viernes, 19 de octubre de 2018
Prodigios
Después de horas de trabajo frente a la pantalla, salí a respirar un
poco el aire y la tarde. Había llovido. Y flotaba un olor a leña quemada
que ya no venía de ninguna barbacoa tumultuosa. A decir verdad, venía
de mucho más lejos y de muy antiguo. Un olor casi sagrado y solemne. Es
el olor, por fin, del otoño, de la estación de los prodigios: como estar
en el palacio de Alcínoo y Arete, en el país de los feacios, que aman
los remos.
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