martes, 25 de junio de 2019

Antes

Qué atardeceres como labios abrasados desfallecían por los cortinajes. Era el tedio en su trono panorámico. Y mil ejércitos que volvían vencidos del silencio. No sé, no puedo saber qué género de sombras bebía de la voz, ni qué abismos en ansias labraban poco a poco el perfil de la música. No sé si yo dormía, si dormía para siempre perdido, leve brizna de nada, exiliado. Eran los largos, los pesarosos, torpes, largos años que pasaban crepitando con su fardo de días y de noches. La soledad soledad que llovía en anónimos hombros, en el invierno, en el limo de los patios, en la piel indefinida de los lunes. Un país yerto, frío, igual que una pantalla inanimada. Pero ni siquiera estas cosas era capaz de verlas. Porque la oscuridad era un terco escarbar hacia uno mismo, un ovillo desencantado o una prosodia sin ángel. Antes, ni los sueños ni los campanarios se sabían de memoria la nítida vigilia de unos ojos. Porque la oscuridad oscuridad era la más desolada de las gestas. Y el mundo envenjecía de puro joven.

(Inédito)