Para empezar, un aviso. Lo que comunmente se conoce como "música celta" siempre me ha parecido una estafa lingüística, una aberración histórica y algo que suena tan absurdo como hablar de "música hitita". Por eso, cuando supe de la existencia de Loreena McKennit, decidí odiarla un año entero a intervalos regulares. Y cuando hace ya mucho acudí en estado de semisecuestro a un concierto suyo creo que mi odio hacia ella marchitaba las amapolas a mi paso. Pero, es más, mediado el concierto, mi odio ya no conocía límites humanos, por la sencilla razón de que me lo estaba pasando muy bien. Desde entonces, me vengo comprando sus CDs con cierta mansedumbre, e incluso le perdono el tonillo pedante y los delirios místicos que escribe en sus libretos. Si ella se lo cree y es feliz, pues todos tan contentos.
Confesado por segunda vez mi pecado, aquí les dejo de nuevo a la canadiense, poniéndole una preciosa música a un poema artúrico de Tennyson. A mí me resulta muy agradable que rimen Sir Lancelot, Camelot y Shalot. Es lo que tiene escribir en inglés, porque me aterra pensar qué hubiera pasado con "Lanzarote".