Con dos decenios ya casi cumplidos del siglo XXI, aún hay gente que sostiene que la Tierra es plana. Y no, no están en ninguna tribu perdida del Amazonas, sino en este llamado primer mundo, civilización de los aifons y demás regalos de los dioses. Incluso hay grupos organizados en las redes sociales, donde, por otra parte, toda gilipollez es alada. La ignorancia de nuestros antepasados, al menos, tenía un punto de legítima. Pero estos jóvenes (o no tan jóvenes) burgueses de ahora, que han crecido saturados y hastiados de información, parecen abrazar cualquier superchería como una novedad excéntrica, un esnobismo más. Nuestros lejanos ancestros creían en un mundo plano, pero al menos poblaban las tierras más extremas e incógnitas de dragones y demás portentos. Los entusiastas medio crédulos de hogaño se contentan con levantar toda una trama conspiratoria, y afirman que la comunidad científica, los gobiernos y la NASA ocultan a las masas la terrible verdad de la planicie terrestre. A saber con qué fin, como no sea el de fortalecer el poderoso lobby de los fabricantes de globos terráqueos. El profético Wells no se equivocaba con su Máquina del tiempo: está abonado el terreno para los Eloi. Mientras, los Morlock trabajan sin descanso en el subsuelo, fabricando aifons y demás regalos.