viernes, 21 de agosto de 2015

El final del partenio

Os estuvimos esperando toda la noche del mundo.
Vuestra era la luz inquebrantable que crece en la vigilia,
el afán de los zapatos obligados al suelo,
la cautela, la lentitud, los límites.

Malabaristas enfermos de los buenosdías,
pastores de sensibles meridianos,
os quisimos acoger como se acoge un lamento
y arruinamos un triste horizonte por oíros.

Os estuvimos esperando detrás de una sonrisa intacta
y apenas os conocíamos, poco más de cuanto la noche propaga
peinándose las galernas sobre las azoteas.
Pero todo estaba en orden para vuestras manos largas,
todo para vuestro apetito de claridad y calles,
y la luna parecía lo que siempre sospechábamos:
la letra de un bolero descuidado
para escribir con saliva al dorso de las mujeres.

Porque habéis de saber
que si alguna vez robamos una excusa del cielo
o bebimos de las crines finísimas del vértigo,
fue para que llegarais al pie de la vendimia
como un azul desmedido que vomita su resaca.

Tantas veces fue preciso, sí,
volver a edificar sobre Aristóteles
una perfecta y nítida constelación de nalgas,
como tantas y tantas otras enloquecer en una rosa.
Tensaros como un arco hecho de sueños,
darle hilo, sin mucha fe, a una golondrina
para que vuele y gire y ascienda más allá de la frente.

Y todo fue por vosotros, por vuestras pupilas intachables,
tan débiles de tan redondas,
donde quisimos perdurar y convertirnos en un temblor lejano,
elemental divisa que os mantuviera a salvo
cuando fuerais a caeros por vuestra propia piel.

Desfondamos la noche de una voz limpia, indefensa,
y os ofrecimos las vulvas trenzadas en coro,
como quien regala la ternura de un pequeño animal ciego;
una página en blanco sólo para vosotros,
donde pudierais llorar sin doblez de calendario
y lamer hasta el cansancio vuestra propia muerte.

Os estuvimos esperando al fondo de la sangre;
habitamos planetas prematuros,
torres en llamas de extraviada ciencia,
y nos hicimos abismo, y nos unimos en la furia
que lleva a descuartizar las más inocentes preguntas
o asolar territorios bajo el candil del pecho.

Pero nunca llegasteis,
y siempre se hizo tarde,
y todo un delicado hemisferio se oxidó de pronto.

Y aprendimos entonces que no tiene patria la noche
sino el vino reseco que queda en las alcobas
y un perdido gramófono que fatiga su centro,
que gira ya sin ninguna música o razón,
donde se amargan los cuerpos traspasados de vísperas.


(De Tránsito, DVD Ediciones 2011)