(Escribí hace tiempo este soneto como un pequeño homenaje a un lejano amigo, Arquíloco de Paros, el poeta mercenario. Se incluyó en "Cantigas y cárceles")
ARQUÍLOCO
Astados vientos de encendido vino
juntabas a las rosas de las brisas:
era la lanza a tus jornadas lisas
como la arena al sueño sin destino.
¿En qué recodo del cruel camino
te verías llevado por precisas
furias de luz? ¿Qué halagos, qué sonrisas
dieron tus llagas a un clamor salino?
¿Qué atardecer, al fin, labró el espejo
de tu rostro perdido, en qué añoranzas
deshilaba su sombra el mercenario?
Con tu música sola, allí te dejo;
en tu noche de duende sin horario,
frente al hombre de mares y mudanzas.
(De "Cantigas y cárceles", Sevilla, Isla de Siltolá, 2011)