domingo, 27 de septiembre de 2015

Las muchachas de otoño

Las muchachas de otoño enhebran amarillos
con la mano segura que inculca la gaviota,
mientras el río marcha con nada en los bolsillos
más que el estaño pobre de una luna remota.

El río, arrebatada mudanza en recipiente
de implacable cristal o de delirio helado,
enseña a las muchachas de otoño un casto oriente
y sus cabellos largos los tiñe de pasado.

Oh, sus cabellos caen por la tarde morena
sobre el hombro leal de los violoncellos
para obrar la romanza que preludia la arena
y el rondó de aguamar que amarga los pañuelos.

Las muchachas de otoño llevan gafas de olvido
y en sus ojos el viento sedicioso bracea.
Sus besos son el musgo, golondrinas sin nido
sus caricias, y el rizo de una agónica tea.

Sus zapatos oscuros son el alma del roble
que pasa por el mundo y enaltece las calles.
Sus tobillos postulan la esperanza más noble
y caben tantas láminas en sus brumosos talles.

Las muchachas de otoño son las ventanas netas
que eternizan la lluvia en sueño y amaranto,
y en sus pechos las horas ceñidas con violetas
pisan las turbias uvas sobre el lagar del canto.

(De Cantigas y cárceles, Sevilla, Isla de Siltolá 2011)

sábado, 19 de septiembre de 2015

Otoño

La ropa de otoño nunca se sabe cuándo tocará sacarla del armario, hasta que uno encuentra que ya la lleva puesta.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Columpio

Como en el poema de Arquíloco de Paros, hay un péndulo que oscila sin parar entre la alegría extrema y la pena más desconsolada, tan fugaces ambas, tan esquemáticas y tan ficticias. Ahora estoy aquí, ahora estoy allí. Hay un péndulo que se parece también a un columpio en una tarde aburrida de verano en la niñez. Sus viejos metales siguen sonando, rítmicos, como una vieja ley humana. A ese pulso podemos llamarlo melancolía.


De Sucede en la voz de otros, Isla de Siltolá 2015

domingo, 6 de septiembre de 2015

Un soneto de Blas de Otero

La siempre denostada rima (imagino que por el abuso del ripio), nos devuelve como niños a la calidad acústica del idioma y de la poesía. Su peso, su densidad, su somatismo. Como las ramas que crujen con el aire, el mar que rompe o la lluvia en el tejado. Este soneto del gran Blas de Otero es un bálsamo. Con su insultante rima, el campanario de sus aliteraciones, su profunda alma percutida, nos cura de tanto endecasílabo sordo (que no blanco). Hay poemas que sólo pueden ser un soneto. Nunca estar en un soneto, como si se tratara del barco metido en la botella con más o menos pericia. Los poemas sólo pueden ser como son, y en esos límites asumidos, su latido de Tántalo entre dos orillas de silencio, encontraremos siempre la libertad.

***

...Tántalo en fugitiva fuente de oro
Quevedo

Cuerpo de la mujer, río de oro
donde, hundidos los brazos, recibimos
un relámpago azul, unos racimos
de luz rasgada en un frondor de oro.

Cuerpo de la mujer o mar de oro
donde, amando las manos, no sabemos,
si los senos son olas, si son remos
los brazos, si son alas solas de oro...

Cuerpo de la mujer, fuente de llanto
donde, después de tanta luz, de tanto
tacto sutil, de Tántalo es la pena.

Suena la soledad de Dios. Sentimos
la soledad de dos. Y una cadena
que no suena, ancla en Dios almas y limos.

(Blas de Otero)

sábado, 5 de septiembre de 2015

Traducciones y traductores

La poesía de una época, un idioma, una generación que no incluya a las traducciones y a los traductores como una parte esencial quedará siempre incompleta. Aunque lo ponga en los anaqueles de las librerías y en los catálogos de las bibliotecas, las traducciones no son "literatura extranjera".

jueves, 3 de septiembre de 2015

Un poema de José Luis Gómez Toré

BAJO LOS ÁRBOLES


Como quien se ejercita
en otro modo de filtrar la luz,
caminamos así debajo de los árboles.

Renueva este pacto tan frágil,
di comenzar o álamo,
ejerce la piedad que se oculta en los nombres.

Es esta la frontera del verdor,
el tímido oleaje que despierta
cuando solo podemos soportar
un fragmento de cielo.

Saber que el horizonte es celosía.
Tan derramada luz.

Es difícil vivir a esta altura precisa
tan cerca de la tierra.


(José Luis Gómez Toré, Un corte que no sangra, Trea 2015)

martes, 1 de septiembre de 2015

Vuelta

Este texto se incluyó en Sucede en la voz de otros (Isla de Siltolá, 2015)

***

Es muy probable que ese personaje (o ese símbolo) que hoy llamamos Homero no creyera en los dioses. Pero encuentro llanamente imposible que fuera incapaz de admitir lo maravilloso que aguarda detrás de cada cosa. Una magia incesante e inagotable. Hay un don en la mirada para establecer una serie de convicciones: que el mar es vinoso, las naves negras; que la aurora tiene los dedos de rosa, que Aquiles los pies ligeros y que la noche sólo acontece en el mundo para ocultar todos los caminos, invitar al reposo y poblar las frentes de los hombres de una extraña esperanza llamada mañana.

Maravilla, magia... ¿Magia? Hemos pasado ya el Rubicón de las modernidades y las posmodernidades, y volvemos la mirada hacia esas viejas palabras con desconfianza. El tiempo parece la broma inoportuna de un payaso resentido; la historia siempre la escriben los mediocres y la vida se reduce a un estudiado cálculo de probabilidades, tan predecible como la canción del verano. Nos aguardan las últimas madrigueras del cinismo, y queda una mueca en la cara que no tiene en absoluto nada que ver con una pura, por efímera, carcajada.

¿Pudiera hablarse de cobardía? Incluso la cobardía es más humana. Sabemos entender al gran Héctor de Troya cuando puso pies en polvorosa ante Aquiles, en el momento más inoportuno. Intuiremos que después de un idealista no hay nada mejor que un materialista. Porque la verdadera podredumbre habita en la tibieza. Ese no estar ni en la noche ni en el día, permanecer siempre en la luz enferma que finge claridad y no alumbra, y que no sabe amanecer ni recomponer el mundo, o recomponernos. Homero sería incapaz de perpetrar tales desórdenes. No. Frente a la modorra o duermevela confortable de la tibieza, propongo la vigilia y el vértigo del asombro.

Reclamo el asombro por todo y ante todo, también ante la ira y el dolor. Ya saben ustedes que Borges prefería el asombro a la sorpresa. La sorpresa es tan fácil. A lo más requiere un poco de oficio. Rutinas de artesano. Sí, es demasiado cómodo sabotear los frenos del coche de nuestro vecino. Pero qué gran idea sería regalarle a nuestro vecino un columpio, o columpiarnos con él. Porque el asombro siempre busca compartirse. Porque el asombro siempre se sustenta en la fe. Y ambos, en última instancia, son fruto del amor. Homero tocaba las palabras con la misma fe con que se toca un cuerpo. Y, gracias a ello, Penélope siempre conserva la fe en el regreso de Ulises, con su agradable sabor de época. Penélope nunca quiso ser absolutamente moderna, y así pudo tocar el cuerpo de Ulises. Hasta el mismo Ulises se asombró de acertar a tensar su propio arco y descubrir que seguía siendo, en el fondo, Ulises, y no un sueño extraviado.

Nosotos teníamos fe en la llegada de septiembre. Hubiera sido demasiado fácil que viniera ahora, sólo por fastidiarnos, febrero o marzo. O, lo que es peor, que empezara otra vez el verano. Pero no hay nada más asombroso, créanme, que comprobar que a agosto le sigue septiembre. Hay algo esencialmente poético en ese acto.