Casi de noche, en el autobús de vuelta a casa. En una parada alguien sube, se sienta dos sitios por delante y veo por los huecos entre los respaldos que saca (cómo no) el móvil y emprende con decisión la escritura de un mensaje. Lo cual, ya sé, no me incumbe. Pero la pantalla es grande y luminiscente como una vitrina, la tarde penumbrosa, más bien tacaño el paisaje que desfallece por la ventanilla y la carne muy débil. Teclea un buen rato sin dar descanso a sus pulgares, con una habilidad y coordinación que siempre me fascina, ya que carezco de ella. Un párrafo extenso, al parecer. Pero la verborrea dactílica sufre un repentino hiato. Despliega una pantalla repleta de emoticonos, emojis y demás títeres, que brillan como baratijas en un mercadillo de estados de ánimo. Duda bastante en cuál gesto escoger o con qué pose revestirse. De hecho, lo cronometro con mi propio móvil: casi treinta segundos, toda una vida para un payaso que estuviese aguardando la reacción de su público. Por fin opta por uno, dispara el mensaje y —oh— se me acaba la distracción. Aunque su duda emoticonil despierta otra en mí. ¿Quería impostar una emoción que en ese momento no sentía? No necesariamente por doblez: quizás andara pensando en otras cosas, muy lejos del contenido del mensaje o de su objeto. ¿O a lo mejor le costaba encontrar en ese nutrido muestrario el matiz perfecto contra la plana dualidad? Algo que en nuestro rostro nativo suele surgir de forma espontanéa. El destinatario del mensaje, imagino, lo percibiría así, ajeno a ese largo proceso de escrutino, incluso de incertidumbre.
domingo, 20 de octubre de 2019
viernes, 18 de octubre de 2019
Puritanos
Me dan grima los puritanos de todo tipo: los que sólo permiten decir «pubis» o los que prohiben pronunciar cualquier cosa que no sea «coño».
sábado, 12 de octubre de 2019
5 hilachas para acunar filólogos
El filólogo que publica la edición de las «Obras completas» del poeta x. Lo hace con un espíritu deportivo, gimnástico, casi olímpico. Al final, la foto sonriendo con la medalla, el sombrero tirolés, el aire limpio y la satisfacción de todas las páginas sumadas. El arte es otra cosa. Más enfermo. Más ladino. Más proclive a los tugurios y los bajos fondos. Tiene algo también de ilusionista. Consiste en saber detenerse a tiempo y ocultarse.
ººº
La poesía es música, por eso resuena mal en las cabezas cuadradas.
ººº
Cuando el filólogo coge una calculadora o una tabla de Excel tiene la misma credibilidad que el brujo de la tribu agitando un palo con una calavera.
ººº
A los estudiantes se les pide que cuenten las sílabas de un verso, pero no que escuchen el verso. Tanta aritmética ensordece.
ººº
Siempre se engañará antes a un filólogo que a un niño.