No esperen que les felicite ningún solsticio. Se empieza felicitando el solsticio y se acaba uno comprando discos de Kítaro, o barritas de incienso en las tiendas de chinos, o prohibiendo a sus semejantes que fumen en los bares. En dos palabras, nos volvemos esquemáticos y horteras. Desde que el mundo es mundo, nadie ha celebrado los solsticios, pero sí las victorias y las hazañas de los dioses y los hombres, como quería aquel gran gentleman llamado Horacio. Reducir todo eso a una serie de rutinas astronómicas es querer privarnos de nuestra agradable propensión al mito. Nadie ha felicitado nunca los solsticios, que es como desear una feliz órbita terrestre, un magnífico perihelio, un estupendo cuarto menguante de la luna o una próspera aproximación de Marte a nuestro planeta. Esos fenómenos no son ni felices ni desgraciados. Sencillamente suceden, como dos y dos son cuatro y las Pléyades se hunden en la copla de Safo. Nadie dilapida la paga extra del solsticio, ni fracasa, un año más, en la lotería del solsticio. En cambio,los chinos, que pretenden dominar el mundo con sus tiendas de todo a un euro, lo llenan todo de lucecitas de colores, de figuritas de belén, y nos desean, sonrientes y celosos de su milenaria caja registradora, una feliz Navidad. La mayoría manda, mis estimados. Los chinos son más. Hagamos como los chinos, a quienes el solsticio les importa un carajo.
Feliz Navidad.
(Y no se olviden de migrar a Linux en el 2010)