domingo, 5 de junio de 2011
Noches áticas
Aulo Gelio, estudiante romano, escribe en latín en las noches de Atenas. Escribe un libro infinito, absurdo, que yo jamás acabaré de leer. Y su latín es tan plano, tan desamparado como el invierno que pastorea estrellas en la calle vacía bajo su ventana. Me imagino la ventana, estrecha, asfixiada, y la mirada remisa del estudiante, interrogando a la noche de los griegos; y la mesa mugrienta donde se multiplica el tumulto de sus papeles, el olor rancio de la tinta, los disciplinados surcos de su soledad. Y el latín que vuelve cada noche a abrir sus bruscos labios, con su acento de arado y sangre turbia: ese bajo latín que acude como un gesto ajeno siempre y desplazado, un pulso sordo, el amago de un beso a destiempo en el silencio más frío de la noche ática, raro silencio que se da solamente cuando hasta los griegos son capaces de abandonar sus calles. Porque Atenas sin griegos no es sino un escaparate de piedra, un racimo amargo de antepasados y columnas, un laberinto que gira y gira con el joven Aulo Gelio en su centro, incapaz siempre de dormir, definitivo enfermo de extrañeza que escribe en latín de todo cuanto aprende, o ha aprendido, o ha creído aprender de los griegos; y deshila los itinerarios más peregrinos del conocimiento. Acaso Aulo Gelio ha sospechado ya que el conocimiento es un malestar en el costado, recurrente en ciertas horas de la madrugada. Un gusanito terco que escarba la conciencia cuando todo converge en algo parecido a una certeza. Y cada punto de luz o sombra en tu fotografía es una pregunta entre tantas que Aulo Gelio y yo formulamos al azar para componer un todo perfectamente incomprensible. ¿Qué número de tibias rotas constituía el sueño de Pitágoras? ¿A quién rescataba del olvido Cervantes cuando se masturbaba con la mano que no tenía? ¿Cuántas golondrinas puede admitir el invierno sin venirse abajo? ¿Quién se acuerda ya de Aulo Gelio, estudiante romano? Acaso, acaso él ya ha comprendido que el universo es una construcción sentimental. Y el amor, como quería Safo, se levanta a fuerza de voluntad de abeja. Yo no amo a Atenas, pero Atenas existe porque Aulo Gelio se mantiene cada noche en vela, cada noche sosteniendo su arrebatado amor por la ciudad que no le escucha. Atenas existe porque Aulo Gelio estudia en Atenas con un apego colindante casi con el delirio. No, yo no amo a Atenas, pero Aulo Gelio me mantiene despierto en su atormentada erudición, en este insomnio horriblemente pagano, y no me deja dormir, y no me deja olvidarte, y me enreda los párpados a sus papeles bajo la escueta claridad de tu ausencia.
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Poemas propios