domingo, 8 de junio de 2008
El gallo
Mis nuevos vecinos, pareja joven que viene huyendo de la capital para posar sus reales en Cercedilla, se me quejan de que el canto tempranero de un gallo les desvela de amanecida, y les fastidia su providencial media hora de sueño antes de salir a trabajar. A mí la alarmada confidencia me deja perplejo. Llevo más de quince años en Cercedilla y todavía no he sido capaz de escuchar a un gallo. He oído perros ladrando con melancolía o mala uva, he oído a mis gatos querellándose con otros gatos por esa monomanía procreadora que tienen los gatos, he oído a pandillas de adolescentes regresando de sus botellones y gritando a la madrugada sus poco edificantes observaciones. Mis gatos y los adolescentes ebrios son propensos a hacerse el gallito. Pero de los gallos, lo que se dice gallos, nunca tuve noticia. Me aventuro, no obstante, a dar una explicación provisional. Mis nuevos y cándidos vecinos, urbanitas, han llegado con el sueño poblado de mitologías rurales. De momento, su inconsciente las proyecta sobre ellos mismos, momentos antes de volver a la ciudad para cotizar. Pero es probable que tales alucinaciones acústicas se extiendan al resto del vecindario. Yo así lo espero, porque me encanta que la ciudad nos reinvente el campo. Me acostaré esta noche con la esperanza de madrugar con el canto de un gallo. Ya les contaré.
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