Les daba cuenta en la anterior entrada de las medidas de la ilusión que un servidor se llevaba puesta a Barcelona. Pues bien. Si marché contento, ahora vuelvo entusiasmado en grado superlativo, pero también, ay, con un punto de nostalgia, en el sentido etimológico del término. El ave, Internet y el teléfono son unos estupendos inventos, pero difícilmente pueden mitigar esa sensación incómoda de no poder estar cerca de las personas con que vale la pena compartir el hábito de vivir. Gracias a vosotros, que me acogisteis tan bien. Al gran Eduardo Moga, que tuvo el detalle y la generosidad de venir a escuchar mis poemas con la precaria voz que me dejó la timidez, a Agustín Calvo Galán, arquitecto de las Afinidades Electivas, al pianista (cuya identidad secreta no revelaré), pieza clave del Trío de Las Vegas. A Sergio Gaspar, editor y sin embargo amigo, que me enseñó Barcelona en tiempo récord, a la poeta Efi Cubero, que no pudo venir a causa de un merecido homenaje pero que estuvo presente en el recital. Y gracias, gracias, a Álex Chico y a Juan Salido-Vico, responsables de todo el tinglado, enormes poetas y amigos de los de presumir. Uno siente, sí, no estar más cerca de ellos. Y para subrayar esta observación acaba de ponerse a llover en Cercedilla.
Pero el Ave, no lo olvidemos, es un invento estupendo. Como el pacharán.