En la Odisea (Canto III), Telémaco desembarca en la arenosa Pilo buscando noticias de su padre. Le acompaña Méntor. Pero no es Méntor sino Atenea, que ha tomado la forma de aquél: algo muy propio del poema de las apariencias y las transfiguraciones. Pisístrato, hijo de Néstor, recibe a los forasteros, y le entrega una copa de vino al impostado Méntor para que haga las pertinentes libaciones a los dioses. Ignora que le está pidiendo a una diosa de reglamento que entone una plegaria para sí misma, cosa que (por otra parte) Atenea acepta con naturalidad. Pero así lo cuenta Homero, en mi propia traducción:
[...]
«Ruega ahora, oh extranjero, a Poseidón soberano,
pues por él es el festín que aquí os habéis encontrado.
Mas no bien que hayas libado y rogado como es justo,
entrégale a éste la copa del vino que sabe a miel,
y libe, que también ruega, pienso yo, a los inmortales,
y de los dioses los hombres todos son necesitados.
Pero como es el más joven y tendrá mi misma edad
a ti doy primero la copa de oro.»
Tal dijo, y puso en sus manos la copa de dulce vino
y se alegró Atenea de hombre tan justo y cabal,
pues que a ella le daba primero la copa de oro.
Y al punto hizo muchas súplicas a Poseidón soberano:
«Escúchame, Poseidón, que ciñes la Tierra, no niegues
a quienes te hacemos ruegos que se cumplan estas cosas.
Primero de todo a Néstor y a sus hijos tráeles fama.
Mas luego a estos otros dales agradable recompensa,
a todos los pilios, por tan grandiosa inmolación.
Y haz que Telémaco y yo nos vayamos con el logro
de lo que hasta aquí nos trajo en raudo y negro navío.»
Tal pronunció en su plegaria y ella misma la cumpliera...
(Homero, Odisea. Traducción: Juan Manuel Macías)