sábado, 1 de octubre de 2016

Una charla con Sergio Gaspar sobre Viento de tramontana



Juan Manuel Macías.- Tengo aquí al lado, en la mesa, tu espléndida Viento de tramontana (Edhasa), después de una nueva y placentera relectura. Dado que es tu primera novela, tras haber publicado en libro exclusivamente poesía, me ha venido a la cabeza la tan traída cuestión de los géneros y las etiquetas. Se suele hablar, además, de las novelas escritas por un poeta casi como un subgénero nuevo, en ocasiones con un plus añadido al «novelista puro»; otras veces como si fuera una especie de huida de la poesía y sus arcanos en busca de un público más diverso. Sin embargo, yo sigo reconociéndote en tu escritura... ¿Qué opinión te merecen estas cuestiones de géneros y fronteras?

Sergio Gaspar.- La literatura ha avanzado —o, al menos, ha sucedido— traspasando fronteras, mezclando y removiendo géneros, recreando y creando textualidades, en suma, siendo «impura». Soy partidario de la impureza, porque soy partidario de la literatura… Mi novela Viento de tramontana no es una novela de poeta, en el significado usual del término. No se trata de una novela lírica y etcétera. Hay abundantes referencias a la poesía, eso sí, y los lectores tropezarán con frecuencia con la generación del 27, sobre todo con Lorca y Cernuda, pero también con los clásicos españoles, o con Unamuno y Maragall, o con tu admirado Cavafis y su célebre poema «Esperando a los bárbaros». Mucha poesía, pero ninguna voluntad de escribir una novela de poeta. Tampoco una novela de novelista puro. Sí una novela de Sergio Gaspar.

J.M.M.- No puedo estar más de acuerdo con lo que dices sobre los géneros. Sí, hay una especie de melancolía en las etiquetas, las fronteras, como terminar un viaje o llegar a Ítaca… Mencionas las referencias a los clásicos españoles, Unamuno, Maragall, el 27, etc. Podemos abundar más en esto después, pues me parece un rasgo esencial de tu novela. ¿Será que la modernidad está en asumir la tradición propia del idioma en que escribimos? Dialogar con los clásicos como este diálogo que llevamos a través de meses en un word y que, sin embargo, parece suceder en un ahora...

S.G.- La literatura española debería conocer mejor y usar más su tradición literaria. Con empobrecedora y cateta frecuencia, la ignora o incluso la desprecia. Mi novela Viento de tramontana reivindica con claridad la tradición española, porque considero necesario reivindicarla. Mucho ojo: yo no soy ni seré nacionalista literario español —esa actitud se la cedo a una parte de las literaturas estadounidense o inglesa, que tienden al nacionalismo cultural y encima no lo saben—; yo me limito y me limitaré a señalar, por poner sólo un par de ejemplos, que Hamlet de Shakespeare no supera a La vida es sueño de Calderón de la Barca o que los sonetos amorosos de Shakespeare ni de lejos son mejores ni más actuales y eternos que los sonetos metafísicos de Quevedo. Ojo de nuevo: he leído muchísimo a Shakespeare, desde adolescente en las ediciones de Círculo de Lectores, y hasta he explicado y analizado durante semanas algunas de sus obras como profesor de literatura universal en varios institutos. Incluso me he dado el gusto, cuando era editor, de publicar El rey Lear, en una notable traducción de Enrique Moreno. No leer a Shakespeare es de idiotas literarios. No leer a Calderón de la Barca o a Quevedo, también es de idiotas. A partir de esto, que cada uno repase sus lecturas y extraiga sus conclusiones.

J.M.M.- Sí, tal vez se ha acabado extendiendo en España cierto —digamos— catetismo culto, o ecumenismo microscópico, o tal vez nunca nos hemos desprendido de él... Se olvida a menudo que se accede al autor extranjero casi siempre a través de una traducción, y que las traducciones son una visión crítica en el contexto de una época, una cultura, una lengua (casos como Fray Luis y Horacio, Unamuno y Kierkegaard, por ejemplo), fenómeno del que DVD Ediciones dio buena cuenta en su catálogo, junto a una vindicación de la literatura y tradición españolas, pero también del inevitable diálogo de éstas con la literatura y tradición catalana, bilingüe. Pienso que Viento de Tramontana surge de ese espíritu alejandrino (si me permites la comparación cavafiana), recogiendo distintas vetas y tradiciones, y renovándolas, frente a una «monolítica Atenas». ¿Crees que Viento de Tramontana, como la poesía de Cavafis en Alejandría, sólo podría haberse escrito en y desde Barcelona?

S.G.- Barcelona fue una ciudad decisiva, renovadora, en la historia de la literatura española y también en español —recordemos el boom hispanoamericano— durante el franquismo de los planes de desarrollo y en los primeros tiempos de la democracia. Hace años que perdió esa preeminencia. Viento de tramontana, igual que cualquier texto, se hubiese podido escribir en Teruel o en Almería sin ir más lejos. Bastaría con que el escritor cumpliese dos requisitos: conocer a fondo la conflictiva relación entre las culturas catalana y española, una relación de atracción y de rechazo, y dominar las estructuras narrativas posmodernas… Y, apartándome de esto, me gustaría insistir en lo que tú insinúas: la traducción no es simple traducción, sino uno de los géneros principales de cualquier literatura. Si personificásemos a la literatura, podríamos decirle: Dime lo que traduces y te diré lo que escribes. Una literatura escribe, en gran medida, lo que traduce.

J.M.M.- Pienso, en efecto, que todo arte es, en el fondo, una suerte de traducción, pues de la nada no se puede crear nada; aunque nunca traducción «literal», sino con esos espejos deformantes que, más que deformar, otorgan una nueva forma a la realidad. Al hilo de esto, leyendo Viento de Tramontana he imaginado que para los lectores y bachilleres del futuro el único Pujol real sea, tal vez, el personaje de tu novela...



S.G.- Viento de tramontana es, entre otras cosas, una parodia política. Así que los lectores encontrarán en sus páginas a Jordi Pujol, a Artur Mas e incluso a Francisco Franco, que pasea por la noche de Barcelona, acompañado de Josep Pla. Resulta digno de reflexión que algunos políticos notables sean más conocidos socialmente por su representación literaria y artística que por los libros de historia o sus biógrafos sesudos. ¿Seremos poderosos e influyentes los escritores y artistas…? Los bachilleres españoles saben de la existencia de Carlos III y Carlos IV, suponiendo que sepan algo de estos reyes, más por las pinturas de Goya que por la labor política de estos monarcas, menos conocidos por los españoles que Manolete, Manolo Escobar o Paco de Lucía. Muchos rusos se han hecho una idea de la personalidad de Napoleón Bonaparte por su presencia en Guerra y paz de Tolstói antes que por el esfuerzo de sus biógrafos… Pero, cambiando de tercio, el objetivo principal de Viento de tramontana no hay que buscarlo en la parodia política. Insisto en lo de antes: mi novela es un texto radicalmente posmoderno, pero construido con los materiales textuales de la tradición española. Es una invitación a bucear en la tradición literaria y en la realidad españolas para ser de verdad actuales y no de forma impostada, falta de raíces, de nervio y de vida. A mí no me parece mero azar que una obra tan universal como el Ulises de Joyce transcurra en un Dublín por aquella época bastante provinciano. Ni que Gabriel García Márquez localice parte de sus narraciones en el territorio ficticio de Macondo, igual que Faulkner optó por el condado de Yoknapatawpha, en Misisipi y no en los alrededores del Amazonas, el Tajo o el Nilo. Naturalmente, podríamos mencionar muchos contraejemplos de esto, pero, como nos aconseja Josep Pla con sabiduría argumentativa en Viento de tramontana, «de los contraejemplos mejor olvidarnos, si queremos tener razón».

J.M.M.- Yo creo (y así lo espero, por otra parte) que a Viento de tramontana, como a toda obra de arte verdadera, le deparan un número infinito de lecturas y lectores. Incluso será indispensable leerla en un futuro no muy lejano, cuando quizás a Garcilaso, o a Pla, se los conozca tan sólo por las recensiones de algún erudito norteamericano... En mi caso, es un libro al que siempre procuraré volver, entre esa serie de infinitas relecturas, como se regresa a una ciudad y siempre es la primera vez.

Para terminar esta charla (o, más bien, para ponerle un punto y seguido), me gustaría, si te apetece, que me contarás algo de tus proyectos literarios, o de que lecturas o relecturas te han venido acompañando últimamente.

S.G.- Gracias por tus elogios a Viento de tramontana. Muchas gracias. Reconozco que me gustaría que encontrase más lectores de los setecientos u ochocientos que habrá encontrado hasta ahora, según mis conjeturas y los datos de los que dispongo. ¿Proyectos? Escribo varias cosas a la vez, pero siempre lo hago teniendo presentes las palabras de Óscar Wilde en El retrato de Dorian Gray: «Me gusta demasiado leer libros para tomarme la molestia de escribirlos». Soy un escritor que lee, sobre todo. Releo estos meses, por ejemplo, tu traducción de la Poesía completa de Cavafis, que publicaste en Pre-Textos hace un año. Además de ser deliciosa, incorpora tres poemas en prosa inesperados y seductores. No me resisto a citar un fragmento: «Todas las normas de la ética —mal entendidas y mal aplicadas— no son nada, no pueden quedar en pie un instante más, cuando pase el Regimiento del Placer con sus estandartes y su música». Y citaré también dos lecturas recientes por las que siento un cariño especial, porque están vinculadas a la historia de DVD Ediciones, mi difunta editorial. La edición definitiva de Ciudad del hombre de José María Fonollosa, que incorpora los poemas aún inéditos de esta obra tan singular y tan mal conocida aún. Firma la edición José Ángel Cilleruelo y la ha publicado Edhasa. Y otra edición, también definitiva y ampliamente ampliada, hasta el punto de que se convierte en un texto nuevo: Nembrot, de José María Pérez Álvarez , que ha publicado Trifolium. Esta novela, sin duda, es de las mejores de la narrativa española escrita en la democracia.