lunes, 14 de diciembre de 2009

Apunte

Empecé a escribir poesía en los últimos años de la carrera. Yo estaba enamorado y sufría muchísimo, por lo cual consideré de repente un tremendo acto de justicia conmigo mismo y con el mundo componer sonetos, una experiencia nueva para mí. Desde entonces, ya pasado el apuro, y no sé por qué rara fatalidad, he sido incapaz de abandonar el poema (soneto o no soneto) que se va escribiendo de vez en cuando, incluso con severas interrupciones, como aquellos dos años de feliz nada: ese lugar que algunos llaman "silencio", aunque no recuerde haber estado callado en ningún momento. Después de muchas escaramuzas de huida a lo Rimbaud, pero con trampa o traca final, supongo que soy técnicamente lo que se dice un poeta. Incómodo adjetivo que me llena de dudas y zozobras. Veamos. ¿Ser poeta es un oficio? ¿Es un estado alterado de conciencia? Y alguien que se halle en tal estado, ¿toma la sopa, escucha música, fornica o insulta de distinta forma, más sublime, que el resto de sus semejantes? Con el tiempo uno ha aprendido a juntar y apacentar un humilde rebaño de certezas más o menos descarriadas. Es decir, que sé (o creo saber) algunas cosas, no demasiado importantes, pero que me ayudan a sumar más de una noche sin insomnio. Sé que entre poema y poema el llamado poeta se diluye y se dispersa en mundo e ignorancia. Sé que no hay mortificación más ridícula e inútil que esperar que cualquier cosa que uno vive, lee, piensa o sueña tarde o temprano tenga la obligación de ser un poema. Sé que no hay puerta cerrada ni camino prohibido para entrar en él por mera ilusión y capricho, asumida la elección, se pongan como se pongan los puritanos de cualquier bando. ¿Experimentar? Pues sí, caballeros: experimentemos. Porque siempre buscaremos la infantil novedad; y si llegara un tiempo en que todo nos parezca igual a lo anterior, cuando los días se copien y se plagien uno tras otro, estaremos entonces acabados. Buscaremos la poesía siempre mudable y siempre una, poesía sin prefijos ni sufijos. Y sé también que, aun tras mucho buscar, siempre llegaré tarde a mis poemas, y que no tengo ni remota idea de lo que quieren decir. Es más, sospecho que un poema, si quisiera decir algo, si se erigiera en algún artefacto de comunicación, habría fracasado.