[Incluido en Sucede en la voz de otros, Isla de Siltolá, 2015]
miércoles, 22 de febrero de 2012
:-)
Le comentaba el otro día a alguien (no recuerdo si real o imaginario) que uno de los problemas más graves de la poesía española actual es su falta de sentido del humor. Carencia que podríamos hacer extensible a muchos poetas, incluso. Algunos poetas jóvenes, como su propio nombre indica, son reacios a la risa. Y otros menos jóvenes viven sentados en una solemnidad institucional e indefinida. No digo que haya que trenzar una juerga flamenca detrás de otra, ni tampoco defiendo el poema como chiste, que estafa al lector y fracasa como chiste y como poema; ni mucho menos invito a exceder la dosis aceptable de cinismo sólo por complacer a las corrientes y quedarse en una pose o fosilizarse en una mueca. Es más simple. En la vida se ríe y se llora, y la poesía, que imita la vida, puede llorar y reír, e incluso descojonarse, de una forma natural, sin dejar de ser poesía. Hay poemas que me han emocionado hasta el nivel del llanto, sobre todo porque la voz de esos poemas también la intuía, si se terciara, muy capaz de reírse. Hay poemas que son grandes amigos. Y la poesía es cuestión de tono, saber elegir entre la corbata y las pantuflas. A diferencia de algunos poetas chistosos, Homero, como el algodón, no engaña. Ni a su auditorio ni a sí mismo. Por eso era grande. En la Ilíada pasan muchos versos, todos humanos. Muchos terribles, no pocos patéticos, y también otros de una comicidad extrema, como aquellos donde Agamenón, al borde del anchuroso mar, y por poner a pueba la lealtad de los aqueos, anuncia el abandono de la guerra y el inminente regreso a casa. El pobre rey se jacta de esperar un coro de negativas y adhesiones, pero a los aqueos se les queda pequeño de pronto el anchuroso mar para huír en estampida del llamado "pastor de pueblos". Impagables versos aquellos, inimitable Homero. Los poetas griegos, siempre en estado de gracia, convivían sin problemas con estos contrastes. ¿No se dice que la tragedia surgió de las desenfrenadas danzas procaces en honor de Dioniso? La tragedia apareció con el último trago de la última copa del final de la fiesta, cuando todos se han ido inesperadamente, y ya no queda música. La comedia, por contra, bien pudo nacer cuando alguien se descubrió riendo en un funeral. Las dos máscaras simétricas, los dos emoticonos, y el arte jugando por en medio, procurando no escorarse definitivamente a un lado u otro. Ese equilibrio, tal vez, es lo que llamamos melancolía.
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