miércoles, 25 de abril de 2018
Paréntesis
Con el tiempo acabamos asumiendo de sobra nuestros vicios y hábitos reprobables. Uno de los que más me disgustan es el de olvidarme de cerrar los paréntesis que abro: terrible descortesía hacia el lector. En los editores de texto que uso suele aparecer una señal luminosa delatando el paréntesis, la llave o el corchete huérfano. Y es algo de agradecer, sobre todo cuando se está escribiendo algún tipo de código, como TeX o LaTeX, donde dejar una llave sin su pareja puede llevar a una pequeña catástrofe tipográfica. Pero si las costumbres son tercas, las malas costumbres acaban siendo indomables. El pecador, ya se sabe, sólo ve lo que quiere ver, y desatiende los avisos piadosos. Esos benditos editores de texto, por cierto, también incluyen la utilísima función de colocar el paréntesis de cierre automáticamente cuando se teclea el de apertura. Yo la suelo tener desactivada, pues me incomoda bastante al escribir. Es como iniciar un viaje con todo planificado, o como saber el día de la propia muerte. El pecador, claro, también cae en la autocompasión e intenta explicar y explicarse sus faltas: tal vez uno es incapaz de seguir un camino recto o de querer llegar a puerto. Siempre podemos desviarnos y festejar el desvío y la digresión, el placer de la callejuela o detenernos en los mercados de Fenicia (una idea, un escaparate, una plaza escondida, la luz de un paisaje, un rostro.
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