La poesía, o lo que llamamos poesía, siempre me ha parecido (por mera aproximación) un misterio que sucede en la voz de otros. En mi historia personal, humilde, sentimental e intransferible de los versos he contado con amigos que me han regalado algunos de mis poetas o poemas de cabecera. Neruda, Borges, Lorca, Góngora, Lope, Kavafis han vivido a menudo en las voces de mis cercanos. Otras ocasiones, por contra, no tuve tanta suerte. Otras ocasiones la tipografía me ha impuesto su silencio y su soledad, y el poema no era otra cosa que una escombrera de tinta que uno, perezoso, se veía obligado a reconstruir. Y entre el esfuerzo, sin embargo, algún deslumbramiento repentino. El poema tomaba forma en esa voz interior que nadie sabe de dónde viene. Ni tan siquiera Saussure pudo explicarla en su poema épico intitulado Curso de lingüística general. Me ha causado no pocas obsesiones la dichosa voz interior, y tengo hablado mucho sobre ella, o con ella, tras la zozobra ancestral de quien descubre que se puede llegar a leer un texto sin mover los labios. ¿Pero quién es el que lee? ¿Quién nos lee, o a quién buscamos en el otro extremo?
Este lunes 27 un servidor estará del lado de los que leen, en Barcelona, compartiendo cartel con la poeta Ana Gorría, gracias a la generosa invitación de los poetas Álex Chico y Juan Salido-Vico para el ciclo de lecturas que han organizado en La Cigale. Viendo los nombres programados, los poetas que ya han intervenido, y la inmensa estatura lírica y humana de ambos organizadores, he de decir que me siento muy honrado por que se hayan acordado de mí, así que marcho a Barcelona con una ilusión más grande que un bergantín goleta. Diría (por mera aproximación) que la poesía es voz y un poema sólo existe cuando se dice, cada vez irrepetible. Intentaré por una noche prestarle mi voz a mis poemas. Una unión contingente, como quien dice.
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