martes, 28 de mayo de 2019

Mi padre, de Eduardo Moga

Decía Horacio en su Epístola a los Pisones o De arte poetica que el deber de un buen poema no es tanto ser bello cuanto alcanzar esa meta tan difícil que es emocionar (mover el ánimo) a quien lo lee. Una gran verdad, sin duda, inalterable desde El cantar de Gilgamesh a estos tiempos de ahora donde parece que estamos de vuelta de todos los siglos y todos los ismos. Muchos pensaron en el banquete homérico, entre el vino y el tañido de la cítara, que la poesía consistía en un simple deleite. Unos pocos —siempre son unos pocos— advirtieron que eran ellos, no la cítara del aedo, los que estaban siendo tañidos.

Si un poema no es capaz de sacarnos de nuestras casillas cotidianas, siquiera por unos instantes, y devolvernos a la materia humana, a la ciencia de la vida y la muerte, que son la misma cosa, entonces ese poema será en justicia olvidable. Su propia cualidad de inocuo, como un tratamiento homeopático cualquiera, lo habrá condenado a la nada. No es éste el ámbito donde se mueve la poesía de Eduardo Moga, para fortuna de sus lectores. Y una buena prueba de ello la tenemos en su última y excelente entrega poética, Mi padre (Trea 2019). Breves prosas que se van sucediendo como fogonazos o teselas dispersas, azarosas en el espacio y el tiempo, y que van componiendo un retrato, o la impronta de un retrato. En la siempre, ay, tercera persona, que es el idioma del mito y la memoria. Cómo no recordar ese verso escalofriante de Jorge Guillén hacia su amigo Salinas: «Pedro Salinas, él, ya nunca “tú”».
Mi padre era un muerto de alquiler. Cuando venció el plazo del arrendamiento del nicho, unos operarios sacaron el ataúd del agujero y traspasaron los huesos, enredados en jirones de sudario, a un féretro más pequeño. Luego lo llevamos en el portaequipajes del coche a Chalamera, con varias maletas, algunos juguetes viejos y una nevera portátil. Allí lo metimos en la tumba de la familia.
(Eduardo Moga, Mi padre, Ediciones Trea 2019)

miércoles, 22 de mayo de 2019

Reseña de Emisarios en el blog de Arturo Tendero

Muy agradecido al poeta Arturo Tendero por la generosa reseña que le dedica a mi último poemario Emisarios (Pre-Textos).

Aquí el enlace.

jueves, 16 de mayo de 2019

Tres matices al libro

I

El libro es un producto tecnológico. Que no nos engañe lo museístico —incluso lo pintoresco— de toda la iconografía del momento: con la invención de la imprenta el ser humano consiguió algo asombroso y que ahora ejecutamos con una cotidianeidad igual de asombrosa. Fue capaz de clonar el contenido que llamaremos, por comodidad, «datos» por un número de veces que tiende a infinito. O al menos mientras dure la tinta, aguante la maquinaria y le quede dinero al editor. Pero platónicamente es una idea intachable: en un mundo con infinitos recursos de tinta, una maquinaria infinitamente engrasada, energía infinita para moverla y un editor infinitamente rico (e inmortal), nos sale una tirada infinita del mismo libro, del mismo texto. No se inventó la imprenta, en el fondo, sino la primera aproximación (analógica) del CONTROL + C. Antes había copistas y manuscritos, y mil versiones y variantes de un texto dado para que los filólogos se ganen el jornal.

II

Ahora bien, ¿con esto hemos ido a mejor o a peor? No soy tan optimista ni tan pesimista. Más bien hemos ido a distinto para que todo siga más o menos igual. Hoy aceptamos de grado esa superstición en virtud de la cual un texto se cree inamovible y definitivo cuando está en las páginas de un libro. Pero un libro sin lectores no es nada: simple papel y polvo y podredumbre y abandono. El libro aspira a ser el mismo dígito repetido sin descanso: una constante. Pero para que un libro exista necesita las manos que lo acojan y los ojos que lo lean. Cambiará de lector en lector y se irá contaminando poco a podo de ellos. Incluso mudará en nuestra propia historia personal como lectores, pues no somos los lectores que fuimos ayer ni los que seremos mañana. Tanto él para nosotros como nosotros para él, agua que fluye y pasa. Lo que seguirá estando ahí, como ya estaba en tiempos de Homero o de Safo, es el mismo laberinto de voces y de ecos.

III

Y además de todo eso, estás las erratas.

martes, 7 de mayo de 2019

Creatividad

A veces me da por pensar si no se habrá ido demasiado lejos con ese lema pedagógicamente malsano y peligrosamente trivial de «fomentar la creatividad», que igual es la versión culta de fomentar la masturbación; con la diferencia de que lo que te deja ciego no es lo segundo sino lo primero. Hablar y no escuchar. Escribir a toda costa y no leer al otro. Negarlo, anularlo. Una sociedad formada íntegramente por novelistas y poetas, por concertistas de violín, por escultores o directores de cine sería una sociedad enferma, aberrante, de intrínseca psicopatía.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Enseñanza (un poema de Emisarios)

ENSEÑANZA

Gloria a los que miraron al fondo de las cosas,
más allá del cansancio, o la tristeza
con que los ocasos se pliegan a sus frentes últimas.
El trocito de pan que insiste en la directriz de su instante
y el delicado arco que reinventa
la estrella de las noches aparcadas.

Hay un fragor de fondo, apenas una respiración de casas vecinales:
desconsuelo y llanto. Desconsuelo
y también pesadumbre
con que las viejas ciudades regresan a su matemática.
Pero también una página que nos hirió con un oro pasajero
y las nubes, que saben correr sobre los charcos más pobres
con la fe libertaria de mil muchachas descalzas.

Y hay en tu sonrisa en el final del día
una delicada impronta que aún el tiempo no acierta a deshacer.
Y una rara enseñanza: lo que expande
el universo
es la más elemental compasión.

(Juan Manuel Macías,