«Y el sol se puso y las sombras cubrieron todos los caminos», repite la Odisea, una y otra vez, como un ensalmo. Homero, igual que un viejo y severo mayordomo, va apagando todas las lámparas, porque en su mundo no cabe el insomnio. Hombres y dioses duermen hasta que llega la «Aurora de dedos de rosa». Por contra, Safo reivindica muchas veces el insomnio con encendido entusiasmo, y en sus poemas la luna es la que tiene los dedos de rosa. La vigilia de Safo, los ojos bien abiertos que a veces preferirían olvidar mantienen el planeta a salvo, incluso del propio olvido, mientras duerme un hemisferio entero. Creo que mi vida es una tensión entre Homero y Safo, entre el placer de dormir, esa agradable entrega a quién sabe qué, y el deseo (o la fatalidad) de no hacerlo, como si el sueño fuera a robarnos un pedazo de vida. Por fortuna, siempre hay tablas entre el ordenado Homero y la nictálope Safo.