miércoles, 20 de mayo de 2020

Punto y aparte

I

Me temo que no actualizaba estas diosas y nubes desde el día 31 del pasado año. Han sido meses, por lo demás, de mucho trabajo y ocupación, mientras el mundo se veía —y se ve— aquejado de los sucesos terribles que todos sabemos. Más terribles, si cabe, cuando uno comprueba cómo cierta canallesca política encuentra en estas tribulaciones su levadura y su fermento ideales para crecer. Porque un virus no deja de ser una fuerza ciega de la naturaleza, como lo son los terremotos o los volcanes. Y las pandemias no dejan de ser una versión más de la vieja máxima de que cualquier cosa sólo busca perseverar en ella propia. La lava quiere abrirse camino mediante la ley de la gravedad y los virus únicamente están en este mundo para parasitar células y crear millones de copias de sí mismos. Una aspiración legítima en principio (o una pesadilla, caso de tratarse de Sánchez Dragó el multiplicando), pero que a menudo causa daños colaterales que estos seres sin conciencia (¿vivos? ¿no vivos?), naturalmente ignoran. El fascismo, por contra, sí es una fuerza inteligente de la naturaleza cuyo objetivo es parasitar las situaciones catastróficas para su propio medrar. Por fortuna, esta pandemia habrá de pasar, como todas las pandemias. Pero será necesaria, como siempre, la vigilancia a lo que venga. Supongo que algún día se estudiará la despreciable actitud que estos días están teniendo el PP, VOX, su cohorte de voceros y paniaguados, su hermandad de trolls y el rebaño de cabezas huecas o canallas que los secundan.

II

Al margen de todo, tampoco es que estos meses extraños un servidor haya tenido demasiadas inclinaciones o apetitos de actualizar el blog. Y menos con lo que podríamos denominar el tema del momento. Bastante resulta ya soportar los episodios nacionales del coronavirus que, día sí y día no, se redactan y propagan en redes sociales. Twitter, por ejemplo, es el lugar donde más virógos y epidemiólogos repentinos se doctoran por metro cuadrado. Si a eso le sumamos los exabruptos habituales o el enjambre de poetas grabándose en vídeo mientras recitan sus versos desde sus retiros confinados y la soledad de sus desiertos, no es que el ambiente sea el más grato y propicio para perseverar en esto que llamamos «literatura». Ni mucho menos en esa cadena de simulacros, envidias, sociopatía y resentimientos infantiles que llamaremos «la vida literaria».

No he estado ocioso, sin embargo, ni lo estoy. Trabajo en composición tipográfica, sin ir más lejos —y entre otros voluminosos volúmenes— con el Diccionario Hispánico de la Tradición Clásica, proyecto felicísimo de Francisco García Jurado en que me siento tan honrado como contento de estar implicado en mi faceta de tipógrafo. Sigo traduciendo la Odisea, que esperamos vea la luz como libro para el curso que viene, virus mediante. Leo mucho. O más bien releo. Me ha dado por leer a Séneca en latín, para intentar refrescar mi oxidado latín. Y he recuperado con gozo a Galdós y su infinito Fortunata y Jacinta. También sigo cultivando mi amor por los lenguajes de programación, especialmente por Lisp, que es como el griego antiguo en el humanismo de las computadoras. Estudiar y escribir Lisp es algo que limpia la mente.

III

Añado que este blog no ha sido nunca un blog al uso. Ni con pandemia ni sin ella. Ni siquiera lo era en la época dorada de los blogs, cuando proliferaban como churros y todo escritor que se preciaba, ya fuese veterano o diletante, no podía ser nadie sin tener uno. Mucho antes de que estas horribles redes sociales de hogaño hayan acabado con la vida social, perfectamente conjuradas con la perversa tecnología de los smartphones, cuyo único fin es destruir la civilización y crear una legión de esclavos sometidos y atontados. Mi blog ha sido siempre la bitácora de alguien que (he insistido en ello muchas veces) siente una gran pereza por escribir. No me aquejó nunca, por tanto, la urgencia de alimentar este sitio con el alpiste de letrillas y ocurrencias cotidianas. La cosa ha ido más bien por temporadas, según soplaban los vientos. Los vientos son cosa seria y rigurosa que conviene acatar. Y ahora los vientos me llevan lejos de aquí, lejos del servicio de blogger, y me empujan a ponerle a estas diosas y nubes un punto y aparte.

No es, entiéndase, que con ello dé por clausurada mi presencia internetil, que algún lector —amigo hospitalario y benevolente— tiene quizás a bien seguir, aun con las intermitencias antes aludidas. Lo que ocurre es que me apetece cambiar de aires, crear un sitio web diseñado y guisado desde cero por mi persona. Algo así como una página personal con dominio propio donde centralizar todas las cosas literarias y no literarias de uno. Y, por descontado, seguir avivando más diosas y nubes desde allí, pereza mediante. Pero la pereza escribiente es siempre, créanme, saludable y protectora de ulteriores disgustos. A este respecto, suscribo lo que dejó escrito Clarín:

Cierto es que el autor que trabaja como un jornalero, lucha antes de escribir, y no aprovecha todo lo que escribe; pero, ¿quién me negará que el que se ha propuesto como regla de conducta aquello de nulla dies sine linea, o algo parecido, cederá muchas veces a la tentación de no borrar ni rasgar, y a la más poderosa de escribir sin falta algo todos los días y, dar por pasadero lo que no debiera dar, y engañarse a sí propio, llegando a creer que su pluma va traduciendo fielmente su idea?

Nada más lejos de mí que sentirme un jornalero de la literatura o de la poesía. Pero hay algo que debemos aceptar: lo peor que tiene el ego es negar su existencia. O suavizarlo con una espantosa captatio benevolentiae, que es como intentar perfumar el mal aliento de pasados excesos con algún remedio de urgencia. A lo sumo, podemos intentar convivir con el ego, cronificarlo y domarlo, como se cronifica y controla la diabetes.

De modo que aquí les dejo la nueva dirección, por si alguno de esos hospitalarios amigos tiene a bien seguirme por allá:

http://juanmanuelmacias.com