jueves, 28 de octubre de 2010

Juana

La muy joven poeta Juana García Noreña ganó el Adonáis del 50 con su Dama de soledad, delicado y melancólico cuadernillo. No tardó en conmoverse el paisaje literario de entonces, y el aire ya repetía maravillas, como si los pájaros hablasen o las estatuas bajaran de sus pedestales. Juana recibió elogios de todas partes: léanse, por ejemplo, los cariñosos comentarios de Gerardo Diego o las efervescencias ultramarinas de Juan Ramón en el volumen que el primero dedicó a los anales del veterano certamen. Pero el final de la historia, si es que tuvo alguno, está bien registrado en el anecdotario descacharrante de la poesía española. Juana no era Juana, y las crecientes sospechas apuntaron unánimes hacia José García Nieto. Bien es cierto que hubo quien defendió una versión alternativa --creyente-- de los hechos, probablemente al dictado del propio García Nieto. Como toda mentira bien urdida, ésta termina por hacer brecha en la realidad, y se llega a asegurar, testigos mediante, que Juana había escapado de la canalla poética y buscado amparo como secretaria de una escritora madura, aportándose así esa pizca de sal lésbica que redondeó maravillosamente la parábola.

No sé por qué estos días me ha dado por pensar en la pobre Juana. Es triste que ahora se la recuerde más por la anécdota que por sus versos. Es triste que siempre se hable más de poetas que de poemas, como si quisiéramos siempre que los poetas fueran, inagotablemente, su propia pose, condenados al infierno de la autoría. Parece que a Juana no le perdonaron que tuviera más pelos en las pantorrillas de lo que se le supone a una tierna adolescente. De igual manera que a otros poetas no les toleran su ideario político, su condición sexual o la talla de sus pantalones, a Juana la condenaron por el pecadillo venial de no existir. Pero la poesía es la que inventa al poeta y no al contrario. La poesía es voz, y esa voz se parece a una conciencia: es conciencia, a veces masculina, otras femenina, según qué juegos. Al cabo, poco importa si García Nieto creó a Juana García Noreña, o si fue ella quien dio vida al director de la revista Garcilaso. Las dos posibilidades, de hecho, se me antojan perfectamente verosímiles. Sin duda, ambas sucediron a un tiempo.