lunes, 27 de julio de 2009
Estancia, de Sergio Gaspar
En una fugaz incursión en la página web de DVD Ediciones, Roman Jakobson Junior se permitía la enésima apostilla de la legendaria pregunta becqueriana al sentenciar que «poesía es todo lo que se publica en una editorial de poesía». Mi amigo el poeta Juan Vico escribía tiempo atras en su poética para Las afinidades electivas, con su habitual lucidez, que «poema es todo texto que merece ser leído como poema». Felizmente, los géneros están bien muertos y enterrados, por mucho que se afanen los escritores de manuales de literatura. Y la poesía, dejando atrás el mito de la creación que reposa en su étimo, lo es en la medida en que se establece un diálogo entre el poema y el lector. Una construcción común entre ambos.
La historia, breve, de mis diálogos con la poesía de Sergio Gaspar se inaugura con sus poemas incluidos en Campo abierto (DVD), esa antología del poema en prosa en España que ya es por derecho propio un canon imprescindible en la literatura española. Más tarde, tuve oportunidad de escucharle leer, mano a mano frente a Mestre, en una pequeña velada del Hotel Kafka de Madrid. Allí pronunció Sergio Gaspar una frase que desde entonces me tiene entusiasmado y confuso a partes iguales. Copio de memoria. «La poesía es una parte de la lingüística general». A día de hoy, creo que esta afirmación puede vertebrar no sólo la poética de Sergio, sino la de todo gran poeta. El personaje del poeta, invención de Platón para culparle de una batería de preocupantes desórdenes, tal vez se ejemplifique en la figura mitológica de un filólogo dislocado.
Es en esta parte de la historia cuando DVD Ediciones publica Estancia, un magnífico poemario, singular y extraño, arriesgado y valiente. Una noticia feliz por muchas razones, sobre todo por lo que tiene de espuela para la salmodia habitual de la poesía de aquí, y porque supone el primer libro de Sergio que (al menos para mí) deja de ser secreto.
Cuatro partes, aparentemente estancas, estructuran el volumen. A saber. Estancia, un ciclo de poemas escritos en torno a la muerte de su madre; Un día con Stevens, trece poemas (más uno) que narran la violación y asesinato de un niño en el bosque lírico de Wallace Stevens; Enunciado, cuya prosa narrativa explora los misteriosos territorios de la pornografía; y, por último, el prólogo intitulado, como no podía ser menos, En el lugar equivocado. Aparentemente estancas, sí, pero con evidentes vasos comunicantes que van dotando a la lectura del libro, en orden o desorden, de una rara trabazón. El lector, pues, se deja caminar sonámbulo, como por el bosque-conciencia del mirlo, entre la narración templada y quirúrjica y un ámbito cerrado de símbolos y abstracciones. Entre la llana prosa y el verso libre (a veces epigramático) cuya cadencia no rehuye ciertos leves trazos de dicción clásica, alejandrina y endecasílaba, como en el gran poema Algunos metros de infinito, probablemente el mejor de su serie.
Así, la «doble muerte» de la madre (la real, la cosa en sí, indescifrable; la otra, la pensada, a veces descrita y narrada, y convertida en materia lingüística, en logos); los trece escorzos simbólicos del suceso en el bosque y esa coda final, la número catorce, con un tono que recuerda a los compases finales que el gran Jerry Goldsmith escribiera para Alien; y el inesperado quiebro del enunciado que navega y deshace esa ficción suprema llamada pornografía; y el prólogo equivocado. Todo ello conformarían lo que podríamos llamar un cancionero de la identidad.
intentar no aburrirnos con las cosas. Nuestra
tarea es levantar un hogar que se derrumba
--lo llamaremos identidad-- con fragmentos
de recuerdos no necesriamente vividos.
(Estancia V)
Ferdinand de Saussure, el poeta que tal vez inventaran unos estudiantes suizos a principios del pasado siglo, se complacía en dar caza a una serie de célebres dicotomías. Significante y significado, por ejemplo. Quizás una suerte de mitología dual para aplacar el vértigo ante la incógnita del lenguaje que acarreamos por mera herencia. Pensamiento y narración están presentes en Estancia al igual que en la Odisea, pero a diferencia de la novelería de consumo, el argumento viene después, transfigurado. O no termina de venir nunca.
Nuestra tarea es recordar algunos rostros,
ciertas fechas de nacimientos y de muertes,
el camino para volver a casa, y el partido
al que votamos, y el nombre de nuestro perro.
No parece gran cosa --y no lo es, en efecto--,
hasta que llega la hora
en que alguien que te enseñó tu nombre lo olvida.
(Estancia V)
La poesía es memoria, el arte de recordar los nombres adecuados. Después, el logos se convertirá en voz, la lengua en habla. Y, por obra de este secreto tránsito, no será ya preciso un diccionario que nos recuerde que la palabra estancia tiene un significado doble en castellano: el lugar y el acto.
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