lunes, 20 de marzo de 2017
¿Qué le pido a un libro?
¿Qué le pido a un libro? En principio, como tal libro, que su tipografía sea excelente. Y creo, junto a don Stanley Morison, que la excelencia de una tipografía se mide en términos de invisibilidad. Que el tipógrafo no se interponga entre lo que leo y yo como un camarero importuno. Tan sólo que me haga suave y fácil el viaje y no me pierda por sinuosas calles entre párrafos. Ni que me deje llorar con líneas huérfanas. Que funcione, cuando lo necesite, la venerable matemática y que la página tenga un buen color, pero que esa matemática no acabe deviniendo lastre, pues dos más dos, en el mundo, no siempre suman cuatro. Y que sepa usar la tinta más difícil, que es el espacio en blanco. Luego, a lo que leo, simplemente le pido que me guste, y, si es posible, que me enamore en un inagotable idilio. Que el libro viva y duerma conmigo, viaje conmigo, se desgaste conmigo. Que a pesar de nuestros momentos de silencio mutuo, sepamos encontrarnos a la vuelta del tiempo como dos viejos amigos que tienen mucho que decirse, cambiados, fragmentados por los días o las noches, y sin embargo, oh misterio, siempre los mismos. Que nunca se pudra, nuevo, en las estanterías, y que la intemperie dore sus páginas como un erudito otoño, pero que venga agotado de muchas deslumbradas primaveras. Y que algún día, tal vez, nos pida ser regalado: y es que no hay libro más vivo que el que cambia de manos.
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