Atravesando el centro del estío,
moldeada por la ola y la leyenda,
ya perfila la diosa el desafío
al sol que se destila en una ofrenda.
Sobre su piel de luna acantilada
derrama el sol sus uvas en cadena,
y ella bebe del sol, transfigurada
en la callada plenitud de arena.
Mar y cielo conspiran y entrelazan
un horizonte de encendido hielo.
Dos nubes vagabundas se disfrazan
con retales del tiempo sobre el suelo.
Pero mirad allí, en aquel extremo;
desvencijado y ciego se alza un faro
huérfano de farero: Polifemo
cesante, triste, pensativo y raro.
No alumbrará ya más las negras quillas
en las noches umbrías de los cuentos
de los marinos. Bajo sus cimientos
se marchitan los mapas y las millas.
Y en su calva de viejo anacoreta
algo se mueve, un vuelo enardecido,
un color, un delirio, una cometa
que el aire ya destrenza de su nido
y la aloja precisa y meridiana
para mercadería de altas sedas:
virgen acróbata, velera Diana
de las artificiosas arboledas.
De plata y humo, el trémulo cordaje
apenas ya sujeta su inocencia,
sus celestes modales, la querencia
de hacerle al mediodía un tatuaje.
Alborota el concilio de los pinos
taciturnos, y asciende a otras derrotas,
más altas que los altos desatinos
y que la noria de las gaviotas.
La turba el sol con sus ardientes sales.
La briza entre sus haces, la embelesa.
Y ella sabe que hollar esos portales
o deshilar camino es vana empresa.
Así, grácil novicia de planeta,
traza al azul su última sonrisa,
y se deshace libre la coleta,
y se suelta del ala de la brisa.
Abajo, en soledad de estatua y rosa,
gotea al mediodía un nuevo brillo.
Frente a un suicidio en flor de mariposa
la diosa se ha encendido un cigarrillo.
(Nota editorial: Este poema lo perpetré hace muchos años. Ahora le he limpiado el polvo acumulado de pesimismo y lo cuelgo aquí, con la modesta pretensión de desearles una feliz entrada de verano, a dos días del célebre solsticio de las narices. Es posible que el verano sea la más descerebrada de las estaciones, pero denle una oportunidad. Luego vendrá septiembre y el otoño para volvernos pensativos e indagadores. El verano es un niño bobo que siempre va de la mano del otoño, adulto y grave. Pero déjenle que corra un poco. Unas cuantas travesuras no están de más. No hay cuidado. El mayor vigila para que el pequeño no se rompa la crisma en su absurda eterna bicicleta.)