martes, 30 de julio de 2019
De Humanidades digitales y falacias
Cuando leo o escucho hablar de «Humanidades digitales» no puedo más que sentir un tremendo rechazo. Es un término que cobija mucha charlatanería y no poco desoriente, además de tener su punto malsano y perversamente cursi. Igual que cuando alguien apela a las «nuevas tecnologías», a la «informártica amigable» y a embelecos por el estilo. Hay como un cierto provincianismo vanguardista que, lejos de dirigirnos a la novedad de que blasona, nos quiere sorprender con la enésima invención de la rueda o empujarnos de cabeza al fondo del saco del software propietario y privativo, que es una de las muchas vergüenzas exhibidas alegremente hoy por la Universidad y todo género de tinglados culturales, tanto publicos como privados.
Mejor que «Humanidades digitales» preferiría «Humanismo digital». Y aun así, no deja de haber una redundancia. ¿Acaso lo digital no es una parte del Humanismo? Siempre y cuando, entiéndase, lo digital sea ejecutado en libertad, que es un derecho humano a la par que una propiedad inherente a todo software. Cuando el usuario no es dueño de su informática, cuando no ejerce de administrador de los sistemas que opera y en que trabaja, entonces ni esa informática es real, ni su usuario es libre. Lo que hay, al cabo, es servidumbre digital: el regalo de los Morlock a los Eloi. En el otro extremo, la revolución hacker de los ’60 y ’70, la creación del sistema de composición tipográfica TeX o del sistema operativo GNU / Linux no son «Humanidades digitales». Son, simplemente, Humanidades: una parte esencial de nuestra cultura, como en su momento lo fueron la creación del alfabeto o la invención de la imprenta.
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