesía. El objeto poético llamado Kalevala no se libra de ese curioso destino. Podemos decir perfectamente la palabra “Sampo” sin saber su significado en una presunta (y aburrida) realidad secundaria, y eso supone una liberación de todo malsano conceptismo, de cuyos deplorables vicios en absoluto tuvo culpa Quevedo. De igual manera que alguien pudo encontrarse con la autoridad para escribir una vez de nenúfares sin haber visto ninguno, el sampo nos trae el don del misterio que se acepta sin preguntas de gabinete. Es la máscara que no oculta nada, o que sólo se oculta a sí misma y que mira con mismo gesto tanto desde su envés como de su revés.
La poesía es la única forma de arte donde el recuerdo es lo mismo que el objeto recordado. Así pues, la materia del sampo sería pura memoria, la memoria que reinventa. La memoria que, como el amor, es una extraña combinación de fe y de voluntad. Reinventamos el sampo cada vez que lo decimos. Y si lo decimos, lo deseamos. Simples ganas de soñar, aunque sea en finés.
Me permito decir que la mayor belleza que se extrae del finés es su riguroso desconocimiento, donde un servidor milita con entusiasmo. El finés, visto así, como una lengua hermosamente inaccesible y secreta, está poblada de delicados matices vocálicos, sílabas abiertas, consonantes nítidas como campanillas y larguísimas palabras que parecen historias de otro tiempo, que han de narrarse, o posarse, con la solemnidad debida de una tarde de silencio y nieve. El maestro Tolkien se inspiró en la música de esta lengua para trenzar uno de sus dos dialectos élficos, el quenya. E incluso llegó a reconocer la influencia que tuvo en la alquimia de su mitología las lecturas deslumbradas e infantiles que hizo del Kalevala, la artificial epopeya finesa que compuso el estudioso Elias Lönrot en el siglo XIX sobre cantares tradicionales de antigüedad muy diversa (algunos de época cristiana, otros remontados nada menos que unos 2000 años atrás).
Tal vez por la dificultad de la lengua (y porque estamos en España, no lo olvidemos) encontrar una traducción al castellano del Kalevala siempre fue empresa imposible. Allá por mi primera adolescencia me tuve que contentar con una descolorida selección en prosa en la inefable biblioteca Bergua. El traductor y editor, Juan B. Bergua, no dice en ningún lugar del prólogo (pillín) que su traducción lo es de otra traducción francesa. Así que habría que esperar unos cuantos años más para que llegara la primera (y que yo sepa única) traducción seria, la de la profesora Ursula Ojanen y Joaquín Fernández, editada en Alianza Tres, y que es espléndida y constituye un trabajo filológico notable. Muy feliz, además, la elección del tipo de verso para verter esos cantos de hechicería, casi susurrados: el eneasílabo, que de nuestros metros tradicionales es el más escurridizo e inquietante. La edición cuenta con un interesante prólogo de los traductores y, sobre todo, con un inspiradísimo anteprólogo de Agustín García Calvo, cuyo desconocimiento del finés también merece un elogio.
El Kalevala en sí está poblado de hermosas ignorancias. Por ejemplo. En un pasaje, el héroe Vainamoinen (que también es poeta: poesía y magia están indisolublemente unidas en esta obra) desea construirse un barco, pero le faltan tres palabras para acabarlo, y habrá de ir a buscarlas al reino de la Muerte. ¿Qué sucederá?... En otro pasaje, Vainamoinen y sus amigos van en busca del Sampo, objeto maravilloso que confiere un gran poder (y tal vez, incluso, la melancolía de haberlo encontrado). Pero nadie sabe qué es realmente el Sampo o para qué sirve (¿molino, rueca, talismán?), ni los traductores, ni los exegetas del poema, ni Elias Lönrot, ni, acaso, los propios héroes del Kalevala.
Esta ignorancia respecto al sampo siempre me maravilló. Todo poema es, ante todo y casi siempre sin querer, una metáfora de la propia poesía. El objeto poético llamado Kalevala no se libra de ese curioso destino. Podemos decir perfectamente la palabra “Sampo” sin saber su significado en una presunta (y aburrida) realidad secundaria, y eso supone una liberación de todo malsano conceptismo, de cuyos deplorables vicios en absoluto tuvo culpa Quevedo. De igual manera que alguien pudo encontrarse con la autoridad para escribir una vez de nenúfares sin haber visto ninguno, el sampo nos trae el don del misterio que se acepta sin preguntas de gabinete. Es la máscara que no oculta nada, o que sólo se oculta a sí misma y que mira con mismo gesto tanto desde su envés como de su revés.
La poesía es la única forma de arte donde el recuerdo es lo mismo que el objeto recordado. Así pues, la materia del sampo sería pura memoria, la memoria que reinventa. La memoria que, como el amor, es una extraña combinación de fe y de voluntad. Reinventamos el sampo cada vez que lo decimos. Y si lo decimos, lo deseamos. Simples ganas de soñar, aunque sea en finés.
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varia
jueves, 25 de septiembre de 2008
Fábula
Vendimiadores sonámbulos
arrancaban de tu almohada
racimos de estrellas negras
entre los limos del alba.
Siglos de bronce encendido
en tu espalda naufragaban,
dejando una estela trunca
de paisajes y batallas.
Pero el sol siempre tenía
un acordeón de algas,
y un cofrecillo la luna
lleno de escaleras falsas.
Eran las noches en corro
para dormir en las páginas
enfermas de mariposas
que oreaban las terrazas;
para caer en las dunas
nómadas y deslumbradas
hacia el azul de tu vientre,
bajo una cítara amarga.
Si en un país muy lejano
algún tirano ordenaba
que degollaran las nubes,
tú caminabas descalza
por un páramo de cuervos
y un río escrito con lágrimas.
Yo sé que había caminos
enroscados a tu lámpara,
caminos de tardes rojas
donde las viejas rezaban,
caminos como serpientes
que frecuentan la añoranza.
Y un deambular sin destino,
y un olor a herrumbre y grama
que traía el mundo en torno
traspasado de campanas.
Segadores sin oriente
en tu perfil se mataban
con un lamento de aire
y un murmullo de guadañas.
Tú dormías sin remedio
tu largo sueño de atlas,
diseminada, infinita,
de pura noche labrada,
desveladora de espacios
hacia los limos del alba.
arrancaban de tu almohada
racimos de estrellas negras
entre los limos del alba.
Siglos de bronce encendido
en tu espalda naufragaban,
dejando una estela trunca
de paisajes y batallas.
Pero el sol siempre tenía
un acordeón de algas,
y un cofrecillo la luna
lleno de escaleras falsas.
Eran las noches en corro
para dormir en las páginas
enfermas de mariposas
que oreaban las terrazas;
para caer en las dunas
nómadas y deslumbradas
hacia el azul de tu vientre,
bajo una cítara amarga.
Si en un país muy lejano
algún tirano ordenaba
que degollaran las nubes,
tú caminabas descalza
por un páramo de cuervos
y un río escrito con lágrimas.
Yo sé que había caminos
enroscados a tu lámpara,
caminos de tardes rojas
donde las viejas rezaban,
caminos como serpientes
que frecuentan la añoranza.
Y un deambular sin destino,
y un olor a herrumbre y grama
que traía el mundo en torno
traspasado de campanas.
Segadores sin oriente
en tu perfil se mataban
con un lamento de aire
y un murmullo de guadañas.
Tú dormías sin remedio
tu largo sueño de atlas,
diseminada, infinita,
de pura noche labrada,
desveladora de espacios
hacia los limos del alba.
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Poemas propios
lunes, 22 de septiembre de 2008
Safo y la traducción
Tal vez se deba a la enfermedad de la escolástica, propagada por los griegos en su larguísima decadencia, esa idea malsana de que la poesía no sólo se puede traducir sino que, incluso, se debe traducir. La escolástica es la penúltima puerta del cansancio, y los filólogos alejandrinos, ociosos y crepusculares, vertían todo su vigilante cansancio sobre los poemas que anotaban y catalogaban. Probablemente también estaban cansados de esos poemas y de esos poetas; se diría que también lo estaban de sí mismos.
La actitud del escolástico presupone que el poema está dotado de un contenido aprovechable. A veces, un pensamiento, una doctrina que se puede compartir o refutar; otras, la expresión de sentimientos más o menos elevados o perversos. Con tales premisas el poema (y el poeta) puede ya merecer oportunamente su condena o su absolución, según suene lo que diga al oído crítico de turno. El paso siguiente sería ya desligar a la poesía del lenguaje y establecer la drástica distinción entre forma y fondo. El continente podría ser vistoso y bello, pero ornamental al fin y al cabo. El valor intrínseco del poema estaría en el contenido. Cambiar de botella, mudar de vestido... Y todos los símiles que se les ocurran. He aquí, sin duda, el germen de esa superstición que se llama «traducir poesía».
Safo, griega como sus primeros exégetas, vivió siglos antes una época probablemente igual de miserable, pero acaso más sencilla. Así pues podríamos atrevernos a postular su escepticismo ante el hecho de que alguien intentara verter sus poesías a otra lengua. Sobre todo por la perogrullada de que su lengua materna era el griego y componía en griego para oídos griegos. ¿Provincianismo lingüístico? Tal vez, pero también una gran dosis de sentido común. Si la lesbia sospechaba (o se temía) una fama póstuma e imperecedera seguro que lo hacía pensando en que, mucho tiempo después, alguien iba a recuperar un poema suyo de la memoria y lo iba a decir tal y como ella lo había creado. Sus poemas eran objetos nítidos, palpables, evidentes como esa lira junto a la cual tantas veces se la representó en la antigüedad
No es mi intención aquí perderme en divagaciones eruditas sobre mis avatares a la hora de traducir a Safo. Me bastará con un pequeño desahogo sentimental, si me lo permite el lector. Hace ya mucho tiempo, cuando apenas sabía griego y, ni mucho menos, conocía las excentricidades del dialecto lesbio, mi primer encuentro con un poema original de Safo fue el del célebre fragmento 16 de la edición Lobel-Page, cuyos cuatro últimos versos les reproduzco a continación.
τᾶ]ς κε βολλοίμαν ἔρατόν τε βᾶμα
κἀμάρυχμα λάμπρον ἴδην προσώπω
ἤ τὰ Λύδων ἄρματα καὶ πανόπλοις
πεσδομ]άχεντας.
Esos versos ya nunca sonarán como sonaron hace veintisiete siglos pero, de alguna extraña forma, aún puede percibirse algo de su primitivo encantamiento, si los leemos a la manera escolar erasmiana, y, por tanto, artificial. Sin darme cuenta, ya me los había aprendido de memoria. Podríamos decir que esa (y no otra) es la poesía de Safo, y que quien no la haya leído, entonces jamás ha leído a Safo. Pero soy más pesimista, incluso. El paso del tiempo, las arenas del desierto, el puro azar han ido diseminando silencios y han edificado, muy lentamente, ese poema extraño que hoy los filólogos denominan «los fragmentos de Safo», algo absolutamente inesperado para la propia Safo. Se trata de un poema condenado a incompletarse eternamente, como lo demuestra el hallazgo en 2004 del papiro de Colonia. Y lo que yo entiendo por «traducirlo» no ha sido desde entonces otra cosa que intentar evocarme en mi propia lengua, tal vez compartir, la emoción de aquellos primeros versos y otros más que vinieron después. Al fin y al cabo, la traducción no es más que un género literario y, las más de las veces, un vago ejercicio de melancolía.
(Nota: Estas líneas se publicaron por marzo de este año en DVDEdiciones.com, junto a un artículo de Juan Andrés García Román sobre su traducción de la poesía póstuma de Rilke en DVD Ediciones. Ambos textos pueden encontrarlos aquí.)
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domingo, 14 de septiembre de 2008
Poetas y cometas
Es alarmante comprobar la de gente que hay en el mundo que entiende de algo. De informática, de plantas y flores, de jazz, de fotografía, de sexo. Y aunque no se lleve, también hay gente que entiende de poesía, que dan tanto miedo como los expertos en sexo. Pero hay gente para todo, como decía el adagio torero, y es que uno puede entrar en cualquiera de los actos poéticos que se ejecutan en alguna capital de provincia (como Madrid) y tener la misma sensación del que se ha metido por error en una convención de fabricantes de prótesis, en el rito de una logia masónica o en una reunión de antiguos alumnos, tres momentos del universo, por ejemplo, donde a mí no me encontrarán.
Pero un poeta, o un aprendiz de poeta, ¿realmente entiende de poesía? Tendría motivos para preocuparse si dijera eso. No. El elitismo es tan pernicioso como el populismo. No hablemos de mayorías ni de minorías, todas inmensas, todas totalitarias como el mero concepto de “pueblo”. Hablemos de lectores, tomados de uno en uno. ¿Para quién es la poesía? En el fondo, para quien quiera acogerla, por más que ahora todos quieren acoger a la Play Station, y es muy natural, porque el hombre necesita de la maravilla tanto como del agua, y la Play Station ocupa hoy el lugar que en otro tiempo estaba destinado a Homero. Hay que dejar de desvelarse por si la poesía se lee mucho o poco. Eso es lo de menos. El rival natural de la poesía no es la novela, por favor, sino la play station. Todo hombre de bien, insisto, necesita asombrase. El hombre necesita estampar coches de carreras con la misma fe con que Homero estampaba a los aqueos de buenas grebas contra la melancolía que a veces se llamaba Troya. El hombre necesita sueños. La poesía a veces se los da.
Aleixandre decía que un poema es una construcción de dos personas, poeta y lector. Yo creo que ni siquiera eso. Acabemos de una vez con ese diálogo entre creador y receptor, tan ficticio. Un poema es asunto de una sola persona, sólo de quien lo lee, o de quien necesita guardárselo en su memoria. Qué importa si Safo (y perdonen por reincidir) alguna vez durmió sola y sin amante, cuando la luna y las pléyades que se ponen cíclicamente pudieron servir de canción de cuna para una niña, igual de sola, que alguna vez sería una reina, como sucede en la mejor novela, la más sincera, de C.S. Lewis. El poeta, en el fondo, no existe. El poeta es una horrible invención decimonónica de los filólogos y de Platón, ese ciudadano con mala conciencia al que le gustaba mucho la poesía y que una vez quiso echar de su república perfecta a unos pobres tipos que no tenían culpa de nada.
Lectores, todos lectores. Es lo que más feliz hace, de verdad. Lectores, incluso los que se llaman poetas. Pero Gerardo Diego lo avisó mucho mejor en una de sus Odas morales:
¿Qué es nacer, ser poeta?
Es único y concéntrico guarismo.
Es echar la cometa,
que vuele al cielo mismo,
y quedarse aquí abajo en el abismo.
Pero un poeta, o un aprendiz de poeta, ¿realmente entiende de poesía? Tendría motivos para preocuparse si dijera eso. No. El elitismo es tan pernicioso como el populismo. No hablemos de mayorías ni de minorías, todas inmensas, todas totalitarias como el mero concepto de “pueblo”. Hablemos de lectores, tomados de uno en uno. ¿Para quién es la poesía? En el fondo, para quien quiera acogerla, por más que ahora todos quieren acoger a la Play Station, y es muy natural, porque el hombre necesita de la maravilla tanto como del agua, y la Play Station ocupa hoy el lugar que en otro tiempo estaba destinado a Homero. Hay que dejar de desvelarse por si la poesía se lee mucho o poco. Eso es lo de menos. El rival natural de la poesía no es la novela, por favor, sino la play station. Todo hombre de bien, insisto, necesita asombrase. El hombre necesita estampar coches de carreras con la misma fe con que Homero estampaba a los aqueos de buenas grebas contra la melancolía que a veces se llamaba Troya. El hombre necesita sueños. La poesía a veces se los da.
Aleixandre decía que un poema es una construcción de dos personas, poeta y lector. Yo creo que ni siquiera eso. Acabemos de una vez con ese diálogo entre creador y receptor, tan ficticio. Un poema es asunto de una sola persona, sólo de quien lo lee, o de quien necesita guardárselo en su memoria. Qué importa si Safo (y perdonen por reincidir) alguna vez durmió sola y sin amante, cuando la luna y las pléyades que se ponen cíclicamente pudieron servir de canción de cuna para una niña, igual de sola, que alguna vez sería una reina, como sucede en la mejor novela, la más sincera, de C.S. Lewis. El poeta, en el fondo, no existe. El poeta es una horrible invención decimonónica de los filólogos y de Platón, ese ciudadano con mala conciencia al que le gustaba mucho la poesía y que una vez quiso echar de su república perfecta a unos pobres tipos que no tenían culpa de nada.
Lectores, todos lectores. Es lo que más feliz hace, de verdad. Lectores, incluso los que se llaman poetas. Pero Gerardo Diego lo avisó mucho mejor en una de sus Odas morales:
¿Qué es nacer, ser poeta?
Es único y concéntrico guarismo.
Es echar la cometa,
que vuele al cielo mismo,
y quedarse aquí abajo en el abismo.
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jueves, 7 de agosto de 2008
Hasta septiembre...
Que descansen. Estas diosas y estas nubes se estarán echando una larga siesta hasta septiembre. Pero, si quieren, pueden seguir las lecturas de verano de Sergio Gaspar y un servidor en www.dvdediciones.com. También pueden visitar la firma invitada del poeta Juan Salido-Vico. No se la pierdan. Algún día el Pacharán Cuervo Nevermore Trio hará su esperado concierto por Las Vegas, y ese día las estrellas tendrán permiso para caerse del cielo. Entretanto, yo les echaré de menos, y me quedaré meditando y preguntándome por qué diablos todavía soy incapaz de hacer el ali-oli con mortero, como lo hacía mi abuela. ¿Es un problema de ritmo? ¿Es un don? Ay, los misterios del universo.
Suyo, siempre,
J.M.M.
sábado, 5 de julio de 2008
Lecturas de verano en DVDEdiciones.com
Llega el final de curso a la web de DVD Ediciones. Desde aquí, y por lo que a mí me toca, quiero dar las gracias por la inmensa acogida que el sitio ha venido teniendo hasta ahora. Y gracias también a los magníficos poetas que se han dejado invitar hasta el momento. Por eso hemos decidido seguir al pie del cañón, a ver qué pasa. Sergio Gaspar, el director de la editorial, y un servidor, vamos a inaugurar dos blogs paralelos dentro de la página para contarles nuestras lecturas de verano. Todo un género literario, no me digan. Hablaremos de los libros que vamos leyendo (o no vamos leyendo), pero también de nuestros blogs favoritos, de las hojas parroquiales o el folleto de instrucciones de un ventilador comprado en una tienda de todo a un euro: hay un momento para todo, entre la horchata y el tinto con gaseosa. Tenemos intención de empezar la próxima semana, antes de que se nos pasen las ganas y las lecturas de verano se conviertan en lecturas otoñales de verano, que es otro género literario. Los enlaces podrán encontrarlos en el inicio de la página. También, ¿cómo no?, tendremos nuevas firmas invitadas durante estos meses. No se quejarán.
Entretanto, y para compensarles los excesos publicitarios, les dejo el célebre fragmento de la genial "Un cadáver a los postres", uno de los más delirantes diálogos de la histora del cine. Ya saben, James Señor Benson Señora...
Entretanto, y para compensarles los excesos publicitarios, les dejo el célebre fragmento de la genial "Un cadáver a los postres", uno de los más delirantes diálogos de la histora del cine. Ya saben, James Señor Benson Señora...
martes, 1 de julio de 2008
Ciudades perdidas
Hace mucho tiempo tuve un sueño que me dejó preocupadísimo. Yo era arqueólogo, nada menos, con un nivel de certeza que no se atrevería a discutir ni el más temible tribunal academico. Este gran detalle de mi inconsciente ya me hubiera hecho del todo feliz, pues no recuerdo haber cambiado nunca de profesión en un sueño. Pero lo mejor estaba por llegar. En efecto, con la autoridad que me daba mi nuevo estatus intelectual, juzgué oportuno iniciar unas audaces excavaciones debajo de mi cama. Tras arduo trabajo y no pocos destrozos encontré, con la misma fe del loco Schliemann para con su Troya, las ruinas de una ciudad inmensa y maravillosa, casi intacta a los vicios del tiempo, con todas sus lentas avenidas, sus orgullosos palacios y sus arriesgados monumentos. Yo buscaba esa ciudad. De hecho, me sentía un gran experto en esa ciudad. Había pronunciado terminantes disertaciones sobre ella ante otros colegas arqueólogos que me acompañaban en mi sueño, amigos oníricos ocasionales con los que nunca volví a coincidir. Y todos me aplaudían, y yo asentía hinchado de soberbia, repartiendo bendiciones a discreción. Y conocía el nombre de esa ciudad y lo repetía una y otra vez, fonema a fonema, de viva voz o en artículos publicados en las más rigurosas revistas. Era la palabra más hermosa que había escuchado jamás. Era una palabra larga y alambicada, y encerraba entre todas sus imposibles letras la historia de la ciudad. Pudiera haber sido una canción de cuna o una letanía de héroes o un catálogo de venganzas o una terrible historia de amor. La palabra era, en el fondo, la ciudad, pero también nombraba a todas las ciudades olvidadas, a todos los hombres y mujeres que habían merecido formar parte de una ciudad, a la vida y a la muerte y a la esperanza. Y cuando más satisfecho estaba de mis hallazgos, desperté y me dí cuenta de que ya no tenía la palabra en mis labios. Sólo ese nombre mantenía los preciosos edificios en pie y sus desafiantes balaustradas. El olvido trajo, inevitable, polvo, escombros y ruinas. Todo se vino abajo y un servidor, qué pena, ya no era arqueólogo, y mi voz ya no valía nada en los altos foros..
Reconozco que me obsesioné muchos días con la dichosa palabra perdida. Era tan bonita. Ensayé, sí, desde la vigilia, vanas combinaciones de sílabas, desastrosas, horribles. No era eso. No era eso. Qué tortura... Hasta que un día me encontré con mi amiga V., compartimos unas cervezas y no pude evitar relatarle el sueño que les he referido. Ella me escuchó con la misma compasión que ustedes, amables lectores, tal vez hayan aplicado a estas líneas. Cuando terminé de desahogarme guardó un silencio de esfinge. Yo insistí: "joder, que no me acuerdo del nombre''. Ella apuró su cerveza, me ofreció un cigarrillo y sentenció sin piedad: "ni te acordarás nunca''.
Cómo lo comprendí y qué lección me dio. No hay mejor regalo que le puedan hacer a un hombre que la constatación de un misterio o el don de la ignorancia. Este eterno aprendiz de poeta ató cabos y se quedó tranquilo. La historia de mi vida ha sido siempre perder y perder cosas: desprendimientos, olvido, ansiedad. A veces, sin embargo, la vigilia se roza con el sueño. En esos contados momentos pueden surgir unas palabras, un verso, acaso un poema. Pero sólo son ecos, murmullos, presagios. Porque el nombre de la ciudad perdida siempre nos estará vedado. Y nuestro mejor poema será no encontrarlo nunca.
Mi amiga V. hace poco ha sido madre por primera vez. Ayer la ví y me presentó a su retoño dormido en su cochecito. Ella ya no fuma, yo sí. Paseamos un buen rato hasta poco antes de ponerse el sol. Entre la conversación intrascendente quise darle las gracias por aquella respuesta suya, pero no supe cómo hacerlo. Hubiera sido una salida de tono. Nos despedimos. Dos besos. Juan manuel, tienes que dejar de fumar. Y ella se aleja con ese cuidadoso descuido que sólo saben tener las madres con el universo, empujando un largo sueño y seguro que unas incipientes, aunque notables, excavaciones arqueológicas.
Reconozco que me obsesioné muchos días con la dichosa palabra perdida. Era tan bonita. Ensayé, sí, desde la vigilia, vanas combinaciones de sílabas, desastrosas, horribles. No era eso. No era eso. Qué tortura... Hasta que un día me encontré con mi amiga V., compartimos unas cervezas y no pude evitar relatarle el sueño que les he referido. Ella me escuchó con la misma compasión que ustedes, amables lectores, tal vez hayan aplicado a estas líneas. Cuando terminé de desahogarme guardó un silencio de esfinge. Yo insistí: "joder, que no me acuerdo del nombre''. Ella apuró su cerveza, me ofreció un cigarrillo y sentenció sin piedad: "ni te acordarás nunca''.
Cómo lo comprendí y qué lección me dio. No hay mejor regalo que le puedan hacer a un hombre que la constatación de un misterio o el don de la ignorancia. Este eterno aprendiz de poeta ató cabos y se quedó tranquilo. La historia de mi vida ha sido siempre perder y perder cosas: desprendimientos, olvido, ansiedad. A veces, sin embargo, la vigilia se roza con el sueño. En esos contados momentos pueden surgir unas palabras, un verso, acaso un poema. Pero sólo son ecos, murmullos, presagios. Porque el nombre de la ciudad perdida siempre nos estará vedado. Y nuestro mejor poema será no encontrarlo nunca.
Mi amiga V. hace poco ha sido madre por primera vez. Ayer la ví y me presentó a su retoño dormido en su cochecito. Ella ya no fuma, yo sí. Paseamos un buen rato hasta poco antes de ponerse el sol. Entre la conversación intrascendente quise darle las gracias por aquella respuesta suya, pero no supe cómo hacerlo. Hubiera sido una salida de tono. Nos despedimos. Dos besos. Juan manuel, tienes que dejar de fumar. Y ella se aleja con ese cuidadoso descuido que sólo saben tener las madres con el universo, empujando un largo sueño y seguro que unas incipientes, aunque notables, excavaciones arqueológicas.
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domingo, 22 de junio de 2008
Marina (cansancio mitológico)
Atravesando el centro del estío,
moldeada por la ola y la leyenda,
ya perfila la diosa el desafío
al sol que se destila en una ofrenda.
Sobre su piel de luna acantilada
derrama el sol sus uvas en cadena,
y ella bebe del sol, transfigurada
en la callada plenitud de arena.
Mar y cielo conspiran y entrelazan
un horizonte de encendido hielo.
Dos nubes vagabundas se disfrazan
con retales del tiempo sobre el suelo.
Pero mirad allí, en aquel extremo;
desvencijado y ciego se alza un faro
huérfano de farero: Polifemo
cesante, triste, pensativo y raro.
No alumbrará ya más las negras quillas
en las noches umbrías de los cuentos
de los marinos. Bajo sus cimientos
se marchitan los mapas y las millas.
Y en su calva de viejo anacoreta
algo se mueve, un vuelo enardecido,
un color, un delirio, una cometa
que el aire ya destrenza de su nido
y la aloja precisa y meridiana
para mercadería de altas sedas:
virgen acróbata, velera Diana
de las artificiosas arboledas.
De plata y humo, el trémulo cordaje
apenas ya sujeta su inocencia,
sus celestes modales, la querencia
de hacerle al mediodía un tatuaje.
Alborota el concilio de los pinos
taciturnos, y asciende a otras derrotas,
más altas que los altos desatinos
y que la noria de las gaviotas.
La turba el sol con sus ardientes sales.
La briza entre sus haces, la embelesa.
Y ella sabe que hollar esos portales
o deshilar camino es vana empresa.
Así, grácil novicia de planeta,
traza al azul su última sonrisa,
y se deshace libre la coleta,
y se suelta del ala de la brisa.
Abajo, en soledad de estatua y rosa,
gotea al mediodía un nuevo brillo.
Frente a un suicidio en flor de mariposa
la diosa se ha encendido un cigarrillo.
(Nota editorial: Este poema lo perpetré hace muchos años. Ahora le he limpiado el polvo acumulado de pesimismo y lo cuelgo aquí, con la modesta pretensión de desearles una feliz entrada de verano, a dos días del célebre solsticio de las narices. Es posible que el verano sea la más descerebrada de las estaciones, pero denle una oportunidad. Luego vendrá septiembre y el otoño para volvernos pensativos e indagadores. El verano es un niño bobo que siempre va de la mano del otoño, adulto y grave. Pero déjenle que corra un poco. Unas cuantas travesuras no están de más. No hay cuidado. El mayor vigila para que el pequeño no se rompa la crisma en su absurda eterna bicicleta.)
moldeada por la ola y la leyenda,
ya perfila la diosa el desafío
al sol que se destila en una ofrenda.
Sobre su piel de luna acantilada
derrama el sol sus uvas en cadena,
y ella bebe del sol, transfigurada
en la callada plenitud de arena.
Mar y cielo conspiran y entrelazan
un horizonte de encendido hielo.
Dos nubes vagabundas se disfrazan
con retales del tiempo sobre el suelo.
Pero mirad allí, en aquel extremo;
desvencijado y ciego se alza un faro
huérfano de farero: Polifemo
cesante, triste, pensativo y raro.
No alumbrará ya más las negras quillas
en las noches umbrías de los cuentos
de los marinos. Bajo sus cimientos
se marchitan los mapas y las millas.
Y en su calva de viejo anacoreta
algo se mueve, un vuelo enardecido,
un color, un delirio, una cometa
que el aire ya destrenza de su nido
y la aloja precisa y meridiana
para mercadería de altas sedas:
virgen acróbata, velera Diana
de las artificiosas arboledas.
De plata y humo, el trémulo cordaje
apenas ya sujeta su inocencia,
sus celestes modales, la querencia
de hacerle al mediodía un tatuaje.
Alborota el concilio de los pinos
taciturnos, y asciende a otras derrotas,
más altas que los altos desatinos
y que la noria de las gaviotas.
La turba el sol con sus ardientes sales.
La briza entre sus haces, la embelesa.
Y ella sabe que hollar esos portales
o deshilar camino es vana empresa.
Así, grácil novicia de planeta,
traza al azul su última sonrisa,
y se deshace libre la coleta,
y se suelta del ala de la brisa.
Abajo, en soledad de estatua y rosa,
gotea al mediodía un nuevo brillo.
Frente a un suicidio en flor de mariposa
la diosa se ha encendido un cigarrillo.
(Nota editorial: Este poema lo perpetré hace muchos años. Ahora le he limpiado el polvo acumulado de pesimismo y lo cuelgo aquí, con la modesta pretensión de desearles una feliz entrada de verano, a dos días del célebre solsticio de las narices. Es posible que el verano sea la más descerebrada de las estaciones, pero denle una oportunidad. Luego vendrá septiembre y el otoño para volvernos pensativos e indagadores. El verano es un niño bobo que siempre va de la mano del otoño, adulto y grave. Pero déjenle que corra un poco. Unas cuantas travesuras no están de más. No hay cuidado. El mayor vigila para que el pequeño no se rompa la crisma en su absurda eterna bicicleta.)
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Poemas propios
viernes, 20 de junio de 2008
M.K.
x
Melina Kaná es, de lejos, la mejor cantante griega. No hay una voz como la suya. Profundamente humana, con ese vibrato tan propio, inconfundible metal oscuro y nicotina. Es como si siempre estuviese acatarrada, hay algo de asma, de pasión por respirar, de querer seguir a toda costa dentro de la canción. Dice que canta con los ojos cerrados porque el céfiro llora dentro de ella. Le pide a Tamiris que se siente a su lado y le cuente de las alegrías y zozobras de los hombres...
Melina Kaná es, de lejos, la mejor cantante griega. No hay una voz como la suya. Profundamente humana, con ese vibrato tan propio, inconfundible metal oscuro y nicotina. Es como si siempre estuviese acatarrada, hay algo de asma, de pasión por respirar, de querer seguir a toda costa dentro de la canción. Dice que canta con los ojos cerrados porque el céfiro llora dentro de ella. Le pide a Tamiris que se siente a su lado y le cuente de las alegrías y zozobras de los hombres...
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miércoles, 18 de junio de 2008
Idea Vilariño (2 poemas)
x
x
x x
X X
Sé que le debo a Marta el felicísimo decubrimiento de la poeta Idea Vilariño (Montevideo, 1920), pero no sé dónde fue, si en una entrada en su antiguo blog o en un comentario que dejó por ahí, en otro blog, porque mi memoria no está ultimamente para muchas verbenas. Pero de lo que estoy seguro es de que Marta es la responsable. Así que gracias miles, Marta.
X
DESNUDEZ TOTAL
Ya en desnudez total
extraña ausencia
de procesos y fórmulas y métodos
flor a flor,
ser a ser,
aún con ciencia
y un caer en silencio y sin objeto.
La angustia ha devenido
apenas un sabor,
el dolor ya no cabe,
la tristeza no alcanza.
Una forma durando sin sentido,
un color,
un estar por estar
y una espera insensata.
Ya en desnudez total
sabiduría
definitiva, única y helada.
Luz a luz
ser a ser,
casi en amiba,
forma, sed, duración,
luz rechazada.
(Idea Vilariño)
****
DECIR NO...
Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola.
(Idea Vilariño)
x
x x
X X
Sé que le debo a Marta el felicísimo decubrimiento de la poeta Idea Vilariño (Montevideo, 1920), pero no sé dónde fue, si en una entrada en su antiguo blog o en un comentario que dejó por ahí, en otro blog, porque mi memoria no está ultimamente para muchas verbenas. Pero de lo que estoy seguro es de que Marta es la responsable. Así que gracias miles, Marta.
X
DESNUDEZ TOTAL
Ya en desnudez total
extraña ausencia
de procesos y fórmulas y métodos
flor a flor,
ser a ser,
aún con ciencia
y un caer en silencio y sin objeto.
La angustia ha devenido
apenas un sabor,
el dolor ya no cabe,
la tristeza no alcanza.
Una forma durando sin sentido,
un color,
un estar por estar
y una espera insensata.
Ya en desnudez total
sabiduría
definitiva, única y helada.
Luz a luz
ser a ser,
casi en amiba,
forma, sed, duración,
luz rechazada.
(Idea Vilariño)
****
DECIR NO...
Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola.
(Idea Vilariño)
lunes, 16 de junio de 2008
Partenio en El Imparcial
Por si alguien quiere leer un poema mío en El Imparcial, aquí les dejo la dirección:
http://elimparcial.es/contenido/16742.html
http://elimparcial.es/contenido/16742.html
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Poemas propios
sábado, 14 de junio de 2008
Erina y su rueca
Ser mujer y de Grecia, escribir poesía y vivir en una época muy lejana, parece que son los ingredientes ideales para llamarse Safo. Pero la tradición manuscrita también nos da noticia de otras poetas griegas de la antigüedad además de la gran cantora de Mitilene. Felizmente, y a pesar de la poca obra que ha sobrevivido de todas ellas tomadas en conjunto, sospechamos que ninguna pretendió ser una imitadora de la lesbia.
De este grupo tan heterogéneo de poetas juntados por el simple azar de ser mujeres, ninguna me ha llegado a conmover tanto como Erina de Telos, que vivió allá por el siglo IV a. de C. Dejó unos cuantos epigramas bastante dignos recogidos en la Antología Palatina, pero ya la Suda nos avisaba de su gran obra, un poema tilulado La rueca, que constaba de unos trescientos hexámetros y que su autora lo había compuesto a la edad de quince años. ¿Cuáles fueron las circunstancias que dieron pie a tal poema? Bien, parece que Erina pertenecía (o la habían hecho pertenecer) a una suerte de culto religioso muy estricto, que la tenía confinada, y se entera de que Baucis, la amiga de su niñez (y, probablemente, la única amiga que ha tenido) ha muerto. Entre la realidad tajante de la muerte, el sinsentido de su propia vida y el paraíso perdido de una infancia en la que tal vez seguía varada, nuestra joven poeta se encuentra tan desnortada que sólo sabe refugiarse en esa obsesiva rueca de la memoria, en ese maniático volver siempre al mismo lugar, que es la poesía. De los trescientos hexámetros de que habla la Suda, tan sólo conocemos hoy en día veintiséis, un leve destello de lo que tal vez pudo ser esa arrolladora y simple elegía y ese hermosísimo alegato de la amistad, más allá de todo tiempo y de todo lugar.
Erina recuerda en ese fragmento papiráceo los juegos de la «tortuga» (sin duda una variante griega antigua de la gallina ciega), y que jugaba también a ser la madre de Baucis, con la inocencia de quien nunca ha conocido la maternidad ni ha tenido que criar a sus hijos. Se refiere también a Mormo, que es uno de los mil nombres que ha tenido el hombre del saco, no sin ese placer tan especial que suelen causar los terrores infantiles. Pero Baucis se marcha arrastrada por las mareas de la vida, se casa (o la casan, lo cual es más probable) y se muere. Todo de golpe. Demasiado rápido y demasiado duro para la sensible y deconcertada Erina de Telos. Por lo demás, las fuentes antiguas nos cuentan que Erina no sobrevivió mucho tiempo a Baucis.
Hace unos años, ensayé la siguiente traducción de esos veintiséis hexámetros que han sobrevivido de La rueca en la revista Iris de la Sociedad Española de Estudios Clásicos.
... De los blancos caballos a las olas profundas
te abalanzabas tú con pies enloquecidos,
mas yo entonces gritaba: «¡ya te tengo, mi amiga! »
Y, cuando eras tortuga, corrías dando saltos
a través del recinto del gran patio.
Esto es lo que yo lloro, desventurada Baucis,
con profundo pesar: estos vestigios tuyos
en mi corazón yacen aún ardientes, muchacha.
Cenizas son ahora nuestros gozos de entonces.
De niñas, en los cuartos, junto a nuestras muñecas,
jugando a ser las novias y libres de cuidados.
Y, al despuntar el alba, la madre, que entregaba
la lana a las sirvientas tejedoras,
venía, y te llamaba para salar la carne.
¡Ay, de pequeñas cuánto miedo nos daba Mormo,
la de grandes orejas, que andaba a cuatro patas
y que mudaba de una cara a otra!
Pero cuando marchaste hacia el lecho de un hombre,
mi Baucis, olvidaste cuanto habías oído
de tu madre en la infancia, que Afrodita
el olvido metió en tu corazón.
Y yo que te lamento no asisto a tus exequias:
no tengo pies profanos para dejar la casa,
no conviene a mis ojos contemplar un cadáver
y no puedo llorar con los cabellos libres.
Sin embargo, me araña un rubor de vergüenza...
(Trad. de Juan Manuel Macías)
De este grupo tan heterogéneo de poetas juntados por el simple azar de ser mujeres, ninguna me ha llegado a conmover tanto como Erina de Telos, que vivió allá por el siglo IV a. de C. Dejó unos cuantos epigramas bastante dignos recogidos en la Antología Palatina, pero ya la Suda nos avisaba de su gran obra, un poema tilulado La rueca, que constaba de unos trescientos hexámetros y que su autora lo había compuesto a la edad de quince años. ¿Cuáles fueron las circunstancias que dieron pie a tal poema? Bien, parece que Erina pertenecía (o la habían hecho pertenecer) a una suerte de culto religioso muy estricto, que la tenía confinada, y se entera de que Baucis, la amiga de su niñez (y, probablemente, la única amiga que ha tenido) ha muerto. Entre la realidad tajante de la muerte, el sinsentido de su propia vida y el paraíso perdido de una infancia en la que tal vez seguía varada, nuestra joven poeta se encuentra tan desnortada que sólo sabe refugiarse en esa obsesiva rueca de la memoria, en ese maniático volver siempre al mismo lugar, que es la poesía. De los trescientos hexámetros de que habla la Suda, tan sólo conocemos hoy en día veintiséis, un leve destello de lo que tal vez pudo ser esa arrolladora y simple elegía y ese hermosísimo alegato de la amistad, más allá de todo tiempo y de todo lugar.
Erina recuerda en ese fragmento papiráceo los juegos de la «tortuga» (sin duda una variante griega antigua de la gallina ciega), y que jugaba también a ser la madre de Baucis, con la inocencia de quien nunca ha conocido la maternidad ni ha tenido que criar a sus hijos. Se refiere también a Mormo, que es uno de los mil nombres que ha tenido el hombre del saco, no sin ese placer tan especial que suelen causar los terrores infantiles. Pero Baucis se marcha arrastrada por las mareas de la vida, se casa (o la casan, lo cual es más probable) y se muere. Todo de golpe. Demasiado rápido y demasiado duro para la sensible y deconcertada Erina de Telos. Por lo demás, las fuentes antiguas nos cuentan que Erina no sobrevivió mucho tiempo a Baucis.
Hace unos años, ensayé la siguiente traducción de esos veintiséis hexámetros que han sobrevivido de La rueca en la revista Iris de la Sociedad Española de Estudios Clásicos.
... De los blancos caballos a las olas profundas
te abalanzabas tú con pies enloquecidos,
mas yo entonces gritaba: «¡ya te tengo, mi amiga! »
Y, cuando eras tortuga, corrías dando saltos
a través del recinto del gran patio.
Esto es lo que yo lloro, desventurada Baucis,
con profundo pesar: estos vestigios tuyos
en mi corazón yacen aún ardientes, muchacha.
Cenizas son ahora nuestros gozos de entonces.
De niñas, en los cuartos, junto a nuestras muñecas,
jugando a ser las novias y libres de cuidados.
Y, al despuntar el alba, la madre, que entregaba
la lana a las sirvientas tejedoras,
venía, y te llamaba para salar la carne.
¡Ay, de pequeñas cuánto miedo nos daba Mormo,
la de grandes orejas, que andaba a cuatro patas
y que mudaba de una cara a otra!
Pero cuando marchaste hacia el lecho de un hombre,
mi Baucis, olvidaste cuanto habías oído
de tu madre en la infancia, que Afrodita
el olvido metió en tu corazón.
Y yo que te lamento no asisto a tus exequias:
no tengo pies profanos para dejar la casa,
no conviene a mis ojos contemplar un cadáver
y no puedo llorar con los cabellos libres.
Sin embargo, me araña un rubor de vergüenza...
(Trad. de Juan Manuel Macías)
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domingo, 8 de junio de 2008
El gallo
Mis nuevos vecinos, pareja joven que viene huyendo de la capital para posar sus reales en Cercedilla, se me quejan de que el canto tempranero de un gallo les desvela de amanecida, y les fastidia su providencial media hora de sueño antes de salir a trabajar. A mí la alarmada confidencia me deja perplejo. Llevo más de quince años en Cercedilla y todavía no he sido capaz de escuchar a un gallo. He oído perros ladrando con melancolía o mala uva, he oído a mis gatos querellándose con otros gatos por esa monomanía procreadora que tienen los gatos, he oído a pandillas de adolescentes regresando de sus botellones y gritando a la madrugada sus poco edificantes observaciones. Mis gatos y los adolescentes ebrios son propensos a hacerse el gallito. Pero de los gallos, lo que se dice gallos, nunca tuve noticia. Me aventuro, no obstante, a dar una explicación provisional. Mis nuevos y cándidos vecinos, urbanitas, han llegado con el sueño poblado de mitologías rurales. De momento, su inconsciente las proyecta sobre ellos mismos, momentos antes de volver a la ciudad para cotizar. Pero es probable que tales alucinaciones acústicas se extiendan al resto del vecindario. Yo así lo espero, porque me encanta que la ciudad nos reinvente el campo. Me acostaré esta noche con la esperanza de madrugar con el canto de un gallo. Ya les contaré.
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jueves, 5 de junio de 2008
Life on Mars?
Hace unos días la sonda Fénix de la NASA se ha posado suavemente en algún lugar cercano al polo norte de Marte. Asumo que me arrebata un extraño placer cada vez que una sonda que cuesta varias hipotecas terrestres es capaz de posarse así de suave en Marte. Sin estridencias, sin llamar la atención, con un humilde paracaídas, unas discretas reacciones químicas y un mínimo de retropropulsión, produciendo no más que un pequeño desasosiego de arena roja en torno. La sonda ha empezado a mandar las primeras fotos del lugar, y pueden verlas en http://www.nasa.gov/mission_pages/phoenix/main. Pero no se esperen nada del otro mundo: piedras y más piedras, de todos los tamaños, y muchísimo terreno sin recalificar. El viejo Marte, siempre fiel a sí mismo. Por lo demás, el objetivo de la misión parece ser el de siempre: encontrar el ansiado organismo unicelular, la puñetera bacteria que libere de su antropológica soledad a unos cuantos millones de terrícolas.
¿Habrá vida en Marte? Parte de la solución del enigma la tiene Bowie.
¿Habrá vida en Marte? Parte de la solución del enigma la tiene Bowie.
lunes, 2 de junio de 2008
martes, 13 de mayo de 2008
Kate Bush
Me preguntaba estos días de atrás por qué diablos --imperdonable pecado-- aún no había reivindicado a Kate Bush por aquí. Me temo que los más jóvenes de mis amables lectores no sabrán quién es Kate Bush, pero tal vez les suene más el nombre de Björk, una de sus más aventajadas discípulas, y esto les pondrá en antecedentes para bien o para mal. La genial islandesa no ha perdido ocasión de reconocer la enorme influencia y magisterio de la británica, así que a mí sólo me queda por añadir que Kate Bush es uno de los músicos más originales, creativos, excéntricos e imprescindibles de los últimos tiempos. Con tan sólo diecinueve años la apadrinó David Gilmour y se dio a conocer a finales de los 70 con esa revisión tan hermosa como inquietante de las Cumbres Borrascosas de Emily Brontë. Ahí estaba ella, irrepetible, con todo su histrionismo y sus cualidades mímicas (aplicados a su música, no a su vida), sus desquiciadas coreografías, sus piruetas vocales, sus afanes experimentales.
En 2005, después de más de un decenio de riguroso silencio rodeada de instrumentos y amigos, tras concebir un hijo y componer muchísimo, reaparece de nuevo, con tan sólo cincuenta añitos, esgrimiendo el álbum Aerial, que no deberían perderse bajo ninguna excusa. Una auténtica maravilla desde el principio hasta el final, toda una lección al más puro estilo Bush, con canciones tan determinantes como King of the mountain, de aires reggae, que es el más raro homenaje a Elvis que jamás se ha compuesto, o la deliciosa Sky of Honey. Qué quieren que les diga: yo no es que ame a Kate Bush. Es que, en ocasiones, me hubiera gustado ser Kate Bush, como también me hubiera gustado ser Stevenson o Juan Sebastián Bach. Seguro que hubiera sido más feliz.
lunes, 5 de mayo de 2008
Novedades en DVDediciones.com
--- Cut and Roll, novela de Óscar Gual. Pinchen aquí para leer una delirante entrevista con el autor, con trailer de la novela incluído.
--- Los premios nacionales y los premios de la crítica: una reflexión sobre la bionombrediversidad, un texto de Sergio Gaspar.
--- La poesía póstuma de Rainer Maria Rilke, en traducción de Juan Andrés García Román. Con dos reflexiones acerca de la traducción de poesía: una del propio García Román (Rilke) y otra de un servidor (Safo).
--- Y para los que aún no han visitado la firma invitada de Ana Gorría, juntamente con la pintora Pepa Cobo y el escultor Román Hernández, hagan click aquí.
Vendrán más novedades en breve y seguiremos informando.
www.dvdediciones.com
--- Los premios nacionales y los premios de la crítica: una reflexión sobre la bionombrediversidad, un texto de Sergio Gaspar.
--- La poesía póstuma de Rainer Maria Rilke, en traducción de Juan Andrés García Román. Con dos reflexiones acerca de la traducción de poesía: una del propio García Román (Rilke) y otra de un servidor (Safo).
--- Y para los que aún no han visitado la firma invitada de Ana Gorría, juntamente con la pintora Pepa Cobo y el escultor Román Hernández, hagan click aquí.
Vendrán más novedades en breve y seguiremos informando.
www.dvdediciones.com
jueves, 1 de mayo de 2008
Alguien
Es la noche infinita, como un ánfora,
donde el recuerdo se parece al vértigo;
donde las sombras quieren perfilarse
en cuerpo, en ola, en tempestad, en isla.
Este vago murmullo de silencio
forja de nuevo voces que callaron
para siempre en mi oído. Es la noche
desesperada por la exactitud.
La caverna del cíclope, su aliento
bañando en vino y sangre las palabras
pesadas como piedras sin edad.
El sabor en mis labios del naufragio.
El sabor en mis labios de los besos
de Calipso, en porfía de sus lunas.
El largo cielo de las travesías
que era espejo del mar, y el mismo mar,
inagotable espejo de ese cielo.
Los miembros y las vísceras trillados
por un monstruo de insomnios y leyendas;
los miembros y las vísceras que fueron
antes la voz riendo ante la hoguera
o la mano leal con una lanza.
El incesante coro de sirenas
cuya virtud reside en que, al dejarlo
de oír, vuelve y persiste en su tristeza
y teje de dolor la lejanía.
Los ojos de Nausícaa, que a menudo
se parecían al otoño joven.
Es la noche infinita, y ya no sé
si soy el viajero, el que recuerda,
si mi recuerdo es sueño, si yo mismo
acaso soy el sueño de algún otro;
y no encuentro mi nombre, y tengo miedo
de perderme en la noche para siempre.
Pero de pronto hay un atisbo, un trueno,
la lluvia que amartilla los tejados,
la humilde tierra, ebria de humedad,
tu cuerpo que palpita junto a mí,
tus ojos que no veo y que me miran
desde tu umbría, el remanso en tus labios
que recorren mis dedos, y los surcos
de tu cara, con todas las respuestas,
reconstruyéndome a la luz del tacto.
Esos surcos que dan por fin la forma
a la noche infinita como el mar.
donde el recuerdo se parece al vértigo;
donde las sombras quieren perfilarse
en cuerpo, en ola, en tempestad, en isla.
Este vago murmullo de silencio
forja de nuevo voces que callaron
para siempre en mi oído. Es la noche
desesperada por la exactitud.
La caverna del cíclope, su aliento
bañando en vino y sangre las palabras
pesadas como piedras sin edad.
El sabor en mis labios del naufragio.
El sabor en mis labios de los besos
de Calipso, en porfía de sus lunas.
El largo cielo de las travesías
que era espejo del mar, y el mismo mar,
inagotable espejo de ese cielo.
Los miembros y las vísceras trillados
por un monstruo de insomnios y leyendas;
los miembros y las vísceras que fueron
antes la voz riendo ante la hoguera
o la mano leal con una lanza.
El incesante coro de sirenas
cuya virtud reside en que, al dejarlo
de oír, vuelve y persiste en su tristeza
y teje de dolor la lejanía.
Los ojos de Nausícaa, que a menudo
se parecían al otoño joven.
Es la noche infinita, y ya no sé
si soy el viajero, el que recuerda,
si mi recuerdo es sueño, si yo mismo
acaso soy el sueño de algún otro;
y no encuentro mi nombre, y tengo miedo
de perderme en la noche para siempre.
Pero de pronto hay un atisbo, un trueno,
la lluvia que amartilla los tejados,
la humilde tierra, ebria de humedad,
tu cuerpo que palpita junto a mí,
tus ojos que no veo y que me miran
desde tu umbría, el remanso en tus labios
que recorren mis dedos, y los surcos
de tu cara, con todas las respuestas,
reconstruyéndome a la luz del tacto.
Esos surcos que dan por fin la forma
a la noche infinita como el mar.
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Poemas propios
martes, 29 de abril de 2008
The lady of Shalot (o sea, más Loreena)
Para empezar, un aviso. Lo que comunmente se conoce como "música celta" siempre me ha parecido una estafa lingüística, una aberración histórica y algo que suena tan absurdo como hablar de "música hitita". Por eso, cuando supe de la existencia de Loreena McKennit, decidí odiarla un año entero a intervalos regulares. Y cuando hace ya mucho acudí en estado de semisecuestro a un concierto suyo creo que mi odio hacia ella marchitaba las amapolas a mi paso. Pero, es más, mediado el concierto, mi odio ya no conocía límites humanos, por la sencilla razón de que me lo estaba pasando muy bien. Desde entonces, me vengo comprando sus CDs con cierta mansedumbre, e incluso le perdono el tonillo pedante y los delirios místicos que escribe en sus libretos. Si ella se lo cree y es feliz, pues todos tan contentos.
Confesado por segunda vez mi pecado, aquí les dejo de nuevo a la canadiense, poniéndole una preciosa música a un poema artúrico de Tennyson. A mí me resulta muy agradable que rimen Sir Lancelot, Camelot y Shalot. Es lo que tiene escribir en inglés, porque me aterra pensar qué hubiera pasado con "Lanzarote".
Confesado por segunda vez mi pecado, aquí les dejo de nuevo a la canadiense, poniéndole una preciosa música a un poema artúrico de Tennyson. A mí me resulta muy agradable que rimen Sir Lancelot, Camelot y Shalot. Es lo que tiene escribir en inglés, porque me aterra pensar qué hubiera pasado con "Lanzarote".
lunes, 28 de abril de 2008
RITME EFÍMER (José Vicente Sala)
Muntanyar el teu cos on cap la força
dels mars que tots callem si el dau dibuixa
les dates impossibles de l 'oblit.
La lluna és una mare que s'amaga
i renega amb cadència de bressol.
Quants llavis ploraran d'indiferència
i la terra callant els principis, les normes.
--primavera tindràs per omplir els armaris--
Pura necessitat cremar-nos.
Ingratitut de gel cap al migdia
quan els minuts s'escampen per les serres
i el Ponent és un ai que sap misteris.
Pura necessitat. Carn sempre a punt.
I la pietat del tu que no fa història.
(José Vicente Sala)
Nota editorial: A mí el poema me gusta tanto que creo que se merece un bis ¿no?.
dels mars que tots callem si el dau dibuixa
les dates impossibles de l 'oblit.
La lluna és una mare que s'amaga
i renega amb cadència de bressol.
Quants llavis ploraran d'indiferència
i la terra callant els principis, les normes.
--primavera tindràs per omplir els armaris--
Pura necessitat cremar-nos.
Ingratitut de gel cap al migdia
quan els minuts s'escampen per les serres
i el Ponent és un ai que sap misteris.
Pura necessitat. Carn sempre a punt.
I la pietat del tu que no fa història.
(José Vicente Sala)
Nota editorial: A mí el poema me gusta tanto que creo que se merece un bis ¿no?.
lunes, 7 de abril de 2008
La corista y yo
Todo sucedió en un verano sofocante en El Cairo. Por aquel entonces, yo trabajaba excavando tumbas de faraones, pero por las noches me ganaba un sobresueldo haciendo juegos de malabares en un garito de mala muerte. Allí acudía puntualmente, bien entrada la madrugada, el temido gangster Asimov, con su inseparable cortejo de matones y falleras en tanga, y jugaba al póker mientras hablaba de las singularidades del espacio-tiempo, y desplumaba a los incautos. En un rincón de la barra Openheimer siempre se emborrachaba solo, y lloraba lluvia radiactiva sobre su whisky doble. Y Aristóteles de Estagira tocaba jazz en el piano.
Una de esas noches fue cuando la conocí. Del salón, en el ángulo oscuro, se me revelaron sus incontestables curvas y el brillo violeta de sus ojeras. Se me acercó fumando un cigarrillo turco y echando hábilmente el humo por su boca en forma de órbitas concéntricas. Ella iba de azul, los alemanes iban de gris y yo llevaba un casual traje de lino blanco y un sombrero panamá que, francamente, me quedaban muy bien. Hubo una corta presentación en que nos intercambiamos las tarjetas y un largo interrogar de miradas. Entonces le dije que ése no era sitio para ella, princesa, y que mejor salir fuera a caminar. Y salimos a caminar a los bosques de Viena en otoño.
Caminamos lentamente y hablamos de Ray Bradbury y de Philip K. Dick, al compás de las hojarasca que crepitaba, sinfónica, bajo el punteo distraído de los tacones de sus botines negros. Ya llevábamos caminando varias semanas por los bosques de Viena en otoño, cuando tomé sus manos y le dije que tal vez sería buena idea ir en busca de alguna alcoba para ejercer mutuamente la posesión de nuestros cuerpos. Le dije también que yo, hombre muy leído, conocía un sinfín de posturas amatorias con las que ella nunca había soñado siquiera. Ella me contestó que sí, que las conocía de sobra las tales posturas, pero que no podía ser mía. Y me confesó su gran secreto. Me refirió que ella era, en el fondo, un androide creado por el malvado Giorgie Dann, científico loco que fabricaba autómatas en forma de mujer y las esclavizaba, obligándolas a bailar en bikini en torno a una barbacoa, de acuerdo con un arcano ritual para dominar el mundo. Ella, sin embargo, había logrado romper su programa y se había fugado. Pero tenía que regresar a donde estaba Giorgie Dann, a su torre terrible de purpurina, para que le revelase de una vez el secreto de su existencia o, si no, matarlo y, de paso, salvar al mundo. Yo pensé entonces en lo injusto del mundo, en las singularidades del espacio-tiempo, y creí oportuno sacar mi violín de su estuche e interpretarle el primer movimiento del concierto que estaba escribiendo. Ella bailó tristemente para mí, sobre la hojarasca, bajo la ausente mirada de las estatuas de los reyes godos.
Luego seguimos caminando en silencio, y llegamos al Café Gijón, donde servían ya el desayuno. Yo sabía que había un avión que calentaba sus motores ahí fuera, para arrebatarla de mí. Le pedí que no tomara ese avión. Ella no articuló más palabras, tan sólo mojaba, gravemente, pensativa, la magdalena en el café.
Fuera, los dioses llegaban ya cabalgando desde el oriente, furiosos y vengativos, y traían la aurora del último día en el mundo, enrojecida de sangre, como una bombona de butano.
Cuando aparté la mirada del cristal, reparé en que estaba solo, con mi sombrero panamá.
Una de esas noches fue cuando la conocí. Del salón, en el ángulo oscuro, se me revelaron sus incontestables curvas y el brillo violeta de sus ojeras. Se me acercó fumando un cigarrillo turco y echando hábilmente el humo por su boca en forma de órbitas concéntricas. Ella iba de azul, los alemanes iban de gris y yo llevaba un casual traje de lino blanco y un sombrero panamá que, francamente, me quedaban muy bien. Hubo una corta presentación en que nos intercambiamos las tarjetas y un largo interrogar de miradas. Entonces le dije que ése no era sitio para ella, princesa, y que mejor salir fuera a caminar. Y salimos a caminar a los bosques de Viena en otoño.
Caminamos lentamente y hablamos de Ray Bradbury y de Philip K. Dick, al compás de las hojarasca que crepitaba, sinfónica, bajo el punteo distraído de los tacones de sus botines negros. Ya llevábamos caminando varias semanas por los bosques de Viena en otoño, cuando tomé sus manos y le dije que tal vez sería buena idea ir en busca de alguna alcoba para ejercer mutuamente la posesión de nuestros cuerpos. Le dije también que yo, hombre muy leído, conocía un sinfín de posturas amatorias con las que ella nunca había soñado siquiera. Ella me contestó que sí, que las conocía de sobra las tales posturas, pero que no podía ser mía. Y me confesó su gran secreto. Me refirió que ella era, en el fondo, un androide creado por el malvado Giorgie Dann, científico loco que fabricaba autómatas en forma de mujer y las esclavizaba, obligándolas a bailar en bikini en torno a una barbacoa, de acuerdo con un arcano ritual para dominar el mundo. Ella, sin embargo, había logrado romper su programa y se había fugado. Pero tenía que regresar a donde estaba Giorgie Dann, a su torre terrible de purpurina, para que le revelase de una vez el secreto de su existencia o, si no, matarlo y, de paso, salvar al mundo. Yo pensé entonces en lo injusto del mundo, en las singularidades del espacio-tiempo, y creí oportuno sacar mi violín de su estuche e interpretarle el primer movimiento del concierto que estaba escribiendo. Ella bailó tristemente para mí, sobre la hojarasca, bajo la ausente mirada de las estatuas de los reyes godos.
Luego seguimos caminando en silencio, y llegamos al Café Gijón, donde servían ya el desayuno. Yo sabía que había un avión que calentaba sus motores ahí fuera, para arrebatarla de mí. Le pedí que no tomara ese avión. Ella no articuló más palabras, tan sólo mojaba, gravemente, pensativa, la magdalena en el café.
Fuera, los dioses llegaban ya cabalgando desde el oriente, furiosos y vengativos, y traían la aurora del último día en el mundo, enrojecida de sangre, como una bombona de butano.
Cuando aparté la mirada del cristal, reparé en que estaba solo, con mi sombrero panamá.
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