Traducir la Ilíada o la Odisea al español supone, queramos o no, entablar un diálogo inagotable con Luis Segalá y Estalella. Si traducir literatura es lo mismo que crear literatura en la lengua mal llamada «de llegada», entonces el gran helenista catalán no sólo hizo eso, sino también poner en marcha una tradición a la que no tendrá más remedio que adherirse todo traductor de Homero que se precie. No negaré que con don Luis acabaremos también sosteniendo muchos pulsos, pero no habrá tensión ni malos modos. Antes bien, serán contiendas amistosas, cordiales y, sobre todo, divertidas a la par que enriquecedoras. No podría ser de otra forma, si en aquellas versiones suyas, eternamente reeditadas por Austral, resonará siempre el eco de nuestras primeras lecturas adolescentes de Homero. En esa prosa torrencial que revive los viejos hexámetros. Muchas veces excesiva, sí, pero jamás enferma de artificio ni de la soez (por hueca) ampulosidad. Se ensancha con toda justicia porque ancho es el mar, y como él, puede darse a algún que otro capricho en brazos del azar y de las olas. Genuina la voz y auténtico el entusiasmo. Sólo así podemos hallar tantas alhajas, algunas dueñas de una belleza casi alucinatoria. Cómo no recordar, por ejemplo, ese «yelmo de tremolante penacho». Pero hay uno de esos diamantes que me fascina especialmente. En un pasaje de la Odisea, Proteo (u Homero: tanto da) le dice a Menelao sobre Egisto que iba (literalmente traducido) «maquinando cosas indignas». No es otro el significado del sintagma homérico ἀεικέα μερμηρίζων. Pero he aquí que Segalá se lanza a una de sus cabriolas de pura fe, y entonces Egisto lo que iba era «revolviendo en su ánimo indignas tramoyas». ¿No es hermoso de verdad? ¿No dan ganas de paladear cada palabra para después salir corriendo monte abajo entre alaridos de júbilo, agitando las manos y arrancándose a jirones la ropa?
Volviendo del mundo Homérico a este otro más plano y gris, quién sabe qué indignas tramoyas se estarán revolviendo también aquí ahora, y en qué ánimos o en qué cabezas. Mejor no averiguarlo y recrearse con los dones de esta preciosa tarde, prematuramente otoñal. Y releer bajo esa luz, si apetece, algún pasaje de don Luis.