en su alcoba casi transparente de pura lejanía,
entre un escorzo de sombras y espejos turbios como leyendas;
y regresa una vez más, incesante tejedora,
a su labor no acabada de muchos inviernos,
a su perpetuo vestido blanco a medio hacer.
Ha despertado cuando un letargo enfermo de violeta lame las ventanas,
cuando las cigüeñas dejan a los campanarios solos con sus acertijos
y la frente devanada de cielos y suicidas;
cuando los grillos ya no sostienen el moroso engranaje de la espera;
y las alamedas,
que son la materia del viento y sus tirabuzones verdes,
entonan un coro distinto, grave, de anhelo y frío y tiempo.
La novia ha dormido un tibio sueño de gorriones
sobre su lecho de muñecas mutiladas,
bajo el desván de los dioses de hojalata
y una techumbre soñadora de intemperie.
Pero ahora ha despertado (otro año más)
para contar con su ábaco inequívoco la caída de otro ejército
en el claro confín del desconsuelo;
para doblar una vez más su espalda calma de planeta
mientras la espuma nupcial se despliega en sus rodillas.
Y atender su labor con ojos mansos,
con ojos del color de esas cancelas colectivas
que guardan la huella de tanta mano manchada de ponientes.
Porque ha llegado la hora de hilvanar con suave cuidado
las primeras constelaciones, tan delicadas, del invierno,
y de tejer con largo amor desvelado, con secreta ternura,
ese frío blancor que palpita inocencia
como el sobresalto del agua en el final de un pozo.
Cada hilo,
cada estambre que se alimenta con oscuridad y naftalina,
ha de encontrar otra vez el murmullo de su cauce,
a tientas, lentamente, y reinventar sus márgenes
al modo del río que se lleva la historia desfallecida en su regazo,
los paisajes arruinados en su fuga y las miradas rotas
y las letras escondidas con prudencia en los dobladillos.
Cada hilo ha de reunir el fino lienzo de una tarde
que se desliza sin sentir hasta quedar en un susurro,
apenas un destello, un hálito de sal sobre los párpados.
Cada hilo se parece al mundo, que se deshace en las cunetas
con los rabos vencidos de todos los gatos muertos.
Porque la novia, otro año más, está tejiendo para vosotros
su largo invierno en vela, vuestra historia,
o la blanca mortaja de las promesas que apacientan al olvido.
Más allá de la novia
las luces van muriendo, una a una, en las ventanas,
y una calle se tiende como una palma abierta al cielo y despoblada,
y las plegarias se amontonan en pilas de comienzos
sobre las flores podridas de los pretendientes.
(De Tránsito, DVD Ediciones 2011)