viernes, 27 de diciembre de 2019
Resistencia
Internet ha acabado sucumbiendo a la hipertrofia del diseño y ha quedado reducido a una carcasa. Por ejemplo. Una web que pretende ofrecer contenido textual y que no puede abrirse en un sencillo navegador en modo texto, como Lynx, es algo perverso. Sí, Lynx también es «feo» (según ciertos cánones: a mí la terminal me resulta bella y clara), y el formato lo reduce a la mínima expresión: lo que debe ser una web. Y es que aquí lo que necesito y busco es lo práctico. Lo siento mucho por los que se afanan tanto en crear webs cargadas de colesterol, pero siempre que puedo evito abrir un navegador gráfico. Y siempre que puedo uso Emacs o Lynx para acceder a internet. Y trato de no visitar directamente, siempre que puedo, las webs cuyo contenido (de dominio público, se entiende) quiero consultar. Por supuesto, cualquier formato innecesario lo elimino sin contemplaciones.
Pero no sólo es una cuestión pragmática. Hace tiempo que internet es una ciudad tomada. Las redes sociales han creado un internet paralelo y domesticado, un cáncer que se ha ido extendiendo en silencio, entreverando el internet real y resquebrajándolo. Naturalmente, este inmenso mandala o ubre descomunal precisaba de una tecnología acorde. Y los smartphones y otros dispositivos móviles se han convertido en un tipo de computadora especialmente diseñada (no tiene otro objetivo) para narcotizar, dividir, anular y controlar a un nuevo usuario dócil (aún más dócil, si cabe) que sólo consume contenidos. Pero, ojo, decimos consume, no digiere. Ni mucho menos lee, a no ser que se lo sirvan todo en pequeñas cápsulas de banalidad: el alimento del siglo más banal de todos.
Insisto en que no vivimos una época digital, ni existen los llamados «nativos digitales». Quien se crea lo contrario atraviesa un gran proceso alucinatorio. Éstos son tiempos de esclavitud digital, que es una forma más de esclavitud. Y los malos, por si alguien aún no se ha enterado, van ganando. Siempre ha sido así, por otra parte.
De modo que, al menos en estos ámbitos que a algunos pueden resultar triviales, no soy muy optimista para el nuevo año. Como tampoco lo era para este año que termina, ni para el anterior, etc. Eso sí, nada más excitante que vivir en la resistencia. Y, no me digan, siempre es divertido ver estallar entre tanto alguna que otra burbuja.
domingo, 22 de diciembre de 2019
Estribillo
martes, 5 de noviembre de 2019
domingo, 20 de octubre de 2019
Emoticonos
Casi de noche, en el autobús de vuelta a casa. En una parada alguien sube, se sienta dos sitios por delante y veo por los huecos entre los respaldos que saca (cómo no) el móvil y emprende con decisión la escritura de un mensaje. Lo cual, ya sé, no me incumbe. Pero la pantalla es grande y luminiscente como una vitrina, la tarde penumbrosa, más bien tacaño el paisaje que desfallece por la ventanilla y la carne muy débil. Teclea un buen rato sin dar descanso a sus pulgares, con una habilidad y coordinación que siempre me fascina, ya que carezco de ella. Un párrafo extenso, al parecer. Pero la verborrea dactílica sufre un repentino hiato. Despliega una pantalla repleta de emoticonos, emojis y demás títeres, que brillan como baratijas en un mercadillo de estados de ánimo. Duda bastante en cuál gesto escoger o con qué pose revestirse. De hecho, lo cronometro con mi propio móvil: casi treinta segundos, toda una vida para un payaso que estuviese aguardando la reacción de su público. Por fin opta por uno, dispara el mensaje y —oh— se me acaba la distracción. Aunque su duda emoticonil despierta otra en mí. ¿Quería impostar una emoción que en ese momento no sentía? No necesariamente por doblez: quizás andara pensando en otras cosas, muy lejos del contenido del mensaje o de su objeto. ¿O a lo mejor le costaba encontrar en ese nutrido muestrario el matiz perfecto contra la plana dualidad? Algo que en nuestro rostro nativo suele surgir de forma espontanéa. El destinatario del mensaje, imagino, lo percibiría así, ajeno a ese largo proceso de escrutino, incluso de incertidumbre.
viernes, 18 de octubre de 2019
Puritanos
Me dan grima los puritanos de todo tipo: los que sólo permiten decir «pubis» o los que prohiben pronunciar cualquier cosa que no sea «coño».
sábado, 12 de octubre de 2019
5 hilachas para acunar filólogos
El filólogo que publica la edición de las «Obras completas» del poeta x. Lo hace con un espíritu deportivo, gimnástico, casi olímpico. Al final, la foto sonriendo con la medalla, el sombrero tirolés, el aire limpio y la satisfacción de todas las páginas sumadas. El arte es otra cosa. Más enfermo. Más ladino. Más proclive a los tugurios y los bajos fondos. Tiene algo también de ilusionista. Consiste en saber detenerse a tiempo y ocultarse.
ººº
La poesía es música, por eso resuena mal en las cabezas cuadradas.
ººº
Cuando el filólogo coge una calculadora o una tabla de Excel tiene la misma credibilidad que el brujo de la tribu agitando un palo con una calavera.
ººº
A los estudiantes se les pide que cuenten las sílabas de un verso, pero no que escuchen el verso. Tanta aritmética ensordece.
ººº
Siempre se engañará antes a un filólogo que a un niño.
jueves, 3 de octubre de 2019
Emisarios, una lectura de Jesús Rodríguez
sábado, 21 de septiembre de 2019
Pesimismo binario
En los comienzos, se presentaba internet como una nueva edición aumentada del infinito. Con el tiempo descubres que en internet, como en ese bar de tu pueblo, siempre están los mismos.
viernes, 20 de septiembre de 2019
Advertencias (un poema de Kostas Karyotakis)
Cuando los hombres quieren que sufras,
pueden hacerlo de mil formas.
Arroja el arma, tírate al suelo boca abajo
cuando oigas hombres.
Cuando oigas pisadas
de lobos, ¡Dios te guarde!
Échate al suelo, cierra los ojos
y contén la respiración.
Conserva algún lugar secreto,
algún refugio sobre el ancho mundo.
Cuando los hombres quieren el mal
lo dotan de un aspecto grato.
Lo dotan de palabras de oro, que triunfan
con persuasión, con mentira,
cuando los hombres demandan
tu carne y tu sangre.
Si eres dueño de un corazón ingenuo
y no tienes ni un amigo,
en la rama de un árbol pon un anillo de boda
y adórnate el ojal con una de sus hojas.
Oh Romos Filiras, deja las mujerzuelas
y tu pueblo canalla. Cuando te despeñes
por un bronco precipicio,
mantén a salvo cetro y lira.
***
martes, 30 de julio de 2019
De Humanidades digitales y falacias
Cuando leo o escucho hablar de «Humanidades digitales» no puedo más que sentir un tremendo rechazo. Es un término que cobija mucha charlatanería y no poco desoriente, además de tener su punto malsano y perversamente cursi. Igual que cuando alguien apela a las «nuevas tecnologías», a la «informártica amigable» y a embelecos por el estilo. Hay como un cierto provincianismo vanguardista que, lejos de dirigirnos a la novedad de que blasona, nos quiere sorprender con la enésima invención de la rueda o empujarnos de cabeza al fondo del saco del software propietario y privativo, que es una de las muchas vergüenzas exhibidas alegremente hoy por la Universidad y todo género de tinglados culturales, tanto publicos como privados.
Mejor que «Humanidades digitales» preferiría «Humanismo digital». Y aun así, no deja de haber una redundancia. ¿Acaso lo digital no es una parte del Humanismo? Siempre y cuando, entiéndase, lo digital sea ejecutado en libertad, que es un derecho humano a la par que una propiedad inherente a todo software. Cuando el usuario no es dueño de su informática, cuando no ejerce de administrador de los sistemas que opera y en que trabaja, entonces ni esa informática es real, ni su usuario es libre. Lo que hay, al cabo, es servidumbre digital: el regalo de los Morlock a los Eloi. En el otro extremo, la revolución hacker de los ’60 y ’70, la creación del sistema de composición tipográfica TeX o del sistema operativo GNU / Linux no son «Humanidades digitales». Son, simplemente, Humanidades: una parte esencial de nuestra cultura, como en su momento lo fueron la creación del alfabeto o la invención de la imprenta.
jueves, 25 de julio de 2019
Escribir en piedra
Supongo que no sería difícil rastrear la historia, pero a mí me da pereza y, además, me encuentro mucho más a gusto en el pensamiento mitológico. De esa manera, uno puede imaginarse a algún caminante ancestral que una vez hizo ese mismo camino con un bote de pintura y un pincel en la mano, para dejar en una piedra de granito su modesto, aunque contundente, homenaje a la marca de caramelos. E incluso cabe pensar en un extravagante y romántico gesto de publicidad por parte de la propia marca, que anhelaba ser conocida sólo en un camino de Cercedilla. Pero, ¿por qué en Cercedilla, por qué en ese camino y precisamente en esa piedra? Aunque uno tienda a las mitologías, ya conocen esa grata máxima de que las mejores historias son las que no se saben o no se cuentan.
Ahora bien, puede que la sensación de misterio se tambalee un poco, si yo les revelo la existencia de Caramelos Paco, que es una muy venerable, muy famosa y muy antigua tienda de, evidentemente, caramelos. Está en Madrid, por la calle Toledo. Tal vez la magia que pretendía al principio empiece a deshacerse si les digo que la tienda cuenta con una esmeradísima página web. Y, sin embargo, cada vez que me cruzo con esa piedra y esas palabras, me entra siempre el mismo asombro, y veo a los caramelos Paco con una notable pretensión de eternidad megalítica frente a su dudosa y contingente presencia en internet.
Recorro siempre con ese pensamiento encima lo que me queda de camino Puriceli, escoltado por unos pinos tan solemnes como las columnas de un templo. Enderezo hasta el sanatorio de la Fuenfría y retomo la carretera que me devuelve a la civilización. Cualquier lugar con calles y casas es la civilización, cualquier sitio donde los hombres se soporten y se llamen entre sí vecinos. Pero la carretera no me lleva esta vez a Cercedilla sino a Pompeya, sepultada por siglos y lava volcánica. No me sorprendo. Me da igual, Cercedilla o Pompeya. El caso es llegar y descansar de montes y santuarios. Paseo por burdeles y tabernas. Aparto los dioses y los monumentos y el tiempo con manos cuidadosas y acaricio las paredes. Leo las palabras que han escrito mis vecinos, que son una metáfora de mí mismo, con la mano segura que mueve el ocio o el deseo. Están escritas en latín vulgar y las traduce Enrique Montero Cartelle. Las publica Gredos. Hay de todo. Sentencias de alambicada escatología, anuncios de prostitutas, siempre escuetos pero precisos («Éutique, griega. Dos ases. De complacientes maneras»), graciosas imágenes onanistas («Cuando el pensamiento de Venus me abrase con ardor insoportable, daré que hacer a mis manos removiendo las aguas»), poesía generalmente mediocre, o confesiones como ésta, de una temeridad sobrecogedora: «Si puede haber fe entre los hombres, sábete que siempre te amé a ti sola desde el momento en que nos conocimos». Pero la inscripción que más me sorprende es la que les copio a continuación, y pienso en aquel vecino mío que descubrió que la palabra Roma era un palíndromo al mismo tiempo que se descubrió a sí mismo decididamente ultraista. Y nos lo quiso participar, quizás también por altruismo:
R O M A
O....... M
M....... O
A M O R
Mis vecinos sabían, como Homero, que las palabras tienen alas y se las lleva el viento. Y que después de la voz nada mejor que la piedra. La piedra impone sus leyes y es un remanso para el pensamiento, que gira entre todas las palabras posibles. El hombre que escribe sobre una roca de granito o en la pared de una antigua taberna no quiere que sus palabras sean borradas, sabe que no hay vuelta atrás, no se deja seducir por la luz parpadeante del cursor. Y obtiene, así, una paz que se parece mucho al silencio.
Pero hoy estamos en manos de Internet, que es una memoria universal donde nos descargamos de nuestra propia memoria. Es una ameba monstruosa y cambiante donde todo puede ser borrado o enmedado. Los antiguos, es decir, la gente anterior al senderismo y a las tecnologías de la información, sabían muy bien esto. Los griegos y los romanos podrían haber tenido ordenadores e internet si hubieran querido, no lo duden, pero eligieron la solidez de las piedras y los muros para dejar sus palabras, frente a la fragilidad del disco muy mal llamado duro. Nosotros, que ya no andamos por el monte, vivimos presos de la representación binaria, donde las palabras y las frases pueden multiplicarse hasta el cansancio sostenidas por un juego o pantomima de espejos. Pero eso es tan vulnerable. El mundo, como sabía la gente que andaba por el monte, puede terminarse un sinnúmero de veces. Un día se terminó en Pompeya. Mañana nos podemos quedar sin luz, o se pueden venir abajo los servidores como las fichas de un dominó, o alguien querrá hacer explotar las cabezas nucleares que tenía guardadas en su desván, o una civilización extraterrestre creerá oportuno aniquilarnos. Yo qué sé, ya saben que en la sierra del Guadarrama somos muy tremendistas. Pero es un alivio pensar que quedarán escritas las confesiones de madrugada, los palíndromos ultraístas y hasta los caramelos Paco, como monumento indeleble de nuestra propia fugacidad.
domingo, 30 de junio de 2019
Libros electrónicos y DRM
Imaginemos este caso. Usted ha venido comprando a lo largo de algún tiempo unos cuantos libros en una librería. Llega un día y la librería cierra. Penosa noticia, pero así es la vida. Cualquier tarde, sin embargo, le apetecerá leer o releer uno de esos títulos. Acude a su biblioteca y descubre que el volumen ha desaparecido. Y no sólo ése, sino también el resto de las adquisiciones que hizo en la ya clausurada librería. Pues eso exactamente es lo que ocurrirá cuando Microsoft decida cerrar en poco tiempo (como parece que así será) su tienda en línea de libros electrónicos. Aquellos títulos que se hayan comprado allí y que lleven incorporado un sistema DRM, no podrán volver a leerse por quienes los compraron ni por nadie. El DRM, para que nos entendamos, no es sino un sistema de protección anti-copia, que incluye una licencia de uso donde el comprador, además, debe registrarse con sus datos personales.
Por supuesto, el DRM se puede desactivar y romper fácilmente (hay programas y scripts que lo hacen sin muchos quebraderos de cabeza), pero no es éste el problema de fondo ni tampoco la solución. La cosa viene de raíz. Si lo que entendemos por «libro electrónico» aspira a convertirse en un libro, desde luego que prácticas como imponer este tipo de cárceles y grilletes al comprador que de buena fe (y con su dinero) adquiere el producto no sitúan al formato en el buen camino, precisamente. Un libro es un objeto bien distinto. Diría que hasta un arquetipo o una idea tan simple como la rueda. Podemos leerlo, memorizarlo, anotarlo, contaminarlo de nuestras sucesivas lecturas (vive con nosotros, envejece igualmente con nosotros); podemos copiarlo, prestarlo, regalarlo. Un libro electrónico viene a ser como una página web metida en un contenedor. No debe confundirse con el formato PDF, que nada tiene que ver con esto y que juega en otra liga: el PDF sería, más bien, papel virtualizado, otra historia. Pero el libro electrónico propiamente dicho, incluso los formatos abiertos como EPUB, son parientes pobres del formato con que se crean las páginas de internet. Tienen todas las limitaciones de éstas, pero casi ninguna de sus ventajas, como la cualidad de «texto reciclable» o «reutilizable», que creo es lo esencial de un sitio de internet. No digo que sea un formato inútil. Pero cuando cae en mis manos uno de estos «libros», lo primero que hago es convertirlo a formatos mucho más manuables.
La pelota, en cualquier caso, está en el tejado de los editores. Primero (probablemente por desconocimiento o por estar pésimamente asesorados), aquellos editores que apuestan por el libro electrónico como una vía secundaria, acaban publicando los ebook en formatos cerrados, como el Kindle de Amazon. Y segundo, terminan por aplicarles a sus títulos un sistema de protección DRM, lo cual es algo inaceptable ética y moralmente. El libro real supone un estatus distinto. Lo que Borges llamaba en un verso «el arduo honor de la tipografía». Vender libros electrónicos equivale a vender únicamente el contenido con un formato limitadísimo (con que todo tipo de texto sufre, pero la poesía siempre saldrá especialmente maltratada) y, para colmo, atentando contra la libertad del comprador. La libertad de regalar ese libro, por ejemplo, algo que es imposible con un DRM activo. Y esto nos lleva de cabeza a la pulpa del problema. Los editores, aunque leyes y normativas (sobre las que hay mucho que hablar) puedan decir lo contrario, no son dueños del contenido que editan. Son dueños (y el tiempo que los derechos estén vigentes) de la edición, que es una cosa muy distinta. Como autor, no tengo ningún problema (más bien, agradecimiento) por que se copien y publiquen textos y poemas míos en internet. Siempre y cuando, claro, se haga sin fines económicos. Sí lo tendría (y más la editorial), por contra, si alguien accediera a las galeradas de alguno de mis libros o el PDF de la maqueta que se envía a imprenta y lo publicase tal cual en la red.
Así que aquí va mi recomendación. El software se puede piratear, pero es mejor usar software libre con una licencia que respete la libertad del usuario (que no equivale a software gratuito, ojo) que piratear software con licencias propietarias y privativas. Al césar lo que es del césar. De igual forma, el DRM se puede romper. Pero lo mejor es no comprar libros electrónicos con DRM ni aunque fueran míos ;-), y sí comprar aquellos que respetan la libertad de los lectores.
martes, 25 de junio de 2019
Antes
Reseña de Elegías y sátiras, por Álvaro Valverde
sábado, 15 de junio de 2019
2 hilachas
Se ha pasado del ancestral miedo a la nada (la inmensa noche, el gran vacío) a otro abismo más horrible, a un desasosiego más espantoso y desgarrador: el miedo a no estar en Facebook.
NO-LUGARES
Una de las cosas bellas y elegantes que tiene el final de Casablanca es que sucede en un mundo donde las despedidas lo eran de verdad. Y además siempre quedará París. Pero si en lugar de eso les hubiese quedado Facebook, probablemente Ilsa Lund y Rick Blaine habrían cedido a la triste inercia, resignados a soportarse en interminables álbumes de fotos y condenados de por vida a felicitarse por los cumpleaños.
viernes, 14 de junio de 2019
Intermitencia
Recuerdo haber escuchado alguna vez al gran Martínez Mesanza definir a la poesía (su relación con la poesía, mejor dicho) como una «pasión intermitente». Y no puedo estar más de acuerdo. En todo caso, ¿hay alguna pasión que no sea intermitente o pasajera? La única pasión sostenida y terca es el big bang. El resto de pasiones, como los terremotos, las tormentas y las furias necesitan su vértice de extasis pero también su momento de amainar y su atardecida. Y es que las pasiones no son sino embajadores en una tierra que les es extraña, e incluso tremendamente hostil: el tiempo. Hay momentos del día, acaso días enteros, en que estoy dispuesto a morir por la causa de la poesía. Otros tantos, ella me importa el más insignificante de los cominos, pues queda relegada o directamente reemplazada por otras pasiones, a las cuales me entrego con el mismo fervor. Creo que esto no sólo es bueno para mi salud mental, habida cuenta de que me tengo por un especimen movido por arrebatos, sino también para la propia poesía. A la postre no es más que la naturaleza y sus ritmos, que comprendía tan bien Arquíloco de Paros, maestro de contrastes y latidos. Con ello quiero decir que me cuesta mucho creerme y tomar en serio a los poetas de 24 horas / 7 días a la semana, y a los portadores de lira a tiempo completo. La poesía sólo debería ser importante cuando sucede, y cada vez que regresa (sin avisar de su llegada, por supuesto) es una fiesta. El resto del tiempo, aunque la mencionemos in absentia, no tiene sentido.
jueves, 13 de junio de 2019
De poetisas
Comentaba el otro día con alguien sobre el rechazo que me causa la palabra «poetisa». Y es curioso, porque el cultismo parece inofensivo y hasta suena como a algo prestigioso y nada vergonzante. Pero ahí está el problema, en que sólo lo parece. Con esta palabra hay algo raro, como un extraño tufillo que no acabamos de identificar y que nos incomoda. Es como esas situaciones de la vida en que todo tiene visos de ser idílico: el entorno, la compañía, etc, y sin embargo no dejamos de mirar de reojo el reloj para poner pies en polvorosa. Por fortuna, la palabreja ya está prácticamente en desuso en el habla común y corriente, y tan sólo queda relegada a a algunas voces engoladas (no me extrañaría nada que Pérez Reverte la emplease alguna vez volviendo de alguna cruzada o de tomarse unos chatos en el bar de la esquina) o a ciertas trincheras del academicismo rancio. Pero por qué, por qué me crispa tanto «poetisa» si es una palabra tan elevada. Precisamente, porque su pecado discurre por las alturas. Sus cuatro sílabas cierran ese campo de concentración de lo puro, lo inmaculado y lo etéreo donde el hombre tan a menudo ha querido ver encerrada a la mujer. A Safo, sin ir más lejos, aún se la sigue nombrando como «la gran poetisa griega». La gran poetisa a la que siempre tenemos el deber de normalizar. Empresa harto difícil, pues siempre aparece una vía de agua cuando creíamos que ya todo estaba bajo control. Por ejemplo, a mediados del siglo pasado, cuando en un desvencijado papiro de Oxirrinco que contenía un fragmento sáfico casi ininteligible se pudo leer de pronto la palabra griega ólisbos. Legiones de filólogos con corbata o pajarita se echaron las manos a la cabeza. Cómo podría escribir eso la «regente de un pensionado para señoritas de buena familia», como así dictaminó de Safo (y probablemente entre ocultas palpitaciones) el imponente Ulrich von Wilamowitz. Incluso don Manuel Fernández Galiano, helenista por el que siento el mayor de los respetos, y que tanto fustigaba estas conductas bochornosas de los adalides de la «cuestión sáfica», no ocultaba su decepción ante la posibilidad (más bien ya evidencia) de que la cantora de las flores y del amor usara una palabra como esa. Y no sólo ya la palabra, sino, en soledad o en compañía, lo que la palabra designaba y que en castellano actual podríamos traducir por consolador. Don Manuel concluía en que, al fin y al cabo, es un fragmento ininteligible, y se nos escapa el contexto en que la palabra fue empleada. Pero —¡ay!— volvemos a caer en la trampa: ese inagotable afán de contextualizar siempre, siempre a Safo y a su poesía. Y hablando de artificios para consolar, tal vez esto sea el consuelo que muchos siempre buscan: una Safo que puedan comprender y encerrar (aunque luego estén los Willamowitz espiando por el ojo de la cerradura).
Vasilévo
Como todo organismo vivo, la lengua griega es tiempo y movimiento, un fluir incesante del que la gramática y la lingüística sólo pueden acertar a contentarnos con el artificio de una cadena de fotogramas, huérfanos todos de su antes y de su después. En esta mudanza fiel a sí misma, siempre me llamó la atención la curiosa evolución semántica del verbo βασιλεύω, que en origen significaba «reinar» para acabar también refiriéndose al sol cuando se pone en el horizonte. Confieso que me sorprendió que se aplicase al ocaso y no a la salida del sol, lo cual tendría más sentido, pero resultaría a la vez más predecible, más triunfalista, más banal y —por supuesto— menos griego. Cuánto más grato, en el fondo, ver la puesta del sol como la totalidad de un reinado que culmina, y al sol mismo como uno de esos reyes que ensombrecen y marchan a la leyenda y al cuento de viejas: acaso porque ya tenían medio cuerpo allí. Y es que βασιλεύω es un verbo con color de oro antiguo, anaranjada y regia ranciedumbre para dar paso a la humana, liberadora, comunal república de la noche.
jueves, 6 de junio de 2019
Mi vida en texto plano
El lenguaje de programación Lisp en que está escrito el editor de texto Gnu Emacs pertenece a la familia de los llamados «homoicónicos», donde los datos se manipulan como código y el código como datos: ambas cosas se alimentan mutuamente, y esta característica les confiere un increíble dinamismo y versatilidad. Para Emacs todo es texto, desde el código hasta la poesía, pasando por la estructura de un árbol de archivos. Las fronteras son siempre (y felizmente) muy nebulosas, y por eso siempre podemos estar cambiando o construyendo cosas nuevas al vuelo. Hasta el modo Org de Emacs es una consecuencia de esto. Se habla mucho por aquí del Org Mode, y es que es el medio con que escribo y organizo (dentro de lo razonable) lo que escribo; pero no sólo lo que escribo: también mis trabajos en tipografía, mis trasteos de código de andar por casa y hasta la lista de la compra. Org fue creado en origen por el astrofísico (y hacker emacsiano) Carsten Dominik, y está mantenido en la actualidad por una muy activa comunidad de desarrolladores. Ésta es su página web, por si a alguien le apetece echar un ojo: https://www.orgmode.org/ Me gusta mucho su lema: «tu vida en texto plano». Muy cierto. Esa preocupación por el formato (más que por la estructura de lo que se escribe) a que tanto han contribuido los procesadores de texto representa la forma más antinatural e incómoda de escribir.
Por supuesto, en Org está también mi traducción de la Odisea, que espero terminar ya por fin este verano. Así se ve el archivo Org que la contiene: simple texto plano. Hay poesía y hay código. Y también notas, apuntes, alguna ocurrencia y un par de poemas «propios» que me surgieron por el camino. Naturalmente, estas cosas no quitan ni añaden mérito, pero es una forma de trabajar a la que estoy acostumbrado desde hace tiempo. Aunque siempre sospecho que si Homero y Safo (por citar a dos iconos de la poesía previa a toda literatura) hubiesen podido escoger, probablemente habrían tirado por Emacs y Org. No me los imagino usando un word, la verdad. Pero (ay) tampoco me los imagino en una vida de texto plano, sino de música.
miércoles, 5 de junio de 2019
Con o sin
martes, 28 de mayo de 2019
Mi padre, de Eduardo Moga
Si un poema no es capaz de sacarnos de nuestras casillas cotidianas, siquiera por unos instantes, y devolvernos a la materia humana, a la ciencia de la vida y la muerte, que son la misma cosa, entonces ese poema será en justicia olvidable. Su propia cualidad de inocuo, como un tratamiento homeopático cualquiera, lo habrá condenado a la nada. No es éste el ámbito donde se mueve la poesía de Eduardo Moga, para fortuna de sus lectores. Y una buena prueba de ello la tenemos en su última y excelente entrega poética, Mi padre (Trea 2019). Breves prosas que se van sucediendo como fogonazos o teselas dispersas, azarosas en el espacio y el tiempo, y que van componiendo un retrato, o la impronta de un retrato. En la siempre, ay, tercera persona, que es el idioma del mito y la memoria. Cómo no recordar ese verso escalofriante de Jorge Guillén hacia su amigo Salinas: «Pedro Salinas, él, ya nunca “tú”».
Mi padre era un muerto de alquiler. Cuando venció el plazo del arrendamiento del nicho, unos operarios sacaron el ataúd del agujero y traspasaron los huesos, enredados en jirones de sudario, a un féretro más pequeño. Luego lo llevamos en el portaequipajes del coche a Chalamera, con varias maletas, algunos juguetes viejos y una nevera portátil. Allí lo metimos en la tumba de la familia.
(Eduardo Moga, Mi padre, Ediciones Trea 2019)
miércoles, 22 de mayo de 2019
Reseña de Emisarios en el blog de Arturo Tendero
Aquí el enlace.
jueves, 16 de mayo de 2019
Tres matices al libro
I
CONTROL + C
. Antes había copistas y manuscritos, y mil versiones y variantes de
un texto dado para que los filólogos se ganen el jornal.
II
III
martes, 7 de mayo de 2019
Creatividad
miércoles, 1 de mayo de 2019
Enseñanza (un poema de Emisarios)
viernes, 26 de abril de 2019
Llega el número 10 de Cuaderno Ático
Ya está por fin en el aire el número 10 de Cuaderno Ático. En esta nueva entrega contamos con poemas y textos inéditos de Lorenzo Oliván, Álvaro Valverde, Sara Caviedes, Juan Andrés García Román, Ben Clark, Martín López-Vega, Esther Muntañola, Ballerina Vargas Tinajero, Lawrence Schimel, Efi Cubero, Agustín María García López, Rosario Bolaño Wilson y Yoandy Cabrera.
Traducciones de ocho poemas de Thodorís Saringuiolis, a cargo de Manuel González Rincón y dos poemas de Gabriele D’Annunzio, cuya versión firma Ángel Sobreviela.
En la parte gráfica, ilustraciones interiores de Esther Muntañola (que nos vuelve a regalar por otro número más la imagen de portada) y de Katherine C. Shaw.
La versión en PDF se puede descargar en este enlace.
Y, como siempre, en breves días estará disponible también la versión impresa, en los puntos de venta habituales.
Feliz primavera a todos nuestros lectores.