sábado, 1 de agosto de 2015

Después de la tormenta

La sed de los relámpagos no tiene labios
—lengua ardiente tan sólo, lacerada de alucinado verde—,
y el agua de los charcos le puede robar un acorde a la luna.

Lo aprenderéis despacio
si abrís de par en par el vientre de una nube
y guardáis el silencio que late en los umbrales.

Aprenderéis que las hojas de afeitar son un capítulo inconcluso de la ternura
y el espejo un aguacero hecho de años,
y que el cielo y el suelo se quieren con locura,
acaso porque arriba y abajo se deletrean con los mismos vértigos
y el asfalto no puede vivir sin su dosis de estrellas.

Lo aprenderéis despacio,
mientras se aleja la tormenta en su galope sonámbulo
y sólo queda un sordo tambor que insiste al otro lado de la soledad.

Y así, podréis poner en hora vuestra casa
cuando las farolas vuelvan a clavarse en la intemperie
y todo alrededor se pueble de ventanas encendidas
y la tormenta sólo sea un vestigio de muchachas ausentes
que se pintan las uñas de los pies
con un color de luna en llamas
para robarle mil años al agua de los charcos.


(De Tránsito, DVD Ediciones 2011)