La corporación Apple no se ha venido significando especialmente por proteger y defender la libertad de sus usuarios,
sino más bien por todo lo contrario. Y es que su historia, ya desde los ochenta, está generosamente nutrida de
prácticas despreciables, actividades de dudosa ética y todo un variado muestrario de picarescas, como ésa tan de Apple
de inflar absurdamente el precio de sus productos: el viejo truco de ofrecer algo más caro para que todos lo deseen. Y así, todavía muchos se mueren por tener un ordenador normalillo a precio tres veces mayor de lo que
vale, con tal de que esté revestido de una vistosa carcasa con la manzana mordisqueada, bien a la vista. Eso, con todo,
no es lo más grave. Al fin y al cabo, uno es libre de tirar el dinero por las cloacas que se le antojen. Y de arrojar también su propia libertad. Porque lo que
realmente huele mal de la corporación gili-hipster que reflotó el tan ingenioso como malévolo Jobs (cuando aquélla estaba
acercándose a una extinción que muchos hubiésemos celebrado), lo que al final la hace tan aborrecible es su manifiesto
desprecio por la libertad. Su software privativo y propietario, sus DRM,
sus puertas traseras de fisgoneo y su tendencia a capar con descaro el hardware que ensambla y
vende.
Se nos avecina una nueva edición de eso último, según me entero por el siempre interesante blog La mirada del
replicante. Al parecer, los próximos modelos de Macintosh llevarán un chip que hará prácticamente imposible la
instalación y ejecución de un sistema operativo GNU / Linux. Y en general de cualquier otro sistema que no sea MacOs o
(con reservas) Windows. Y esto es grave, muy grave y muy demoledor. El que en un hardware que el usuario adquiere y
por el que paga (y paga bastante), no pueda este usuario ejecutar el software que le venga en gana, por culpa de una
limitación diseñada ex profeso y que viene de fábrica.
Apple, desde luego, acostumbra a tratar como tontos a sus usuarios, aunque con no pocos ya se encuentra buena parte del trabajo
hecho. Pero también me consta que todavía tiene usuarios inteligentes, aunque sufridos. Me suelo topar más
con los del otro extremo, aquellos que se deshacen de placer cada vez que la corporación de la manzana les llama a pasar
por caja, como una especie de sacrificio ritual. Pero no todo está perdido y aún no termina de ser absolutamente
incompatible ser sensato y tener un Mac. Ojalá empiecen a tomar nota de éstas y de otras conductas similares.
Para el resto, la solución es bien sencilla. Y conviene hacer énfasis en ella, ahora que se avecinan las Navidades y la
mano tonta en la tarjeta de crédito. No compren un Mac, ni ningún iCacharro. Y no lo digo sin cierta tristeza, por la
enorme simpatía que me despierta un tipo como Steve Wozniak, el Steve bueno, creador de la Macintosh. Pero sigo pensando
que estaba con el Steve equivocado. Y en el garaje equivocado.