Hace unos días una persona me preguntó por qué estaba yo en contra de internet, leídas mis recurrentes (y, me temo, inofensivas, sainetescas) críticas a Facebook. Me hizo cierta gracia que mi amable inquisidor colocara a la red social de la "f" azul como estandarte de la llamada red de redes. Precisamente Facebook, que es un pueblo cerrado dentro de internet: lo que ocurre en Facebook acaba en Facebook, lema este que podría pertenecer a cualquier secta al uso. Internet, como todo el mundo sabe, nació en la cultura hacker, aunque se valía de una infraestructura previa de origen militar. La historia de internet, desde entonces, no ha sido sino una continua tensión entre la libertad y el afán de controlarla y delimitarla. Una lucha entre el no formato y la imposición de un formato. Con los segundos estarían, creo, aplicaciones como Facebook. Mis amigos ya saben lo que opino de Facebook: se trata de una red fomentada por la CIA el FBI y el Dr. Infierno con el único objetivo de convertir a las personas en zombis. Con esto no quiero decir que mis amigos usuarios de Facebook o usted, amable lector, que acaso también lo usa, sean zombis o estén en trámites de convertirse en zombis. Ellos y usted son más importantes que cualquier medio o tecnología. Y, probablemente, le habrán encontrado a esta red unos usos provechosos que yo, torpe de mí, no veo por ningún lado. No he obtenido información alguna en Facebook que no pudiera haber sacado de otra fuente. Y, como era de esperar, el que era tonto antes de Facebook lo sigue siendo en Facebook, aunque (eso sí) de manera muchísimo más reiterada. También es verdad que en las propios muros de la celda se pueden escribir cosas admirables. Las cosas admirables se pueden escribir en cualquier parte, porque el formato y el soporte ni da ni quita. No existe una "literatura Facebook" como tampoco una "literatura Blogger" ni una "literatura de servilletas de bar". Como tantas otras tecnologías "a la moda" Facebook no viene a traer nada que no tuviéramos ya, ni a llenar ninguna carencia, salvo esa necesidad, tan humana, de no sentirse solo.
Y con esto, estimados, no volveré a opinar más de Facebook ni en público ni en privado. Que me arranquen los pelos de la barba, de uno en uno, si incumplo mi promesa.