martes, 19 de junio de 2018

# To Do

Soy muy aficionado a escribir listas de cosas por hacer, quizás una forma enfermiza de tener un pie —siempre de barro— en el futuro. Pero las hago, me divierten y entretienen un tiempo que a lo mejor podría estar empleando en ejecutar algunas de esas tareas que enumero escrupulosamente. Para el verano en ciernes, el astronómico y el termométrico, no podría faltar la larguísima lista que llevo estos días redactando. Extraigo de ella aquí algunos ítems. Por ejemplo: lecturas pendientes, que se han ido acumulando en la mesa y en el disco duro, postergándose —y bien a mi pesar— por esta vida ajetreada que lleva uno. También, y si el trabajo me va dejando huecos, me gustaría seguir trasteando y aprendiendo algunos de mis lenguajes de programación favoritos, como Python, Lua o Lisp. Por desgracia, será otro verano en que no pueda empezar a aprender japonés, pues bastante tengo ya a estas alturas con no olvidar el griego. Tal vez en un mundo paralelo, o más allá del espejo, otra versión de un servidor esté ahora escribiendo lo mismo pero en términos inversos. Creo que debería pintar mi estudio, pero me produce una pereza inmensa pensar siquiera en levantar una brocha, por más que me salgan las caras de Bélmez en cofradía. Y, por supuesto, espero divisar ya el humo de Ítaca en mi traducción de la Odisea. Aunque a mi vecino se le ha estropeado la depuradora de la piscina, y creo que no tiene intención de repararla este verano, el muy truhán. Y esto es algo que me fastidia y me trastoca bastante, ya que ese rumor acuático era una compañía impagable para traducir la Odisea en las madrugadas: se imaginaba uno a las olas golpeando, una y otra vez, la quilla de la cóncava nave.